26 diciembre, 2006

El misterioso caso del blogger asesino

El cuerpo estaba tirado sobre los viejos disquetes ¾, los cuales, ensangrentados y desparramados, simulaban una obra de Pollock en el piso de granito. Sobre el escritorio aún parpadeaba el cursor en el monitor de la computadora, alumbrando la oscura escena del crimen con un tono verdeazulado intermitente.

-De bolas, Hernández- dijo el comisario García, quien nunca oyó hablar de Sherlock Holmes y de su sutileza para mostrarle el significado de las pistas a su ayudante Watson.
-¿Pero de verdad cree usted, mi comisario, que debamos estar aquí? Parece un simple caso de suicidio como cualquier otro. Vea que no hay puertas ni ventanas forzadas, él solito se clavó el cuchillo.
-Qué vaina contigo, chico. Este caso es igualito a uno que ocurrió hace meses en Barquisimeto. Un muchacho que no sale de su cuarto, pegado a la computadora por horas y horas, en eso que llaman ahora “blogueo”, y que luego de varios días encerrado en su cuarto sus padres insisten tanto que llaman a un cerrajero para abrir la puerta y consiguen el cuerpo desangrado de su hijo.
-Si, oí algo de eso.
-Pues también encontraron uno en Maracaibo. Este sería el tercero. La vaina es, chico, que en todos los casos revisaron los blogs hechos por las víctimas y coincidían en que tenían comentarios muy sospechosos de un blogger desconocido. Parece que la persona que recibe el comentario comienza a sufrir por la angustia de saber quién es el autor del comentario y, por tanto sufrimiento, termina matándose.
-¿Qué decían esos comentarios, mi comi?
-Ahí está el asunto. El comentario era una pendejada, solo unos puntos suspensivos- decía el comisario García mientras abría una bolsita de Doritos que sacó de su chaqueta de cuero negra-. Tres mierditas de cucaracha que no significan nada. En el Departamento de Investigaciones nos dijeron que algunos bloggers hacen eso con la intención de mostrar su existencia y aumentar así el tráfico de los blogs.
-Pero segurito que los muchachos de informática podrán averiguar quién envía esos mensajes…
-Está difícil la cosa, Hernández. Todos los comentarios han sido enviados como anónimos. Siéntate y revisa ahí la computadora. Seguro conseguimos el mismo comentario anónimo…

Los regordetes y cortos dedos índices de Hernández tecleaban pausadamente. Ante sus ojos se mostraba el blog de la víctima. Su ranking de Blogalaxia mostraba el 184 y en el último post aparecía la frase que el comisario esperaba: “1 comentario”.
La seguridad del comisario quedó suspendida, como el trozo de Doritos en su mano ante la boca abierta, al ver que el comentario de los puntos suspensivos aparecía esta vez con el nombre del usuario.

-Quita pa’llá. Déjame ver esa vaina. Ahora sí que tenemos al pendejo éste- dijo el comisario aventando de la silla a Hernández y dándole la bolsa de Doritos.

Mientras hacía click sobre el usuario y cargaba el blog en la pantalla del monitor, el comisario sintió sobre su espalda el filoso cuchillo que le penetraba las entrañas.

-Esta maldita versión beta –decía Hernández mientras afincaba aún más el cuchillo en el cuerpo del comisario…

22 diciembre, 2006

Lista de regalos para el 2007...

Queridos bloglectores:
Me despido por lo que queda del año para darle descanso a ustedes de estos saparapandeos. Varios temas me quedan en el teclado que seguramente les estaré presentando el próximo 2007.
Necesito estos días para hacer mi lista de regalos. No me olvidaré de pedirle algo a ustedes.
Que la pasen de lo mejor...

19 diciembre, 2006

Mi padre es un mago

Mi padre es un mago. No lo digo en sentido figurado para elogiar su capacidad de aguante en la crianza de tres hijos, sino que en realidad él es mago de pañuelos, naipes y conejos. De pequeño me asombraba aquel maletín para guardar herramientas que él había convertido en depósito de trucos. Para cualquier reunión familiar, mi padre siempre llevaba su maletín, del cual salían maravillas que dejaban boquiabiertos a todos: el truco de la moneda que aparece en la oreja de un niño, el de los aros soldados que logran desunirse, el de adivinar la carta escogida, el de la paloma que sale de un montón de pañuelos, el del cigarro encendido que desaparece en el puño… Truco tras truco, las fiestas terminaban con mi padre rodeado de niños gritándoles por un acto de magia más.
En casa no era distinto y la magia persistía. Recuerdo los sábados con mi padre al frente del televisor viendo al Mago Henry presentado por Amador Bendayán. Las explicaciones que me daba mi padre acerca de los trucos que observábamos siempre venían precedidas de una advertencia: “Un buen mago nunca revela sus trucos”.
Pero debo confesarles que por conocer el secreto, por saber de la existencia de la cuerdita, del espejo, del compartimiento secreto, de la carta marcada que permiten la ilusión, tuve irremediablemente que buscar otro tipo de magia, algo que me ofreciera de nuevo el asombro. Recurrí a los libros para buscar la magia perdida y conseguí en ellos trucos estupendos, algunos superiores a los que hacía mi padre: supe de naipes que eran soldados de una reina que vivía en un lugar mágico, conocí a unos soñadores que intentaron ir a la luna y lo lograron, me enteré de un hombre que al despertar se encontró convertido en un monstruoso insecto…
Quizás, a la final, estudié Letras porque mi padre es mago…

18 diciembre, 2006

El mordisco de la manzana



¿Y
si al morder la manzana
Adán anhelaba
huir de esa tierra de tedio?

Inmolación...


Condeno a mis pies por no saber dirigirme
(por el polvo de las botas conoceréis al hombre).
Maldigo a mi lengua, tajo de nalga sin piel,
que se rebela a la razón repartiendo pedorretas.
Condeno a mis ojos que no ven más allá
de la apariencia.
Maldigo a mis oídos que ante a la ofensa
retraen al rostro.
Condeno a mi nariz que ante el olor de la mandarina
evoco tu presencia.
Maldigo a mi cabeza que de regazo
siempre ha sido huérfana.
Condeno a mis manos que, por las tuyas yertas,
pedirán súplicas algún día.
En fin, mil veces maldito mi cuerpo que sólo conoce
una forma de amar.
Porque amando se logra el nirvana.
Aristóteles, Rousseau, Linneo,
seres desorientados,
nunca comprendieron que el hombre es él y sus errores.

17 diciembre, 2006

El verdadero valor de la prensa


Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la respiración
diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura se concibe sin este vehículo
Sarmiento


Los hombres de la bucólica Caracas de principios del siglo XIX, veían asombrados cómo eran invadidos por un recién llegado forastero. Era un lunes 24 de octubre de 1808 y el extraño, según rumores, había salido del taller de Mateo Gallagher y Jaime Lamb, situado en la misma ciudad, y en donde existía una máquina llamada imprenta, que según algunos era un artefacto diabólico que intentó traer Francisco de Miranda. “Gazeta de Caracas” llevaba por nombre el delgado personaje de cuatro páginas. Desde entonces, la pequeña ciudad no sería la misma, pues había nacido el periodismo.
El periodismo nace en Venezuela en una situación en la que la sociedad ve turbada su tranquilidad colonial por los sucesos de la guerra independentista. No hace su aparición el periódico como instrumento de ocio y de asunto exclusivo de las letras; sino que presta su tinta para los avatares de lucha del siglo XIX que superan la cifra de más de 2.000 guerras. Y el periodismo, ejercicio que combina la impresión efímera y a la vez el resguardo temporal, “único capaz de recoger la memoria integral del hombre”, como diría Humberto Cuenca, no podía obviar los sucesos que a su alrededor se desarrollaban. Así, el periódico vino a desempeñar en los primeros años del siglo XIX una función de tribuna y de herramienta para la instrucción ideológica. Miranda daba importancia suprema al periódico, tildándolo de “civilizador”, además de exigir a sus tropas la inclusión de una imprenta entre sus pertrechos; y Simón Bolívar, El Libertador, hablaba de “hacer las guerra con los papeles públicos”. Se desataba entonces a la par otra guerra en los tipos y galeras que imprimían los periódicos. Una guerra de ideas y de fundamento de posiciones que en lo político se mantuvo en el transcurso del siglo: en la Oligarquía Conservadora, en el Federalismo, en el guzmancismo, en el Legalismo, en el castrismo y en las diseminadas revueltas caudillescas del interior del país.
Si en lo político el periódico sirvió de escenario para la confrontación de ideas, en lo económico dio un nuevo aspecto a las relaciones comerciales. Con la transformación del lector como público consumidor se intensifica y desarrolla la aparición de avisos publicitarios erosionando subrepticiamente con ello ciertas normas sociales: se muestra a la mujer como medio para la venta, se habla abiertamente del adulterio, de la menstruación, se utiliza un espacio privado como el baño para mostrarlo como espacio público para el comercio. Se amplía igualmente el radio de acción de las relaciones mercantiles: el producto llega hasta donde llegue el periódico.
En el aspecto cultural el periódico va a cumplir en el siglo XIX una función modernizadora, pues dará al escritor un nuevo lenguaje, una nueva manera de decir. Con el breve espacio que ofrece el periódico se imposibilita, o en todo caso resulta contraproducente, dar rienda suelta a la redacción ampulosa y cargada de metáforas y giros latinos; y con la rapidez de edición, o diarismo, iniciada en Venezuela en 1837 con el “Diario de avisos”, se da paso al trabajo poco pensado y sin pulituras. Con esas condiciones de brevedad y rapidez que exigía el periódico, el lenguaje escrito tuvo que vestir un nuevo ropaje: claridad y sencillez. Para decirlo con palabras del escritor español Azorín:

El periodismo, con sus procedimientos rápidos, ligeros, amenos, ha contribuido a que los géneros literarios: novela, teatro, etc., adquieran esa misma ligereza, rapidez y amenidad de los trabajos de prensa.

Con el periódico aparece en Venezuela la figura de la escritura como profesión, de la redacción asalariada, que se inicia en 1868 con “La opinión nacional”, pagando articulistas como José Martí. Ello dará nuevas formas al desarrollo de la institución literaria venezolana en el siglo XIX.
Quizás otra de las funciones en las que haya desempeñado presencia indiscutible el periódico en el siglo XIX venezolano es el de la labor de alfabetización que hubiera desempeñado entre la gran masa de habitantes sin los conocimientos de lectura y escritura. No hemos conseguido trabajos que mencionen el asunto, pero imaginamos y nos aventuramos a hipotetizar que la prensa ayudó, cual cartilla de letras, en la labor de alfabetización de los pueblos.
Para los lectores de hoy, la prensa venezolana del siglo XIX encierra toda esa época de gesta y lucha, de formación y ensayos de repúblicas; en sus páginas se observa el horizonte de lo transitado, el punto único que encierra el universo, cual aleph borgiano, que nos faculta la entrada tanto hacia el ayer pomposo como al pasado menudo. Ya muy bien decía Tulio Febres Cordero en el mismo siglo XIX, en 1886, que:

El objeto del periódico no está circunscrito a lo presente; no, a la vez que instruye al público de las crónicas del día en todos los ramos de la actividad humana, es depósito sagrado en que queda la memoria de los hechos.

Por esta razón debe desarrollarse intensamente una labor de rescate e indización de las publicaciones periódicas venezolanas del siglo XIX que pueda preservar y dar forma a todo ese enjambre de papel y tinta. Como alerta, Tulio Febres Cordero propuso en 1886, con la visión de futuro que ostenta el verdadero historiador, la siguiente idea:

Que cada periódico publique anualmente en un folleto manuable el índice o repertorio alfabético de las materias más curiosas e importantes que haya publicado durante el año corrido.

Quizás si hubiéramos prestado atención, otro sería el cuento de estas líneas...

15 diciembre, 2006

¿Existe el error ortográfico?

Esta pregunta quizás haya alterado su tranquilidad, sobre todo cuando a muchos de nosotros nos ha costado con sangre, sudor y lágrimas seguir a pie juntillas las machaconas reglas de la Real Academia Española. ¿No recuerdan ustedes las largas horas de suplicio y de reprimendas que nuestra maestra nos infligía para que no escribiéramos más «agua» con «h»? ¿Recuerdan la torturante frase: «estos muchachos no cometen errores sino horrores ortográficos»? ¿Entonces tanto sufrimiento y vergüenza para que nos vengan ahora a decir que el error ortográfico no existe?
Hace varios años surgió una polémica, supuestamente iniciada por Gabriel García Márquez, la cual alentaba la eliminación de la ortografía. Así, la libertad total y la comodidad expresiva eran los argumentos para escribir. Nos podíamos olvidar de la «h», utilizar la letra «k» para sustituir las palabras con «c» y «q», a no prestarle atención a los acentos. Esta propuesta de un lenguaje sin reglas, sin embargo, no era nada novedosa. En la época de las vanguardias artísticas, principios del siglo XX, ya los creadores abogaban por un nuevo lenguaje que pudiera expresar ese sentir que venía en la innovación científica y cultural. Más atrás, en la época de la independencia hispanoamericana, algunos grupos «radicales» hicieron la propuesta de independizarnos de España no sólo en lo político, social y cultural, sino además en el lenguaje, y como se estaba fundando un nuevo mundo era necesario crear un lenguaje para darnos identidad propia.
Así, hablar de la existencia o no del error ortográfico, de la eliminación de toda regla o hasta de la creación de nuevos lenguajes, viene a ser más una toma de conciencia del usuario ante su habla: unos adoptan la posición del «creador», quien moldea su composición con libertad y no cree en reglas «que pulen y dan esplendor», y piensa que el error existe cuando la academia se entromete en la natural relación del hablante con su lengua; y otros del «celador», quien vigila el uso correcto del lenguaje y en ello se le va la vida. ¿Y usted, es creador o celador?

13 diciembre, 2006

El enmascarado...

Rafael Bolívar Coronado resulta un extraordinario caso en la historia de la literatura venezolana. Obviando el ya significativo hecho de ser el autor de la letra del “Alma Llanera”, Bolívar Coronado se presenta como el escritor venezolano que más seudónimos ha llegado a utilizar. Fue tal el afán de enmascaramiento que se sirvió de más de seiscientos seudónimos, diseminados, la mayoría, por la prensa venezolana de principios del siglo XX. Así, la obra de Bolívar Coronado es el pretexto perfecto para reflexionar acerca de la figura del intelectual, del autor y del uso del seudónimo en la Venezuela modernista.
Para el creador moderno, la aniquilación de la figura del autor resultó ser el consuelo y la defensa para un mundo con sed de fama y espectáculos. Desear la voz sincera y personal, sin importar el gusto del público, obligó a los artistas a escudarse en otras vidas o nombres que permitieran el desarrollo de un arte que, además de confrontar a la demanda kitsch por medio de las innovaciones en la forma y los temas, desestabilizara la asfixiante vorágine de la firma que definía de manera inmediata la calidad de la obra. El escritor modernista, con ese afán de doble vida, recurrió a la muleta literaria del seudónimo, del plagio y anónimo, ya bien por la carencia de libertad, o bien por la necesidad de enrarecer la oscura vida del hombre común. Así, una apasionada investigación sería, a partir de la obra de Rafael Bolívar Coronado, discernir la relación entre la función autor y sus condiciones sociales y, además, pensar el plagio como recurso para transformar las condiciones de la producción artística en los estertores del modernismo venezolano, antecedente de las corrientes críticas que proclaman la “muerte del autor”.
Veamos en qué resulta todo esto...

11 diciembre, 2006

Imprenta y plomo que liberan

En esta pequeña nota deseo mostrarles los textos venezolanos impresos durante la Guerra de Independencia que se encuentran en la Biblioteca Febres Cordero de Mérida. En primer lugar, llamaremos Guerra de Independencia al largo proceso de quince años (1808-1823) que copó el panorama de la historia venezolana, con el que se buscaba la autonomía con respecto al imperio español de todos los actos económicos, administrativos, civiles y políticos. En segundo lugar, llamamos impresos venezolanos a toda la producción tipográfica realizada en Venezuela, remitiendo para su explicación a los trabajos de Pedro Grases y Julio Febres Cordero G. sobre la historia de la imprenta en este país. Según el resultado obtenido, que colocamos en forma de lista al final de esta nota, observamos que tres obras se encuentran en la Biblioteca Febres Cordero de Mérida.
Las tres, ratificando aquel manoseado lema de que el plomo de la imprenta ayudó a la consecución de la libertad, evidencian la importancia de la imprenta en la edificación de la República. Esperamos que este arqueo sirva a los investigadores del arte tipográfico y de la historia patria en general.

-Antonio Nicolás Briceño. Refutación que D. Antonio Nicolás Briceño, Representante de Mérida, en el Congreso General de Venezuela, hace del discurso inserto en el número primero del Patriota, afin de probar la utilidad, conveniencia, y necesidad de dividir la Provincia de Caracas. Impresor: Juan Baillio. Caracas, 1811.

-Francisco Javier Ustáriz. Contestación oficial del ciudadano Francisco Xavier Ustariz al General en Gefe del Exercito Libertador ó Proyecto de un Gobierno Provisorio para Venezuela. Impresor: Juan Baillio. Valencia, 1813.

-Venezuela. Constitución política del estado de Venezuela, formada por su segundo Congreso Nacional, y presentada á los Pueblos para su sancion. Impresor: Andrés Roderick. Angostura, 1819.

10 diciembre, 2006

La muerte de Pinochet

La noticia ha corrido de boca en boca, de blog en blog, de noticiero en noticiero: Augusto Pinochet, el dictador chileno, ha fallecido el día de hoy. A la mente se nos viene el movimiento popular de Salvador Allende y el posterior exterminio y exilio de gran cantidad de chilenos que aún hoy hacen vida en la diáspora latinoamericana.
Basta recordar, además, la larga lista de novelas de la dictadura en la cual se mostraba siempre el ambiente represivo como un espacio donde el silencio era la norma. Quizás por ello era necesario poner fin a la voz del cantautor chileno Víctor Jara, a quien recordamos también en este día para la reflexión:

Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha,
la lluvia en el pelo,
no importaba nada,
ibas a encontarte con él.
Con él, con él, con él, con él.
Son cinco minutos.
La vida es eterna en cinco minutos.
Suena la sirena. De vuelta al trabajo
y tú caminando lo iluminas todo,
los cinco minutos te hacen florecer.
Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.
La sonrisa ancha,
la lluvia en el pelo,
no importaba nada
ibas a encontrarte con él.
Con él, con él, con él, con él.
Que partió a la sierra,
que nunca hizo daño. Que partió a la sierra,
y en cinco minutos quedó destrozado.
Suena la sirena,
de vuelta al trabajo
muchos no volvieron,
tampoco Manuel.
Te recuerdo, Amanda,
la calle mojada,
corriendo a la fábrica
donde trabajaba Manuel.

08 diciembre, 2006

Gastronomía lingüística

Ya que Cervantes dijo alguna vez que “el estómago es la oficina donde se fragua la salud y la vida”, el conocer el origen del nombre de los alimentos, los datos curiosos sobre su historia y su nombre exacto permitirá poseer, al igual que mantener en buen estado nuestro aparato digestivo salvándonos de cualquier burocracia estomacal, una conciencia en el lenguaje que hará más seguro nuestro decir. Veamos.
Es bien conocida la pasta seca que ablandamos en leche y que unos llaman "bizcocho" y otros "biscocho". Resulta fácil aclarar la duda recurriendo a la etimología de la palabra. La palabra "biscocho" está formada por dos partes: bis-, que es el prefijo que denota repetición y –cocho, que proviene del latín coctus y significa "cocido". Así, "biscocho" quiere decir “dos veces cocido”, que es la manera como se prepara tan delicioso alimento. De la misma manera, "sancocho" proviene del “cocido sazonado” o, lo que es lo mismo, “cocido con sal”: sal-cocho=san-cocho.
"Hallaca" –amenazada esta opinión por hipótesis adversas– no pudo ser voz indígena por la inexistencia de la "ll" en su vocabulario y por no saber los indígenas de Venezuela preparar semejante plato. Los españoles, utilizando los recursos aquí encontrados, sustituyeron la harina de trigo europea por la harina de maíz del Nuevo Mundo y tomaron la hoja de plátano para poder cocer las hayacas. La voz original hayaca proviene de la ya antigua costumbre de comer este plato en Nochebuena; siendo haya- “regalo de Navidad” y –ca la desinencia o determinación que denota “cosa pequeña”; de esta manera hayaca vendría a significar “pequeño regalo de Navidad”.Y para finalizar con esta larga lista –que no listado– de alimentos, que por lo extensa ya produce indigestión, haremos mención al entuerto lingüístico que nos obliga dar la situación económica del país. Llamamos "almuerzo" a la comida que se ingiere después del desayuno y que por cantidad, variedad y sazón podríamos llamar “la principal”. Quizá la palabra se formó por la unión del antiguo pronombre al- que significa “otro” y el participio irregular de morder, –muerzo, que significa “bocado”. Entonces "almuerzo" es “otro bocado”, el que sigue después del desayuno; pero muchos de nosotros tenemos al almuerzo como el “primer” bocado y no como “otro”.

Siga usted con la lista y que tenga buen provecho...

07 diciembre, 2006

Sobre santos y automóviles

A la hora de recordar la muerte de José Gregorio Hernández se menciona como un hecho sorprendente el que el único carro que existía en Caracas haya segado la vida a hombre tan ilustre. Pero la verdad es que hay que ser bien santo para creer semejante cuento. Para el año de 1919, fecha de muerte del Dr. Hernández, existía en la capital venezolana la cantidad de 4.000 automóviles aproximadamente. Inclusive, Caracas contaba con un tranvía, de donde bajaba “El Venerable” antes de ser sorprendido por la desgracia. Antecedentes memorables tuvo el automóvil en nuestro país: el primer Ford que llegó a Venezuela fue traído por Alfredo Anzola en 1908. Cuentan que la esposa de Cipriano Castro era adicta a los paseos en automóvil, el cual era manejado por un chofer francés. Otro francés fue el conductor del primer automóvil en Mérida; el Presidente del Gran Estado Los Andes, Amador Uzcátegui, mandó traer desarmado el automóvil en 1916, y ya en funcionamiento los merideños lo llamaron “el carro prisionero”, pues sólo podía recorrer hacia arriba y hacia abajo la avenida Bolívar, la única empedrada para el momento.

06 diciembre, 2006

¡¡¡La Tierra es plana!!!

Pudiera hacerse la historia de la ambición y la creatividad humanas elaborando una lista de temas aparecidos en la bibliografía universal. ¡Qué de luces nos ofrecería estudiar, por ejemplo, el pensamiento moderno de principios del siglo XX a través del “Ulises” de Joyce. O comprender el paso del feudalismo al capitalismo con la lectura del Quijote!
Si continuamos con este criterio, cómo podría entenderse la presencia en Caracas, en 1956, de un libro titulado “El universo al derecho”, de Jorge Crespo Vivas, y en el cual se intenta demostrar con cálculos, citas y otros argumentos que la Tierra es en realidad plana?
Oigamos al mismo Crespo Vivas resumir las 346 páginas de su libro publicado por la Imprenta Nacional, diciéndonos sin más señales el propósito del texto:

Nuestra sincera oposición al sistema astronómico establecido, el cual está fundado en un castillo de teorías inverosímiles y a la vez interminables, desde luego que cada astrónomo por llenar cuartillas o hacer más confuso e incomprensible el sistema establecido, presenta cuanta teoría le sugiere el pensamiento, ya de carácter alarmante o no, con sólo dar por sentado el movimiento de la Tierra y, por tanto, su redondez esférica. (…) una Tierra que, desde nuestras primeras miradas, pasos y acciones nos dice lo que es: plana e inmóvil. Mas al avanzar en edad y entrar en estudio y coger una naranja, nos convencemos una vez más y sin esfuerzo alguno, que no puede ser como ella, desde luego que aun difícilmente podemos conservarnos largo rato parados sobre una esfera, con el iten de que al descender de ella si no lo hacemos de un golpe, corremos con el peligro hasta de perder la vida, o por lo menos, el de salir muy mal parados. Esto, estando en pleno reposo; y si es en movimiento, más ligero comprendemos que nuestra Tierra no se mueve y ni es redonda, desde luego que claramente observamos que ni con la imaginación podemos colocarnos sobre ella”.

Quizás en nuestro continente, en la década de los 50, época de oro de las dictaduras latinoamericanas, el mundo se veía plano, uniforme, sin arriba ni abajo, sin diversidad. Un mundo “ancho y ajeno”...

05 diciembre, 2006

El bastón...

El bastón es, para muchos, símbolo de enfermedad y vejez, imaginándonos su uso exclusivo en manos temblorosas y como apoyo de pasos cansados. Pero la verdad es que así no ha sido siempre. Desde su aparición en la era Paleolítica, el bastón fue utilizado como instrumento para dar muerte a las presas y entre algunas primitivas tribus era el símbolo del mando.
El bastón llega a Venezuela, durante la época colonial, debido a la adopción de costumbres civilizatorias europeas. Para ilustrar la presencia del bastón en la historia venezolana, enumero algunos datos hallados entre apolillados papeles:

-El nueve de enero de 1789, en la ciudad de Mérida, se crea la policía colonial por mandato del Teniente Justicia Mayor Jerónimo Fernández Peña. Entre una de las tantas funciones de la policía colonial se encontraba: “Mando que ninguna persona cargue bastón, sólo aquellos que por sus empleos o cargos que obtienen deben cargarlos, pena que al inobservante se le aplicará un mes de cárcel y cuatro pesos de multa que se aplicarán en la forma ordinaria”. Esta disposición estuvo en vigencia hasta 1796.

-Antes de instituirse la banda presidencial como símbolo de la primera magistratura, el bastón desempeñaba tal uso.

-El 19 de abril de 1810, al ser depuesto Vicente de Emparan y Orbe –último capitán general de Venezuela– por el Cabildo revolucionario, Vicente Salias le arrebató su bastón.

-Francisco Iturbe la regaló un bastón a Simón Bolívar, su amigo íntimo, en 1827. En agradecimiento Bolívar le escribe una carta, fechada el 1º de julio: “Recibo con mucho placer un bastón que Ud. me da: es la imagen del mando que yo aborrezco, por lo que jamás uso tal insignia”.

04 diciembre, 2006

Texto para un amigo que se encuentra triste

Van pasando los días en que la compañía era justa
-por justa necesaria-.
Van pasando los días en que los manjares no eran sólidos,
pero igual,
no notabas la diferencia.
Van pasando los días en que la noche era una carga muy pesada.
Van pasando los días
y te acuerdas de los textos sin contexto,
y de los otros,
de los textos con pretextos
-sobre todo los últimos son los peligrosos-
porque son los textos convertidos en horas vividas,
que te persiguen y te acorralan,
porque son páginas a muchos espacios,
pero a un sólo rostro que se nos hace eterno;
y vienes y das y das
de boca al mismo tema
pero resulta que el mundo no es eso,
o exactamente no es eso.
Vendrán demasiadas decepciones y unas cuantas alegrías;
entonces viene a pelo lo de los estoicos con aquello de
“hasta cuándo gimotearás como un bebé,
cuándo vas a empezar a alimentarte de manjares sólidos”.
O pareciera que ahí está el asunto,
prolongar los momentos de alegría
para que los de decepción sean apenas una pausa imperceptible.
¡Y qué contradicción!
mientras los comunes se beben un poco de vida
en interminables rutinas,
los hombres con talento desocupan su espacio
y sucumben
por una de dos:
o al licor para crear irrealidades
o a la decepción
para justificar
el pesado arrastre de los pies.

Ni un pelo de tonto...

Era costumbre de los antiguos romanos dejarse crecer la barba. Ticinio Menas, hacia el año 454 a.C., hizo traer barberos de Sicilia, siendo así el primer hombre que se afeitó en Roma. Esta moda de lucir el rostro lampiño duró hasta Adriano, quien para ocultar una cicatriz que tenía en la cara volvió a revivir la costumbre de la barba. Cuando a un adolescente romano comenzaba a aparecerle sobre su rostro la pelusa característica de sus años mozos, el día de la primera raída era festivo, estando sus amigos obligados a visitarlo con regalos. Los residuos de la afeitada eran ofrendados a los dioses.

03 diciembre, 2006

Resultado de las elecciones

Ya he recibido varios mensajes de texto en mi celular con resultados de las elecciones presidenciales. Unos mensajes son del sector chavista y dicen que conocen a un amigo, que tiene un primo, que es novio de una amiga cuya hermana trabaja en el CNE y el resultado parcial es 65% a 35% a favor de Chávez. Otros mensajes de texto que he recibido dicen lo contrario, aunque mantienen la misma larga lista de conocidos (más larga que la genealogía de Macondo) y dan por ganador a Rosales.
La verdad es que a estas horas la angustia y la presión aumentan.
Lo que pido desde este rincón de Venezuela es que después de estas elecciones, lo único morado sean nuestros meñiques y no nuestros ojos.
Tranquilidad y civismo.

Al que no vaya a votar...

que le caiga la maldición del rey Tut.

A ejercer nuestro derecho, pues.

01 diciembre, 2006

El carácter tribal de la sociedad venezolana

La tribu, por definición, es una forma de organización social caracterizada por la presencia del “jefe único” o “cabecilla” como regulador y legislante de las instituciones civiles. La materialización del jefe único está representada en la figura del “ídolo”, al cual se le atribuye el privilegio de encauzar hacia la prosperidad o la desgracia –según su voluntad– todos los destinos de la tribu. El ídolo, según Erich Fromm, “es la figura a la cual una persona ha transferido su fortaleza y sus capacidades”, siendo la relación ídolo-creyente un despojo de consciencia y voluntad (por eso es alienante el dinero, la religión y el amor: “Amar es una falta de amor propio”, diría Ramos Sucre). Frases como: “aquí lo que hace falta es un hombre con los pantalones bien puestos para que arregle esto”, “un presidente parecido a Pérez Jiménez es lo que necesitamos para que ponga orden”, o lo que vemos en las películas de superhéroes o de guerras, que cuando matan al jefe de los malos inmediatamente cesa toda balacera, no es más que la manifestación de transferencia de voluntad que el individuo concede al ídolo. Esa transferencia de voluntad, según Freud, debe entenderse como “manifestación de que en lo hondo de su inconsciente, la mayoría de los hombres se sienten como niños y, por tanto, anhelan una figura poderosa en la cual confiar y rendirse”.
Pero este anhelo de una figura poderosa no es necesariamente y nunca exclusivamente la reproducción de una experiencia infantil; sino que constituye una condición superable del ser humano.
Tanto que se habla hoy día en Venezuela del hombre providencial, del santo que aplaca toda guachafita, viene a demostrar que somos aún sociedad tribal, y que esa condición redundará en el permanente desgaste de la democracia; pues la democracia no es más que la expresión de la voluntad y la conciencia individual.
¿Se imaginan un país sin presidente? ¿Se imaginan una universidad sin autoridades?...

29 noviembre, 2006

¡¡¡Fin de mundo!!!

No hay mayor placer en esos oficios del historiador que escuchar de la propia boca de los personajes los grandes sucesos del pasado contados desde el punto de vista de la cotidianidad. Imaginémonos oír, por ejemplo, el relato de la muerte de Gómez contada por la cocinera del Benemérito; o el caso de Braulio Fernández, soldado del ejército de Bolívar, quien escribió un diario que muestra –sin la conocida exageración del culto patriótico– la vida del venezolano en los turbulentos años de la guerra independentista. Así nos ocurrió hace tiempo al conversar con la señora Ana Marquina, tovareña de 92 años, y oír de ella la historia del primer avión que sobrevoló la población de Tovar, en Mérida. A pesar de la ceguera y de la sordez parcial de la señora Marquina, ella nos contó –con una memoria envidiable– que el 29 de octubre de 1929, mientras recolectaba el café, comenzó a percibir en el cielo de Tovar un sonido estruendoso. Todos los habitantes comenzaron a persignarse y a huir porque quizá se caía el cielo y el fin del mundo ya había llegado. Hasta los animales, no acostumbrados a tal extrañeza, entraron en algarabía y un burro que estaba amarrado al rancho de la señora Marquina del susto huyó, tumbando la vivienda. Luego del curioso suceso, y habiendo entendido que de lo que se trataba era simplemente de “uno de esos artefactos modernos que mientan avión”, un amigo suyo, que se dedicaba a la poesía y que fue también testigo del hecho, le regaló un poema que escribió en ese memorable año 1929 y que la señora Marquina, muy amablemente, nos lo recitó luego de 77 años:

Cuando aquellos aeroplanos
en el año veintinueve
pasaron en paso a breve
por aires venezolanos,
los que de punto central
hasta el Táchira ocurrían,
donde lágrimas vertían
todos aquellos vivientes
los que estaban inocentes
del ruido que éstos hacían.
Al paso por Tovar,
la Laguna Negra
quiso presentarles un afán
con un terrible huracán
que hasta los vientos deshizo
para traerlos al piso
donde sus aguas estaban.
Por el Páramo de La Grita
al mirarlos asomar
aquel que nunca rezaba
hasta a rezar en voz alta
la situación lo obligaba.
Unos lloraban y gritaban
y no sabían ni qué pensar:
si esto será un castigo del cielo
o el mundo se va a acabar.
Y los pilotos inocentes
del ruido que éstos hacían
volaron por San Antonio
y a Caracas regresaron ese mismo día.

28 noviembre, 2006

El trago más alto de Venezuela

Es el contenido en una botella que desde 1870 reposa al pie del picacho más alto de la Sierra Nevada. O sea, a cerca de 4.580 metros sobre el nivel del mar. La botella contiene anisado y fue dejada allí por la expedición que en dicho año ascendió hasta muy cerca de aquellas crestas inaccesibles. Ninguna otra expedición ha llegado después a tanta altura; y es claro que en la grandes nevazones la botella permanece sepultada bajo la nieve. ¡Cómo estará ese anisado hoy, al cabo de veinte y tres años!

(Tulio Febres Cordero. El Lápiz, 1893)

27 noviembre, 2006

Los pecados de la historia


La historia es el ejercicio del autorreconocimiento: rememora el guerrero sus batallas para tener conciencia de sus fuerzas; rememora el viajero sus pasos para calcular la ruta de futuros senderos; rememora el comerciante sus tratos para determinar ganancias y pérdidas. Este autorreconocimiento que implica la historia la enlaza con el "conócete a ti mismo" del viejo pensador, como consejo de afirmación de la identidad.
Pero la historia no es una y su ejercicio no es nada inocente. La práctica histórica ejercitada en el ámbito hispanoamericano ha mostrado dos dimensiones recurrentes en el discurso de la investigación cultural; una a la que llamaremos "Plana", que sigue la visión del marco epistemológico del cartesianismo-mecanicismo-estructuralista y que se configura sobre estas seis premisas:

a. La fragmentación. Que segmenta la totalidad del sistema histórico, haciendo ver sus distintas etapas como hechos aislados.
b. El eurocentrismo. Que explica el desarrollo de los procesos sociales iberoamericanos como simple reflejo de la cultura europea, utilizando además sin postura crítica las herramientas de la terminología historiográfica europea.
c. El criterio heroicista. Que muestra la visión histórica sólo como un hecho belicista, dirigido por "sobrenaturales" individuos sobre los que descansan el destino de toda una nación.
d. La marginación. Que obvia de la historia los sujetos, sucesos u obras que no encajan dentro del método de la historiografía o del gusto e intereses del historiador.
e. La linealidad. Que exhibe al sistema histórico como una suma de etapas que nacen y mueren en simple cadena, impidiendo la confluencia de diversas tendencias, mentalidades u opiniones en un mismo punto histórico.
f. La homogenización. Que percibe cada momento histórico como un todo homogéneo, dotado de una significación ideal y única.
g. el sexismo. Que oculta la presencia y significación de las mujeres en el devenir de los acontecimientos históricos y las relega a simples espectadoras.

26 noviembre, 2006

La laguna que se tragó al vicerrector

Para 1890, Mérida estaba comprendida por unas escasas calles neblinosas cuya salida hacia el páramo se encontraba en Belén y no por la Vuelta de Lola, como lo es en la actualidad. En esta zona se encontraba una hacienda llamada La Laguneta, debido a que justo donde comienza la salida hacia el páramo, en la primera curva pronunciada que encontramos y que rodea un extenso terreno cercado con un letrero de propiedad privada, se hallaba una grande y profunda laguna en donde se realizaban paseos en canoa. El sábado 23 de agosto de 1890, a las tres de la tarde, diversas personalidades de la ciudad se encontraban allí disfrutando del fin de semana. En una de las canoas iba Epiménides Febres Cordero, Secretario del Gobierno Seccional de Mérida; el Doctor Manuel Troconis, Vicerrector de la Universidad de Los Andes; Andrés L. Piñero, director del Coro Andino, quien iba tocando flauta y Ramón Sáez, joven músico quien iba tocando la guitarra. De pronto la canoa comenzó a inundarse, y cuando todos advirtieron el peligro ya era tarde; la única opción era lanzarse al agua. Hubo gritos, ajetreos, intentos de rescate con una soga, pero el destino final ya estaba escrito: los cuatro hombres morirían ahogados. Durante tres horas permanecieron los cuerpos sumergidos en el agua, de donde no fue posible sacarlos sino por medio de un garfio. El luto invadió a la ciudad por la muerte de estas personalidades públicas y de renombre. Como venganza, la laguna fue secada, abriéndole un canal. Del hecho, sólo nos queda la presencia del hondo hueco en donde se hallaba la laguna.

25 noviembre, 2006

Conversaciones imaginarias (...y pinchadas)

Desde 1972, cuando el escándalo de Watergate copó la atención mundial, aquel asunto de un presidente norteamericano que tuvo que renunciar por haberse visto envuelto en hechos de espionaje telefónico, mi interés en oír conversaciones ajenas se convirtió en destino de vida. Para aquel entonces mis escasos seis años explicaban el funcionamiento del teléfono semejándolo a los rústicos teléfonos de pabilo y vasos de cartón que en las tardes de recreo construía con mis amigos. Con ellos planificaba “intervenir” el teléfono de la directora, amarrando una punta del hilo al cable telefónico. La acción de espionaje concluyó estrepitosamente con una tarde de final de clases borrando todas las pizarras de la escuela como castigo.
Ya de adulto mi hobby fue colmado por la CANTV, con las continuas llamadas ligadas que me permitían enterarme de todo lo humano y divino. Tenía en mi hogar uno de aquellos viejos teléfonos grises, en cuyo disco giratorio se mostraba, inútil, el abecedario.
Una mañana de esas, durante las cuales se piensa que el día será como cualquier otro, sucedió lo imprevisible: mi teléfono se ligó en una conversación con el teléfono de un tal “Tobías”.
“Tobías”, por lo que pude entender, conversaba con alguien llamado “Carmelo”; conversación que no pude entender al principio si se trataba de una negociación de compra de una póliza de seguros o de otra cosa. Ya al final de la conversación pude aguzar el oído y escuché por el auricular lo siguiente:

-C: Bueno, coño, un toquecito...
-T: Bueno como no...déjame que ya me voy a poner en eso...
-C: Está bien todo, pero eso es para aumentar
-T: Estoy de acuerdo...

En todos los años que llevo de espía, en mi larga vida de “oidor indiscreto”, ninguna conversación como esa que escuché inquietó tanto mi curiosidad. Ese corto diálogo lo he anotado en varias resmas de papel, le he dado la vuelta, he jugado con las variantes, he consultado el libro del profesor Angel Rosenblat, “Buenas y malas palabras”, y los escritos de Alexis Márquez Rodríguez, y ninguno me da una explicación acerca de lo del “toquecito”.
La duda me asfixiaba y opté por abandonar mi vicio. Cambié mi viejo teléfono por uno “digital”, y llamarlo así, en estos tiempos que corren, encierra toda una alabanza omnipotente y una concepción de vida. Mi nuevo teléfono emite un gurgural llamado, cual dulce canto de sirenas, acompañado de un variado juego de luces intermitentes; y lo que es mejor, ya no se liga.
Del “toquecito” ya ni me acuerdo…

Para una sonrisa colgate...

El chimó, esa pasta negra que se produce de la cocción de la hoja del tabaco, tuvo una destacada presencia en la vida merideña de los siglos XVIII y XIX. Fue el chimó lo que propició en 1781 la visita a nuestras tierras del químico y botánico Pedro de Verástegui, quien fue discípulo del gran científico Carlos Linneo. Verástegui realizó investigaciones del salitre encontrado en la tierra de la laguna de Urao, cerca de Lagunillas, a fin de utilizarlo en la elaboración de pólvora; observó además su empleo en la preparación del chimó, aportando sus conocimientos para determinar las proporciones comerciales de cada ingrediente, para así obtener un mejor producto. El uso del chimó fue calando hondo en las costumbres de los merideños, hasta hacerse común ver tanto en hombres como en mujeres el característico movimiento acompasado de la boca cerrada. Para evitar tan “mala” costumbre, el primer Obispo de Mérida, Fray Juan Ramos de Lora, decretó el 4 de junio de 1785 la prohibición del uso del chimó en la iglesia, bajo pena de excomunión mayor, castigo muy severo para la época. Para abril de 1823, el viajero francés Boussingault llega a tierras merideñas y describe en sus “Memorias” el hecho de que algunas damas de alcurnia llevaban consigo unas cajitas de elaboración muy fina que contenían chimó, el cual tomaban utilizando una espátula de metal precioso o en su defecto la uña del meñique, la cual dejaban crecer desmesuradamente. El uso del chimó ennegrecía los dientes de las damas, por lo que Boussingault agrega en su relato: da pena ver mujeres frescas, de labios rosados con los dientes como ébano...

24 noviembre, 2006

El libro más viejo de la ULA


En la Sala de Libros Antiguos de la Universidad de Los Andes, en Mérida, se encuentra un conjunto de textos que data del siglo XVI y que muestra una gran variedad de temas: Derecho, Filosofía, Teología, Física, Medicina, Literatura, Historia... Estos volúmenes provinieron de la biblioteca del Seminario de San Buenaventura, germen de la hoy Universidad de Los Andes; textos que pertenecieron a las órdenes de los jesuitas, los dominicos, los agustinos, y de las donaciones de Fray Juan Ramos de Lora (617 volúmenes), Cándido Torrijos (2940 volúmenes), Hernández Milanés, entre otras. Esta cantidad de obras disminuyó por las guerras de Independencia y Federal, pues el papel en esos momentos tenía por prioridad la hoguera y el chopo. Uno de los más antiguos que se conserva en la ULA es un legajo al que le falta la portada y las veinte primeras páginas. Es un medio folio con cubierta de pergamino, papel basto y encuadernación primitiva. El texto está escrito en latín y realizado a dos columnas con caracteres góticos de tres cuerpos. Los doscientos folios que se conservan poseen numeración romana. Gracias a las investigaciones realizadas en la década de los setenta por Agustín Millares Carlo, basado en el texto de Juan Manuel Sánchez, Bibliografía aragonesa del siglo XVI, en donde aparece en versión facsimilar la portada del texto que nos ocupa, podemos transcribir el título del mismo, el cual es: Magistri didaci Diest questiones phisicales super Aristotelis textu(m) sigillatim om(n)es materias ta(n)ge(n)tes in quibus difficultates que in theologia alijs scientijs ex phisica pendent discusse suis lucis inseruntur. Su autor es Diego Diest y tiene por lugar y fecha de impresión a Zaragoza en 1510. El texto trata de la física de Aristóteles, de los meteoros y de la generación y corrupción del alma.

¡¡¡Por la parada por favor!!!


Ya de regreso, les comento que este viaje de varios días por Cumaná, tierra de Andrés Eloy Blanco y Ramos Sucre, dejó en mí migajas de asombro ante la diversidad de paisajes y de culturas que pueblan nuestro país. En particular, la cotidianidad me enseñó más claramente que cada poblado hila sus actos, sus mentalidades, sus creencias y va tejiendo así su manera de ser, su identidad. Por ello, montarme en un transporte por puesto, confrontar mi cotidianidad con otra ciudad, fue más eficaz que un seminario completo sobre diversidad cultural. Cada ciudad tiene su manera peculiar de transporte público y sus usuarios adoptan también situaciones particulares. En Puerto Ordaz, por ejemplo, al transporte público se le llama “perrera”. No es más que una camioneta pick up provista de un techo en la batea. Cada “perrera” está identificada con un cartel que dice “Directo”, y aunque esa palabra posea un cariz positivo, el ver ese transporte que avanza a 120 Km/H atiborrado de personas nos hace pensar inmediatamente en la expresión “Directo al infierno”.
En Barinas es otra cosa. El transporte público en su mayoría está constituido por grandes buses y al abordarlos se debe pagar el monto del pasaje, no al bajar, y la parada se pide aplaudiendo. En Mérida se paga el pasaje al bajar de las “busetas” y se pide la parada como agradeciendo por una gracia concedida: “por-la-parada-señor-si-es-usted-tan-amable-y-me-hace-el-favor”.
La única diferencia entre la “buseta” merideña y la valerana es el merengue que oímos en esta última y que acompaña la travesía de los 35 usuarios que van en el transporte de 20 puestos.
Hace dos días estuve recorriendo las inmediaciones de la casa natal de Andrés Eloy Blanco y Ramos Sucre. Eran aproximadamente las 5 de la tarde y ocurrió algo sorprendente: entre 200 y 250 personas esperaban ansiosas la llegada de algún bus que los llevara de regreso al hogar. Durante hora y media pasaron tres o cuatro buses y la cantidad de personas aumentaba en las paradas. Ni buses, ni busetas, ni perreras, ni taxis… Nada que se moviera…
Un cumanés nos sacó del asombro:
-“Eso es normal. Aquí hay muy poco transporte y los pocos que hay prefieren irse temprano a ver una película en la casa que ver la película de matazón dentro de su transporte. Hay mucho malandro”.
Cada cabeza es un mundo, cada poblado es un sistema solar…

17 noviembre, 2006

El primer reloj de la Catedral de Mérida

Augusto Federico Ruejs tomó rumbo al Puerto de Arenales para esperar, como de costumbre, la llegada del barco que traería la materia prima de su sustento. La jornada de trabajo prometía normalidad con unos cuantos baúles y equipajes, pero seis enormes y pesadas cajas provenientes de Hamburgo, con destino a la ciudad de Mérida, le hicieron fruncir el ceño.
­–Es mi trabajo, por algo soy el arriero– dijo con resignación.
Al día siguiente, 116 hombres al mando de Ruejs cargaron en hombros las seis cajas que ostentaban en sus costados las palabras “Juan Münch & Cia.”, entre otras, e iniciaron la larga travesía por el camino de Arenales. Este camino, llamado por Tulio Febres Cordero como “la vía del progreso” por haber entrado por allí la imprenta, el piano, gran cantidad de máquinas y objetos de arte, presentaba a los cargadores un trayecto sinuoso, empinado y fangoso.
Mientras, en Mérida los habitantes esperaban ansiosos la llegada de las cajas; incluso meses antes habían anunciado por la prensa el pronto arribo:

El reloj de la Catedral
Dentro de poco tiempo exhibirá la elegante torre de la Catedral su famoso reloj, debido a los esfuerzos del Sr. Bourgoin, y contribuciones de varios generosos merideños. A un paramento tan precioso viene anexa la utilidad pública.
El hacendado, el comerciante, el empleado público, el artesano, todo ser viviente que estando en sociedad, sepa estimar el tiempo para la economía del trabajo, tiene que fijarse en nuestro reloj público; luego á todos importa su conservación y fijeza.
(La Actualidad [Mérida], 11 de mayo de 1876).

El pesado y enojoso cargamento de Ruejs era entonces el primer reloj público para la ciudad de Mérida. La iniciativa de tal empresa fue del científico francés P. H. G. Bourgoin, notable habitante de la ciudad, quien emprendió la campaña entre la ciudadanía para la obtención de un reloj, consiguiendo para ello 800 pesos como contribución.
Ya con el reloj en la ciudad, Bourgoin se dedicó a la instalación del artefacto. Al principio se propuso la idea de instalar el reloj sobre la torre del Cuartel de Mérida, pero el avanzado deterioro de la estructura hizo obviar esta idea y se acordó colocar el reloj en la para entonces única torre de la Catedral. Para ello se contrató al relojero José Antonio Troconis y como ayudante a su sobrino Jorge Febres Cordero. Ellos tuvieron por sueldo no más de una libra esterlina al mes, que se las pagaba Bourgoin por cuenta de la Catedral. Fue ardua la tarea de instalación y, al fin, el 7 de julio de 1876 comenzó a agitar los brazos de sus agujas el gran reloj de pesas y numeración romana.
Para el acto de inauguración, Bourgoin tuvo la idea de nombrar a un grupo de personas que apadrinaran al reloj. Entre el grupo de padrinos se encontraba el presidente del estado, General Pedro Trejo Tapia. El 28 de junio de 1876, Trejo Tapia responde la solicitud de Bourgoin con una efusiva carta en la que dice, entre otras cosas:

El Gobierno sabe estimar el interes que Ud. ha tomado por la empresa que eleva en la empinada torre de Catedral ese reloj que no solamente marcará las divisiones, y subdivisiones del tiempo para utilidad de todos, y principalmente, para el orden económico de los trabajos públicos, sí que también será un grato recuerdo a la memoria del ciudadano francés PHG Bourgoin.
(La Actualidad [Mérida], 6 de julio de 1876).

Troconis y Febres Cordero desempeñaron el cargo de relojeros de la Catedral por un año, hasta 1877. Luego, Manuel Antonio Fernández y su hijo Antonio desempeñarían el cargo vacante devengando la asignación mensual de 20 bolívares. Ellos desinstalaron por primera vez el reloj entre 1901 y 1902, para labores de mantenimiento. Por ese trabajo de limpieza cobraron 170 Bs.
Y el tiempo fue pasando para el reloj de pesas. Terremotos, cambios políticos y sociales, hazañas y desvergüenzas presenciaba el vigía de cara redonda desde lo alto de la torre. En la década de los sesenta –del siglo XX– el viejo reloj dio paso a los avances de la ciencia y fue sustituido por un reloj electrónico y de numeración arábiga.Hoy el viejo reloj sueña desde su nuevo hogar con esplendores pasados. Acostado en el Museo Arquidiocesano, tal vez intenta mover sus brazos, como otrora.

(Amigos, la próxima semana estaré presentando un trabajo sobre Rafael Bolívar Coronado en la reunión de Asovac, que se celebrará en Cumaná. Por eso, estos saparapandeos estarán de receso. Cuídense y desde la tierra de Ramos Sucre les estaré recordando).

15 noviembre, 2006

¡¡¡¡Incertidumbre!!!!

Con la mirada puesta en el horizonte, y preparados los equipajes y las viandas, el camino se mostraba ancho y serpenteante ante la travesía por iniciar. Un talud de pensamientos detuvo el paso con el cual comenzaría su viaje. Se sentó a un lado del camino a pensar en las infinitas posibilidades de su recorrido, en los baches, en los arduos ascensos y en los entrecortados descensos. Pasaron días y meses y aún pensaba en las ventiscas, lluvias y canículas que acompañarían sus futuros pasos. Transcurrieron años y meditaba aún al lado del camino acerca de la duda que surgiría ante las posibles bifurcaciones…
Siglos después aún espera sentado, ahora en el museo de antropología, etiquetado como “Hombre de Cromagnon”…

12 noviembre, 2006

Yo, El Almirante

Para recordar al poeta Pepe

Yo, Cristóbal Colón, el Almirante, he podido abandonar
el primer viaje y evitar esta refriega inútil de no saber
jamás dónde ni cómo.
Ciertamente he podido evitar esta maldita aventura de
aguas y sangre.
Dócil, bajo los arbustos de Galicia, he podido dormir
borracho
o amanecer en el prado,
persiguiendo a la moza de bucles de gallina.
Mis manos suenan como una batalla y sé que estoy
perdido:
el amor de Cristo y de la Reina no bastan para detener
ahora que soy dueño de la tierra en círculo
esta infinita avaricia que seduce y que me incita al crimen
a la traición, a todo cuanto quise.
Vivo demente, soñando que soy bodega o proa. No deseo
como antes
tirar mi boca roja al mar y hacer con mis brazos fiestas
prodigios de espuma.
Cuando llego a las posadas pierdo estribor
y desorbitado, impaciente, grito tierra. Pido una carta
una copa, un halcón de otoño y grito tierra.
Grito desesperado
hasta que los huéspedes cansados despiertan y golpean
sin clemencia
me arrojan enormes puertos en la espalda.
Trato entonces de caminar hacia atrás
como si no hubiese nunca nada
y algo distinto al mundo esperara.
(José Barroeta, 1996)

09 noviembre, 2006

La máquina del tiempo


Amalio, Juan Pablo, Carlos Luis, Verde, Gustavo...
Si Julio Verne y H.G. Wells hubiesen meditado más sobre el asunto, seguro habrían llegado a la conclusión de que una foto vieja es la máquina del tiempo perfecta. No hace falta tanto cable enmarañado, ni tanta partícula subatómica, ni tanta vuelta a la velocidad de la luz para compartir nuevamente con nuestro huidizo pasado. Con sólo tomar en nuestras manos el papel descolorido viajamos inmediatamente al ayer...

Dayana, Las morochas, Aymara, Soliani, Carlos Valera...
Eso del cerebro y la memoria siempre han causado en mí una gran curiosidad. ¿Cómo puede un pedazo de carne almacenar un recuerdo? Esa pregunta me hace evocar la inquietud de los presocráticos, padres de la filosofía, quienes ante el asombro que les provocaba la vida, exclamaban perplejos: “¿Cómo la carne nace de lo que no es carne y el cabello de lo que no es cabello?”. El asombro se hace mayor al saber que han pasado ya 28 siglos desde que los presocráticos expresaran esta duda y hasta el día de hoy seguimos dando tientos por caminos aún desconocidos. De todas maneras, sea espíritu, demonio, combinación de sustancias, relación de neuronas, pequeños choques electroquímicos, lo que sea, la memoria será siempre ámbito en donde nos reconocemos para reafirmar nuestro presente.

Jenny Valera, Yadira, Rómulo, Érika, Juan Carlos...
Hace pocos días mis amigos de la adolescencia me dieron un regalo inesperado: una foto de la época del bachillerato que nos muestra como grupo de alumnos del 5to. Año del Colegio República de Venezuela, de Valera. La imagen es un instante del paseo organizado como expedición de campo para la materia Ciencias de la Tierra, realizado por los paisajes de Boconó en el año de 1991. Hoy, 15 años después, y viendo esa imagen, regreso inmediatamente a los juegos de futbolito, a las canciones de Sentimiento Muerto y Desorden Público, Charly García, Fito Páez y Miguel Ríos. A las horas dedicadas a las series de televisión, consumiéndonos en “Alf, el extraterrestre”, “Cállate Sicilia” y “Sonoclips”. A los paseos en los carros “prestados”. A las constantes ganas de que las muchachas de las otras secciones del colegio nos prestaran atención para que aceptaran una invitación al cine “Teatro Avenida”...

Franco, Yesenia, Mayela, Katiuska...
Salud a todos, viejos amigos... Y de ahora en adelante, cuando desee tenerlos cerca, abordaré esta máquina del tiempo para darnos nuevamente un abrazo cordial.

08 noviembre, 2006

Al otro lado del espejo...


Quizás, al otro lado del espejo, la realidad se haga comprensible. Este mundo cuadriculado, dicotómico, que asalta a cada instante mis sentidos, es un mal simulacro, un fiasco de teatro. La lógica, la razón, las costumbres han hecho que nuestra visión de las cosas sea fragmentaria, que la vida sea no más que “una mala historia contada por un tonto”, parafraseando a Shakespeare. La literatura, la buena, por supuesto, es un excelente anteojo para ver el mundo más allá de sus tres dimensiones. Hagamos entonces de la literatura materia fundamental en todas las áreas de la sociedad. Rescatemos a la literatura de la cárcel a la que la han sometido los malos profesores de literatura del bachillerato y la universidad, quienes no se cansan de hablar las mismas sandeces de “El Túnel”, “Don Quijote”, “Doña Bárbara” y “María”. Quitemos a los críticos el “derecho exclusivo” de hablar de literatura y que cada libro que salga de las imprentas sea interés de asunto nacional. Que hasta en un jonrón, del Magallanes o del Caracas, narrado por un locutor deportivo, se diga con toda la seriedad del asunto: “Jonrón patrocinado por ‘El elefante’, de Fedosy Santaella; segunda base robada por ‘Vine, vi, reí’ de Armando José Sequera”. Quizás así, y sólo así, veamos un país distinto. Mientras tanto, y para celebrar el triunfo de Alberto Barrera por su premio Herralde, oigamos las palabras del inolvidable Cortázar.

07 noviembre, 2006

Punto de vista...

Percusión de espigados tacones, alpargatas deshiladas de asombro, mocasines exhibiendo lustres de infantes manos hambrientas. Calzados.
Pieles artificiales hacedoras de caminos. Calzados errantes, calzados de rumbo fijo, calzados en confusión.
Zapatos sonrientes y seguros del mañana; detrás, zapatos temblorosos y de agobios. Doblan la esquina. Truenos de un arma.
Puntas de un par de zapatos apuntan al cielo mientras otro par corre imperturbable entre la muchedumbre…

06 noviembre, 2006

El bostezo...

“Nuestro español bosteza
Doctor: ¿será hambre, sueño, hastío?
¿Tendrá el estómago vacío?
El vacío es más bien en la cabeza”.
Antonio Machado

-Aaaahhhmm…
La desmesura de su boca anunciaba el ocaso. Desde la ventana, observaba el tropel de la multitud. Fijaba su atención en los rostros de pesadez y amargura de las personas –cual caducos Atlas, quienes soportaban sobre sus hombros el peso de grandes relojes de esfera-. Rió para sus adentros cerrando cuidadosamente la ventana de madera. Apagó el foco de su cuarto y al acostarse exhaló un gran bostezo, aunándose luego la multitud como un majestuoso himno de hastío y angustia que cubría la ciu… aaaahhhmm…

05 noviembre, 2006

Mirar la ciudad...


La Ciudad, montón de encías desdentadas, se alzaba en algún lugar próximo al centro de nada. No existía ninguna razón que explicara el que la hubiesen construido allí y no en otro lugar; allí, ni un gran río, ni una cadena de montañas protectoras, ni siquiera una pequeña ondulación del terreno. Algún pionero arrojaría allí, de puro cansancio, su mochila, o quizás un caballo tuvo la ocurrencia de morirse en semejante sitio, y la Ciudad había surgido de tan humilde semilla, como un árbol o una enfermedad.

Peter Ustinov. Krumnagel, 1971.

Valera, la Roma de Venezuela, la ciudad trujillana de mi infancia y adolescencia, es hoy, luego de tantos años de haber salido de sus colinas, una suma de imágenes inconexas. Recuerdo por ejemplo la Plata I y la camaradería de sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar al vecino en desgracia. Pienso en el preescolar Consuelo Navas Tovar y la Escuela Eloísa Fonseca, con sus excelentes maestras y los enormes patios donde imitábamos las proezas de los futbolistas del mundial de España 82. Evoco el Ateneo de Valera y el escudo de su entrada que ostentaba para aquel entonces la indescifrable frase “Mens agitat molens”. El Supermercado Victoria, la plaza Bolívar, el parque Los Ilustres, el Edivica, las Acacias… Lugares que producen en mí retazos de nostalgia y que me invitan a dirigir la mirada hacia el techo y refugiarme en los vapores de la memoria.
Sin embargo, una ciudad no está hecha sólo de cemento y asfalto. Una ciudad también se construye con la mirada de sus habitantes, sus percepciones, sus valoraciones. Las palabras son el cemento de la realidad. Quizás por ello sea un buen ejercicio recopilar las miradas sobre la ciudad y vernos así en los pliegues de los adjetivos y verbos. Por lo pronto, veámonos los valeranos a través de las palabras de un viajero naturalista francés que visitó la ciudad en el siglo XIX y de un recién graduado médico que años después llegaría a ser conocido en el país como “El venerable”.

Christian Anton Goering (1836-1905)
Tomado de: Goering, Christian Anton (1999) Venezuela el más bello país del trópico. De las bajas tierras tropicales a las nieves perpetuas. Traducción del alemán: Verónica Jaffé y Nora López. Caracas: Playco. Pág. 140.

“El valle de Mendoza está relativamente bien cultivado y tiene un clima agradable, pero eso cambia rápidamente cuando uno baja a Valera, situada mucho más abajo, a orillas del río Motatán. Está ciudad está rodeada de montañas por todas partes. Solamente al norte, donde el río corre hacia los llanos de Monay, hay una amplia brecha. Ese encierro tiene como consecuencia una temperatura muy alta; yo por lo menos no recuerdo haber sufrido tanto de calor, ni en Cúcuta ni en ninguna otra parte. Sin mencionar la cantidad de insectos que había en nuestra posada de la plaza principal. Sin embargo, hay que decir que la situación de la ciudad es linda y que allí volví a encontrar la flora exuberante de las tierras bajas”.

José Gregorio Hernández (1864-1919)
Tomado de: Hernández Briceño, Ernesto (1958) Nuestro Tío José Gregorio. Contribución al estudio de su vida y de su obra. Tomo I. Caracas: Rivadeneyra. Págs. 172-173.

“Valera, oct. 22 de 1888.

Sr, Santos A. Dominici.
Caracas.

Muy querido amigo:

Desde el 18 del presente me encuentro en este lugar, como te decía en una de mis anteriores, viendo qué tal me parece para establecerme definitivamente, y estudiándolo para ver si, por el número de sus habitantes o por su situación central con respecto a los otros pueblos de por aquí, permitía esperar una clientela variada y principalmente productiva; pero, a juzgar por lo que he visto y me han contado las personas mejor informadas, veo que de ningún modo me conviene establecerme aquí.
Suponte una planicie, o mejor, no es una planicie, sino un valle sumamente hondo, un punto adonde llegan todos los caminos que van a los otros pueblos de la sección, de modo que forzosamente tiene que pasar por aquí el que vaya a otra población cualquiera, y eso hace que sea punto muy central y de mucho movimiento comercial. Si ahora lo consideramos intrínsecamente, vemos que tiene aproximadamente tres o cuatro mil habitantes, según mi cálculo, la mayoría italianos, que son los comerciantes y, por consiguiente, los más acomodados; luego la sociedad fina, que es muy pequeña, como que son casi todos miembros de la familia Salinas; después viene el pueblo, cuyas familias se mantienen con la cría de marranos y, por consiguiente, son sumamente pobres. Agrega a todo esto dos médicos que están aquí, uno que es el doctor L., condiscípulo de Mosquera y que ha estudiado tres años en Europa, hombre bastante instruído, pero que juega espantosamente y por eso descuida un poco a sus enfermos, pero no tanto como me habían dicho; el otro médico es el joven Pérez, de quien te hablé en una anterior a ésta.
Creo que indudablemente opinarás como yo; dejaremos a Valera para los médicos que ya están aquí, que son muy suficientes y si no están de más es porque éste es, como te decía, un lugar muy central y los forasteros suplen la pobreza en habitantes y en dinero. Por lo demás, es muy pintoresca en situación topográfica y sirve para asombro a todo el mundo porque es una sorpresa poco común en la cordillera andina, puesto que, estando en el corazón de la serranía, tiene una temperatura bastante elevada y no es raro que haya veintiocho y treinta centígrados a las cuatro de la tarde, mientras que a su alrededor hay una multitud de pueblecitos que distan tres, cuatro, el que más seis leguas, en los cuales el clima es bastante frío.
(...)
Las niñas de aquí son muy simpáticas y agradables; bailan muy bien, si me sigo por la única con que he bailado una noche aquí en casa con piano: me aseguran que hay otra que baila muchísimo mejor que la niña con que bailé; me he hecho muy amigo de esa afamada pareja y me ha prometido que en el primer baile que me encuentre con ella tendré la segunda pieza: se llama María Reimi y es prima de la novia de Eduardo Dagnino”.

03 noviembre, 2006

La telaraña en los ojos...

Ojeando un viejo texto de Svend Dahl que lleva por título “Historia del Libro”, me topo con una frase enigmática, desubicada, puesta allí como quien consigue un tomo de la “Ilíada” en medio del montón de revistas de un consultorio odontológico. La frase dice así: El que Herodoto, en su descripción de Egipto, no mencione los papiros es prueba de que éstos eran un fenómeno cotidiano en su país. Hasta ahí la frase. Nada. Ni una palabra más que argumente lo dicho, como si fuese cosa nimia lo expresado. Si el silencio es prueba de la existencia, debe encontrarse entonces un mundo más ancho y ajeno, como diría Ciro Alegría, detrás del mundo que los sentidos nos muestran en el bullicio festivo de lo cotidiano. Pareciera que ante tantos signos los sentidos se adormecen, se aburundangan, y comienzan a desaparecer de la realidad los objetos que ya son habituales en nuestro espectro visual. La lámpara de noche que lleva ya tres años en la esquina del dormitorio, ha desaparecido de tanto verla en su perpetua inamovilidad. El sofá de la sala es un ente metafísico, inexistente, que anuncia su presencia cada vez que hay que barrer debajo de sus patas. “La cotidianidad nos teje telarañas en los ojos”, habría dicho el poeta argentino Oliverio Girondo, optando por la sorpresa, el extrañamiento, el asombro; nuevas miradas como solución a la desesperanza contemporánea.

01 noviembre, 2006

El papá de los helados le está soplando el bistec al fresita

La maravilla del lenguaje hace notar su presencia en cada parada de autobús, en cada cola de banco, y nos muestra, cual pavorreal, todo su plumaje extendido lleno de signos. Palabras que van de bocas a oídos y que nos recuerdan que el lenguaje es un corazón que late y no un bloque de mármol cincelado para el bostezo y la amargura. El habla, ya lo había dicho Saussure, es constante metáfora y movimiento. Quizás por ello me aventuré, con libreta en mano, a pasearme por las calles y avenidas de Puerto Ordaz para tomarle el pulso al habla guayanesa. Aquí les obsequio lo anotado:
Arresingar: joderse. “Que se arresingue ese muchacho”
Bruja: chismoso.
Cagalera: dulce de leche con papelón y queso.
Caja e’ machete: inteligente, intrépido. “Juan es una caja e’ machete”.
Cambimbear: vagar, andar sin oficio. “Seguro andas cambimbeando”.
Camute: trabajos varios, matar tigres. “Pedro está camuteando”.
Cimbrada: ceder por el peso, apretado. “La camioneta está cimbrada”.
Comemuslo: amante. “Luisa tiene un comemuslo”.
Esgaritar: perderse. “No se esgarite”.
Esguarilao: desordenado. “Caminar esguarilao”.
Fresita: sifrino.
No furula: inservible.
Papá de los helados: el mejor.
Pelar pava: cortejar
Perrera: transporte público.
Picha: metra.
Pijotero: ramplón, básico. “Ese carro es pijotero”.
Potear: piratear. “El profesor está poteando”.
Secársele las patas: esperar mucho tiempo.
Soplar el bistec: cortejar la novia de otro.

31 octubre, 2006

Ortografía urbana...

El poeta Andrés Eloy Blanco, en uno de sus tantos artículos periodísticos, habló alguna vez de la manera peculiar de la escritura de las vallas y avisos que decoran las ciudades y que llamó, con sonrisa irónica, «la ortografía urbana». Esta especie de gramática paralela a las normas difundidas por la Real Academia Española –según el poeta– representa un choque entre lo aprendido en la escuela y lo leído en la calle, entorpeciendo la enseñanza y la conquista de una lengua fundada en la corrección.
Decía el poeta que la mayoría de los anuncios y muestras comerciales adolecían de una “paupérrima preparación gramatical o de ridícula manía extranjerista” y, aunque esta última posea una “función evocadora de viajes” y a la primera “sólo pueda perdonársele en cartas de amor”, Andrés Eloy Blanco abogaba por la creación de inspectores de avisos que deambularan por las calles de la ciudad remendando los entuertos de la ortografía urbana. Cumplo entonces la voluntad del poeta y desempeño el oficio de inspector. Inicio el recorrido por un taller mecánico. Allí un gran cartel anuncia: “centro automotriz”. Vemos que en la palabra automotriz la desinencia –triz caracteriza a lo femenino y singular, como actor / actriz, emperador / emperatriz. Si la palabra centro es masculina por el artículo que podamos antecederle (el centro), entonces debemos concordar en género las dos palabras. La frase correcta, masculinas sus dos palabras, debe ser: el centro automotor. Continúo la travesía y observo un letrero: “Su cartera será visualizada al salir del negocio”. ¿Será que los negocios tienen ahora «videntes» que lo detendrán a usted en la puerta del local y con un esfuerzo que se evidenciará en su cara fruncida intentarán imaginar el contenido de su cartera? «Visualizar» es «imaginar algo que no se tiene a la vista». Sería: «Su cartera será revisada al salir del negocio». Cansado por el ajetreo, voy a beber un refresco; por costumbre y necedad alzo la vista para observar el anuncio del local y leo: “Caféteria Juventud”. Sabiendo que resulta en extremo difícil encontrar un acento en los anuncios, puesto que parece ser su hijo odiado, aquí la persona que elaboró el anuncio tuvo la buena intención de utilizarlo, pero olvidó que la raíz café traslada su acento al hiato –ía. Así: cafetería. Igualmente: panadería, carnicería. Por mi parte, desisto continuar este paseo ortográfico. Cedo a usted mi puesto.

30 octubre, 2006

Faltándome una pieza del lego...


Es inevitable. Faltándome sólo una pieza del lego para construir un cohete –e ir a vender linternas en el lado oscuro de la luna– o un gran barco pirata –para partir de Cádiz y ya en Cubagua hacerte un collar de perlas y cocos– mi madre grita desde la cocina que ya es hora de dormir porque mañana hay clases y que me vaya a cepillar los dientes. Dejo mi cohete sin combustible y mi barco haciendo agua para reducir mi aventura a los ocho pasos que hay de mi cuarto al baño. Al dar el último paso se muestra en el espejo un niño con todo el cabello sobre la frente y un diente blanco y grande que parece cotufa, además de la ausencia de otro que aguarda en el zapato la visita del Ratón Pérez. Mientras el niño del espejo se cepilla los dientes, el niño que está del lado del lavamanos piensa para qué un ratón millonario –tiene que serlo, porque deja dinero– necesitará dientes con caries. Seguro hará con ellos una casa o los molerá hasta convertirlos en polvo para que las playas del río Orinoco, que tanto le gustan, no desaparezcan.
Retomo los ocho pasos para regresar a mi cuarto, me arrodillo, me dispongo a rezar... La verdad no sé con quién hablo, pero una vez mi madre me dijo que si no rezaba antes de dormir tendría pesadillas. Detuve la oración y pensé que ahí estaría mi aventura. Durante el sueño podría pescar gallinas submarinas, cazar renacuajos del aire, pasear en globo con Panchito Mandefuá, subir montañas con Humboltd e imprimir hojitas con Tulio Febres Cordero. No me quedaba otra opción porque ya mi madre no viene a mi cuarto a leerme cuentos para dormir, que me hacen despertar con una sonrisa cómplice. Así que me metí en las sábanas y esperé la pesadilla que me mostrara nuevos mundos. Más me hubiera valido no cometer semejante disparate. Todo era un infierno. Soñé que tenía treinta y dos años y escribía desesperanzado un cuento.
Y lo más terrible es que aún sueño y no amanece...