La tribu, por definición, es una forma de organización social caracterizada por la presencia del “jefe único” o “cabecilla” como regulador y legislante de las instituciones civiles. La materialización del jefe único está representada en la figura del “ídolo”, al cual se le atribuye el privilegio de encauzar hacia la prosperidad o la desgracia –según su voluntad– todos los destinos de la tribu. El ídolo, según Erich Fromm, “es la figura a la cual una persona ha transferido su fortaleza y sus capacidades”, siendo la relación ídolo-creyente un despojo de consciencia y voluntad (por eso es alienante el dinero, la religión y el amor: “Amar es una falta de amor propio”, diría Ramos Sucre). Frases como: “aquí lo que hace falta es un hombre con los pantalones bien puestos para que arregle esto”, “un presidente parecido a Pérez Jiménez es lo que necesitamos para que ponga orden”, o lo que vemos en las películas de superhéroes o de guerras, que cuando matan al jefe de los malos inmediatamente cesa toda balacera, no es más que la manifestación de transferencia de voluntad que el individuo concede al ídolo. Esa transferencia de voluntad, según Freud, debe entenderse como “manifestación de que en lo hondo de su inconsciente, la mayoría de los hombres se sienten como niños y, por tanto, anhelan una figura poderosa en la cual confiar y rendirse”.
Pero este anhelo de una figura poderosa no es necesariamente y nunca exclusivamente la reproducción de una experiencia infantil; sino que constituye una condición superable del ser humano.
Tanto que se habla hoy día en Venezuela del hombre providencial, del santo que aplaca toda guachafita, viene a demostrar que somos aún sociedad tribal, y que esa condición redundará en el permanente desgaste de la democracia; pues la democracia no es más que la expresión de la voluntad y la conciencia individual.
¿Se imaginan un país sin presidente? ¿Se imaginan una universidad sin autoridades?...
Pero este anhelo de una figura poderosa no es necesariamente y nunca exclusivamente la reproducción de una experiencia infantil; sino que constituye una condición superable del ser humano.
Tanto que se habla hoy día en Venezuela del hombre providencial, del santo que aplaca toda guachafita, viene a demostrar que somos aún sociedad tribal, y que esa condición redundará en el permanente desgaste de la democracia; pues la democracia no es más que la expresión de la voluntad y la conciencia individual.
¿Se imaginan un país sin presidente? ¿Se imaginan una universidad sin autoridades?...
¿Tribales y resolvemos nuestras disputas políticas en paz, con espíritu cívico y con elecciones de por medio, constituyéndonos en ejemplo para el mundo entero??, ¿tribales y con más de 500 años de coloniaje a cuestas??, tribales y poseedores de una diversidad cultural como pocos en el planeta??. No estoy de acuerdo contigo Diego.
ResponderBorrarQué bueno que no estés de acuerdo, Rigoberto. Si no no tendría mucho atractivo el mundo. Cuando valoro como tribal a la sociedad venezolana me refiero sobre todo a la característica de pensar que la solución de los problemas que nos aquejan siempre están en un superhéroe, en un mesías que anhelamos. Somos tribales porque no confiamos en nuestro poder como sociedad para resolver nuestros asuntos. Le dejamos la responsabilidad al "cacique", que de seguro resolverá todo. A eso me refiero.
ResponderBorrarCreo en el liderazgo como la forma de encauzar la voluntad de un colectivo, pero me aterra el liderazgo que nace y se implanta para alienar a los otros a la voluntad de un particular.
ResponderBorrarUn saludote!