26 diciembre, 2015

El primer libro de cocina hecho en Venezuela


En la Venezuela colonial, la del siglo XVIII, era común la lectura de libros de cocina europea. De los primeros registros que se tienen, según las pesquisas realizadas por Ildefonso Leal (1978) en los documentos coloniales venezolanos, puede afirmarse que uno de los primeros libros gastronómicos que arriban a estas tierras es el Arte de cocina, pastelería y bizcochería y conservería, de Francisco Martínez Montiño, editado en Madrid en el año de 1611. Otro texto gastronómico del cual existe evidencia de su presencia en la Venezuela colonial es el Libro del arte de cocina, de Diego Granado, publicado en 1599. Además de los anteriores, el Nuevo arte de cocina sacado de la experiencia económica, de aproximadamente 1745; el Physiologie du goût, de Brillat-Savarin; El confitero moderno, de Maillet; el Manual de cocina española y americana, de Brecarelli, entre otros (Cartay, 1995: 288-289), nos hablan de una indiscutible presencia del libro de cocina en la Venezuela colonial que, a través de las copias manuscritas o el préstamo y la cesión testamentaria, formas comunes de distribución del libro en la época, pudieron haber alentado la difusión de los mismos entre un extenso público consumidor. Carlos Duarte, por su parte, señalando a los libros de cocina manuscritos como forma generalizada de difusión, nos recordará:

Muchos de los platos que se comían durante el período hispánico provenían de viejas recetas familiares que se fueron acumulando y perfeccionando, añadiendo ingredientes locales que le dieron a la cocina criolla un toque particular. Muchas personas se guiaban por las recetas de libros de cocina como el de Juan Altimiras, Nuevo Arte de Cocina, editado en Madrid en 1767, del cual figuraba un ejemplar en la biblioteca de don Juan de la Vega. (Duarte, 2001: Tomo II, 33).

En medio de ese incipiente pero para nada despreciable campo cultural del discurso gastronómico en la Venezuela colonial, surgen los que se conocen como los dos únicos proyectos editoriales de cocina hechos por venezolanos en el siglo XIX. El primero de ellos fue elaborado por José Antonio Díaz, como parte del libro que lleva por título Elagricultor venezolano o Lecciones de agricultura práctica nacional, editado en Caracas en 1861 por la Imprenta Nacional de M. de Briceño. En este libro de Díaz, cuya intención era la formación de la juventud caraqueña en la vida y quehaceres de la agricultura, se describe el cultivo y usos de plantas, la higiene campestre, la economía rural, consejos médicos, abono de suelos, clarificación de vinos, entre otros conocimientos rurales cuya enseñanza buscaba recuperar, según el decir de Díaz, la moral perdida de los campos:

Estos motivos me decidieron á aceptar el magisterio de la escuela proponiéndome no solamente descubrir á la juventud los tesoros de nuestro suelo y el modo de explotarlo para que mis alumnos á su vez hiciesen despues lo mismo sino dejar en nuestras lecciones un escrito que hiciese prosélitos al campo y si no para hoy para mas adelante restableciese la moral perdida por las continuas revueltas políticas que no han cesado de turbar el orden público por una larga serie de años (Díaz, 1861: III-IV. Se transcribe con la ortografía original).

Uno de los capítulos de este libro de Díaz lleva por título “Cocina campestre” y el mismo resulta ser un compendio de recetas de uso cotidiano en el campo venezolano, entre las cuales encontramos, en un discurso lleno de valoraciones sobre la economía, el gusto y su carácter saludable, a la olleta, el mondongo, morcillas, chorizos, carne frita, “ropa sucia”, hallacas, entre otros. Así, este texto es considerado, al decir de varios investigadores (Lovera, 1988 y Cartay, 1995) como uno de los primeros recetarios publicados en Venezuela.
Sin embargo, prefiero reservar ese privilegio a Cocina criolla o guía del ama de casa para disponer la comida diaria con prontitud y acierto, del escritor merideño Tulio Febres Cordero (1860-1938), quien publicó este texto en el año de 1899. En realidad este libro de Tulio Febres Cordero será el primero que se planifique y se imprima como un discurso culinario autónomo y con una plena intención de ser compuesto como libro gastronómico, a diferencia del texto de Díaz que, como ya dijimos, es parte de un libro cuya temática general es la formación para el quehacer rural.
Así, la literatura gastronómica nació en Mérida, en los Andes venezolanos, próxima a la alborada de un nuevo siglo.

Referencias Bibliográficas:

-Cartay, R. (1995) El pan nuestro de cada día. Crónica de la sensibilidad gastronómica venezolana. Caracas: Fundación Bigott.

-Díaz, J.A. (1861) El agricultor venezolano o Lecciones de agricultura práctica nacional. Caracas: Imprenta Nacional de M. de Briceño.

-Duarte, C. (2001) La vida cotidiana en Venezuela durante el período hispánico. (Dos tomos) Caracas: Fundación Cisneros.

-Febres Cordero, T. (1993) Cocina criolla o guía del ama de casa para disponer la comida diaria con prontitud y acierto. (6ta. Ed.). Mérida: Imprenta de Mérida.

-Leal, I. (1978) Libros y bibliotecas en Venezuela colonial (1633-1767). Caracas: Academia Nacional de la Historia.

-Lovera, J.R. (1988) Historia de la alimentación en Venezuela. Caracas: Monte Ávila.

13 diciembre, 2015

Seres de papel a cada vuelta de esquina


La literatura posee un poder tan pero tan grande que, en algunas ocasiones, crea personajes que logran salir de sus límites de ficción y terminan formando parte de nuestra trajinada realidad. Así, emocionados por la fuerza e intensidad de sus experiencias y acciones, terminamos creyendo que esos seres de la literatura son en realidad uno más de nosotros. Uno de ellos es Don Quijote de La Mancha, el viejo, flaco y alocado protagonista de la novela escrita por Miguel de Cervantes que fue publicada en el año de 1605. Convertida ya en un clásico de la literatura universal, esta novela relata las desventuras de Alonso Quijano quien, de tanto leer las viejas historias de caballerías, enloquece y se asume como un personaje guiado por los valores feudales del honor, la lealtad, la valentía y el ofrecer auxilio sin esperar nada a cambio. Alonso Quijano se cree Don Quijote de La Mancha, nombra a un fiel escudero, Sancho Panza, y va tras el auxilio de Dulcinea del Toboso, emprendiendo contra gigantes que los “cuerdos” ven como molinos de viento. Termina Alonso Quijano señalado como “loco” por responder a unos valores que no son propios de la individualista y egoísta edad Moderna.
“Don Quijote de La Mancha”, como toda obra clásica, logra aún conquistar lectores a lo largo de los siglos por su capacidad de ofrecer nuevas lecturas cada vez que abrimos sus páginas. Esta novela puede leerse como una obra de humor, de amor, de filosofía, de política, de aventuras, de economía, de historia y un largo etcétera que lo convierte en un maravilloso baúl de tesoros que no puede dejar de disfrutar ningún ser humano que crea en el poder de la palabra.
Una obra no solo llega a ser clásica por las múltiples interpretaciones que pueda ofrecer, como lo hace “Don Quijote”, sino que además alcanza este honroso calificativo por saber traducir los intrincados resortes que mueven a los seres humanos. Entender nuestra psiquis, comprender las motivaciones de nuestros ser y hacer, así sean imposibles e irrealizables, es una de las grandes cualidades de la literatura que se considera clásica.
Eso es lo que representa “Don Quijote de La Mancha” para la humanidad y por ello es un libro que nos acompañará por los siglos de los siglos.

12 diciembre, 2015

Regresar a Ítaca


Hay temas de la literatura que son universales, que no prestan atención a las fronteras de las geografías ni del tiempo, y terminan convirtiéndose en los grandes argumentos del arte en general. La guerra, el viaje, el amor, el poder y la muerte son algunos de ellos y quizás no por casualidad los dos primeros, la guerra y el viaje, hayan sido los que inauguraron la literatura occidental de la mano de Homero, pues fueron los temas que alimentaron la imaginería de la Antigüedad, época del asombro y el valor ante el inmenso mundo aún desconocido.
“La Ilíada” y “La Odisea”, las dos magnas obras de Homero, constituyen la base de la cultura griega y, mientras la primera nos sumerge en la exaltación del valor y la honra, en la segunda, en “La Odisea”, se desarrolla el tema del viaje y del regreso a casa. Odiseo, o llamado también Ulises en el término latino, emprende el viaje hacia Ítaca, lugar donde lo aguarda su esposa Penélope y su hijo Telémaco, a quienes no ve desde hace largo tiempo por los avatares de la guerra de Troya que lo mantuvo alejado durante diez años. El regreso de Odiseo a Ítaca, que duró otros diez años más, no resulta fácil pues a cada paso una serie de inconvenientes le impide estar al lado de su familia. Sirenas, gigantes de un solo ojo, hechiceras y un sinfín de aventuras harán del viaje de Odiseo una excitante historia que ha alimentado la imaginación y los sueños de la humanidad por varios siglos.
Al llegar a Ítaca le esperaba a Odiseo una nueva travesía y era el lograr resarcir la larga espera de Penélope y desarmar el complot de varios pretendientes para quedarse con su familia y su reino. La astucia de Odiseo tenía ante sí un nuevo reto.
Con “La Odisea” aprendemos que no hay mejor lección que el viaje pues, con el cambio de horizontes y el contacto con otras culturas, afianzamos nuestra identidad y logramos entender que el mundo, ancho y ajeno, es un lugar donde todo puede ser posible.
“La Odisea” es uno de esos libros imprescindibles que no debemos dejar de leer y que nos invita a un viaje cuya emoción y aventura no nos dejarán defraudados.

09 diciembre, 2015

Nadie se roba los columpios


Esta edición de los mejores relatos de Fabio Morábito, antecedida por un prefacio del laureado poeta venezolano Eugenio Montejo, es un festín de palabras justas, calibradas según el buen oficio del decir, y representa además un manjar para la vista debido a la hermosa y cuidada labor editorial de Bid&Co.
Doce cuentos magistrales componen este libro de Fabio Morábito, nacido en Alejandría, de padres italianos y radicado desde muy joven en México, quien se ha convertido ya en un escritor de referencia de la literatura hispanoamericana con su variada producción poética, narrativa, ensayística, infantil y de traducción que alcanza la veintena de libros y han sido traducidos al alemán, inglés, italiano, francés y portugués.
Algunos de los cuentos de la edición, como “La cigala”, “Los crucigramas” o “Mi padre”, deben considerarse ya como parte de la mejor literatura de nuestro continente, cuentos en los cuales los adjetivos y las frases precisas nos recuerdan que la realidad está hecha también de incertidumbres. La locura, el desasosiego, la sinrazón, la maravilla que se esconden detrás de la razón y la lógica de lo cotidiano, son el leit motiv de la obra narrativa de Fabio Morábito, quien con sus cuentos logra mostrarnos los pliegues de la realidad por donde podemos atisbar el reverso del mundo.
Al mejor estilo de Kakfa, Cortázar o Salvador Garmendia, los cuentos de Fabio Morábito seleccionados para esta edición, y que provienen de los libros “La lenta furia (1989), “La vida ordenada” (2000) y “Grieta de fatiga” (2006), son la mejor manera de entender nuestra realidad a través de la litertura más reciente y sorprendernos así de nosotros mismos. 
Eugenio Montejo, en el prefacio del libro, conjetura la posibilidad de que el propio autor resulte impresionado al ver el resultado de su creación: “Quizás Morábito pertenezca a esa rara estirpe de narradores que suelen escribir una historia para indagar cómo finalmente han ocurrido las cosas. Llegamos a creer que no pocas veces termine por ser el primer sorprendido”.
Les aseguro que estas 117 páginas de “Nadie se roba los columpios” nos contagiará irremediablemente de ese asombro.

08 diciembre, 2015

Hojas sueltas del estado Bolívar




“La hoja suelta es como una fotografía tomada sorpresivamente: no hay pose posible; muestran a nuestro coterráneo de ayer –un ayer de cien años– íngrimo y desamparado, en su desnuda verdad”. (Miranda y Ruiz, 2001: 11).


Las hojas sueltas son, de todos los productos que pueden concebirse en las entrañas de una imprenta, las que resultan ser las más efímeras y fugaces. Pensadas para la respuesta inmediata, para su pronta y amplia difusión, estas peculiares publicaciones representan para el siglo XIX venezolano el ejemplo vivo de la búsqueda de una comunicación impresa eficaz, que lograra hacer realidad aquel deseo de emular la palabra que vuela, tan propio de la oralidad, donde el mensaje viaja de boca a oreja en un sinfín de interpretaciones. Esa necesidad de inmediatez y difusión obligaba a la impresión de un mensaje que debía ser entregado como volante, que sería pegado como cartel en las esquinas de los pueblos, que circulara por mercados y calles, por lo cual las amenazas del clima, del desdén de transeúntes y de la inocencia de manos infantiles o de adultos que no estaban de acuerdo con el mensaje publicado, hizo que las hojas sueltas desaparecieran con la misma velocidad con la cual lograron mostrarse al público:

¿A cuántas las destruiría el sol y la lluvia, sus eventuales lectores o la suspicacia de las autoridades? ¿Cuántas habrán sido lanzadas a la cesta como basura, papeles viejos de algún antepasado? Muchos efímeros volantes culminaron su existencia como envoltorio de menudencias en viejas bodeguitas de pueblo. O junto con la prensa, tuvieron como última y sorprendente utilidad la de ser materia prima para tapizar paredes. Empero, estos folios frágiles y perecederos desafían al tiempo y hasta se mofan de la fortuna y de la eternidad. (Miranda y Ruiz, 2001: 12)

Entre la pesadez monolítica del libro y la variedad de la revista, la hoja suelta se ha intentado siempre mostrar en contraposición a esos dos productos textuales que la delimitan. El mismo Diccionario de la Real Academia Española la define como: “Impreso que, sin ser cartel ni periódico, tiene menos de cinco páginas”, imprecisión ésta sobre la hoja suelta que tal vez provenga de su camaleónico formato y temática. Existen hojas sueltas de pequeñas dimensiones de 10 x 12 cms. hasta las de gran tamaño como las de pliego completo de un metro cuadrado. Sus contenidos son variados y van desde el apoyo político a algún candidato, el mensaje publicitario comercial, la programación de alguna festividad pública, el agradecimiento o la crítica gubernamental o la difamación y la réplica. Tal vez no exista tema de interés público que no logre acomodarse en los espacios que ofrece la hoja suelta.
Por suerte, y gracias al empeño archivístico del merideño Tulio Febres Cordero, algunas hojas sueltas venezolanas del siglo XIX y XX han logrado llegar hasta nosotros y, entre ellas, mostramos a continuación la lista de las que pertenecen al estado Bolívar y que se encuentran en la Sala Febres Cordero del estado Mérida, Venezuela. Son once hojas sueltas que sirven como material, entre otras cosas, para reconstruir la historia de la edición en Guayana. Una tarea por realizar.

Hojas sueltas del estado Bolívar:

1.- Manifestación. Año 1891, 20 de octubre, Ciudad Bolívar, Tipografía al Vapor de “El Bolivarense”. Contenido: apoyo a la gestión de R. Andueza Palacio.

2.- Voz de aplauso. Año 1895, Soledad, 15 de marzo, Imprenta del Estado. Contenido: apoyo a la gestión de Nicolás Rolando.

3.- Centenario del General J.G. Monagas. Año 1895, abril, Ciudad Bolívar. Tipografía al vapor de Ortega y R. Contenido: programa para la celebración de las fiestas del primer centenario del general José Gregorio Monagas.

4.- Nos, Dr. Antonio María Durán. Por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Santo Tomás de Guayana. Al muy venerable señor Deán y Cabildo de nuestra Santa Iglesia Catedral, al clero y fieles de la Diócesis. Año 1895, diciembre, Tipografía al Vapor de Ortega y R. Contenido: descripción de visita pastoral a la Diócesis.

5.- Julio M. Rojas Jefe Civil del Distrito Independencia del Estado Bolívar a los pueblos de la jurisdicción. Año 1906, julio, Soledad. Contenido: Laudatoria para conmemorar el 5 de julio de 1811 y a su vez la labor del presidente Cipriano Castro y su Revolución Liberal Restauradora.

6.- Por la vindicta social. Año 1906, 9 de agosto, Ciudad Bolívar. Imprenta y Encuad. de B. Jimeno Castro. Contenido: exculpación a Jorge Blum por haber sido acusado de dar muerte a Juan Anselmo. Firman: Víctor M. Álvarez C., J. Gavini, Domingo Gallipoli, C. M. Rengel, Sinforiano Orosco, por Jorge M. Paraquett, Félix Ortega, J. M. Soublette, por Ángel María Hernández, J. Garavini.

7.- Voto Liberal. Candidatura del General Arístides Tellería. Año 1909, noviembre, Ciudad Bolívar. Tipografía “La Empresa”. Hermanos Suegart. Contenido: apoyo a la candidatura de Arístides Tellería como candidato gomecista para el cargo de presidente del estado Bolívar para el período 1910-1914. Incluye lista de nombres de guayaneses apoyando la propuesta de candidatura.

8.- La dignidad del obrero. Conferencia de Diego Carbonell. Año 1917, agosto, Ciudad Bolívar, Imprenta de B. Jimeno Castro. Contenido: transcripción de conferencia leída por Diego Carbonell en la sesión solemne de la Sociedad de Artesanos “Unión Protectora” de Mérida en la noche del 14 de agosto de 1917. Reproducido por J.D. Montenegro, presidente honorario de la Sociedad “Cooperativa de Artesanos y Obreros” de Ciudad Bolívar.

9.- Concurso en tres certámenes en Guayana, con motivo de cumplir su Santidad el Papa Pío XI cincuenta años de haber sido ordenado sacerdote. Año 1929, julio, Ciudad Bolívar. Contenido: Bases del concurso literario organizado por el Centro de Damas Católicas de Ciudad Bolívar. Presidenta: Henriqueta de Morales. Secretaria: Lourdes Morales.

10.- Su santidad el Papa Pío XI (Aquiles Ratti). Año 1929, diciembre, Ciudad Bolívar. Contenido: cuadernillo con el programa de las festividades por la celebración en Ciudad Bolívar del 50 aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa Pío XI.

11.- En la atalaya. Al Benemérito General J. V. Gómez, Presidente Constitucional de la República. Año 1931, mayo. Ciudad Bolívar. Imprenta de B. Jimeno C. Contenido: exaltación biográfica y sentimental acerca de las virtudes y cualidades de Juan Vicente Gómez.

Referencias Bibliográficas:

-Miranda, Haydée y Ruiz Chataing, David (2001) Hojas sueltas venezolanas del siglo XIX. Caracas: UCV.

-Real Academia de la Lengua Española (2001). Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Madrid: RAE.


08 junio, 2015

La razón estrangulada


De todas la formas posibles que pudieran existir para clasificar libros, la más eficiente, quizás para algunos, es la que separa los textos que nos inquietan al punto de cambiar nuestra forma de pensar y los que nos dejan indemnes, sin atisbo de hacer cosquilla alguna. El libro del periodista y químico español Carlos Elías pertenece a los primeros. Luego de leer sus más de 480 páginas la sensación que queda es la de haber estado con los ojos cerrados ante un problema que poco a poco ha logrado extenderse y nos conduce nuevamente a la ignorancia y el mito, situación que la humanidad ya creía superada: una nueva edad Media sin ciencia y pletórica de supercherías.
Carlos Elías parte de un hecho verificable, indiscutible y ya cotidiano en varios países del mundo, como lo es el descenso de matrícula estudiantil en carreras científicas. En el caso venezolano, por ejemplo, puede evidenciarse ante el alarmante déficit en la cantidad de profesores especializados en Física, Química y Matemática para el bachillerato. Parece que la ciencia ya no interesa ni mueve la afición de los seres humanos y el autor plantea varias hipótesis al respecto que pueden explicar este desánimo. Para Elías, la causa del declive de la ciencia está en los medios de comunicación y su constante deformación de la actividad científica al presentar los personajes de laboratorio como solitarios, perturbados o con conflictos familiares y de poco agraciado aspecto. Esta hipótesis, que tendría la debilidad de considerar a los seres humanos como objetos sin criterio ni consciencia, cuales zombis manejados al antojo de los medios de comunicación, se va reforzando y tomando nuevas dimensiones a lo largo del extenso trabajo de Elías, entramando otros argumentos más sólidos como los referidos al lenguaje y estrategias usadas en el periodismo científico, al monopolio de las revistas científicas (Nature y Science) y al sentido mismo de la epistemología postmoderna, fundada en Lakatos, Kuhn, Feyerabend y Popper, para quienes las leyes y conclusiones científicas son relativas y de consenso, más que objetivas y universales, equiparando así la ciencia a cualquier otra labor o actividad humana como escribir un poema o elegir la junta de condominio, desprestigiando de esa forma el valor de la generación de conocimiento científico.
La razón estrangulada es un libro polémico, que de seguro alterará el ánimo de sus lectores ante el cuestionamiento permanente del estatus académico y universitario de las ciencias sociales, particularmente la del comunicador social. En ese sentido, Elías llega a afirmar que las llamadas “ciencias sociales” cargan a cuestas un pecado original que las hace palidecer ante cualquier revisión sistemática y es el escaso rigor en sus fundamentos epistemológicos, empeñadas en revestirse de las llamadas ciencias exactas sin llegar a ser ni una cosa ni otra.
Éste es un libro que invita a la discusión e intenta ahuyentar la modorra que a veces hace nido en los ámbitos académicos.

07 junio, 2015

Con trazos de seda o los múltiples caminos de la historia


La ciencia de la Historia tuvo su giro copernicano, su revolución transformadora, cuando la nueva perspectiva del recuento del pasado propuesta por la escuela francesa de los Annales, a mediados del siglo XX, abandonaba el criterio económico, político o militar como únicos constructores sociales de significado. Antes, hacer Historia se reducía a explicar los sucesos del ayer en función del héroe y sus quehaceres, de la figura solitaria de la cual emanaba toda voluntad, invisibilizando así personajes y temas de la compleja y amplia red de sentidos que conforma la sociedad.
Con la microhistoria italiana, la historia cultural inglesa, la historia de la sensibilidad latinoamericana o la historia social francesa, ente otras nuevas corrientes de la investigación histórica, el pasado dejó de ser lo que era y los obreros, las mujeres, los homosexuales, los negros, los prisioneros, las prostitutas y los bandidos, por mencionar algunos, volvieron a tomar la palabra para con ella hablar del chiste, del piropo, del olor y demás sentidos, de la cocina, de las creencias, del galanteo y el amor, entre otros muchos personajes y temas excluidos de la Historia tradicional.
El libro Con trazos de seda. Escrituras banales en el siglo XIX, de Cecilia Rodríguez Lehmann, publicado el año 2013, se inscribe en esta perspectiva de entender la Historia como un amasijo simultáneo de visiones racionales y subjetivas, de realidades e imaginarios, de centros y periferias, intentando rescatar el discurso de la moda aparecido en las publicaciones periódicas venezolanas del siglo XIX y ver a través de sus dictámenes, criterios y variaciones una política de formación del sujeto republicano. Casi desde el mismo instante en el cual el ser humano creó la vestimenta, ésta dejó de ser un simple recurso de protección contra el clima y pasó a convertirse en signo identitario y de poder. Ello explica el abundante repertorio textual que regula, juzga y normativiza el adecuado uso de los ropajes, por lo cual no es de extrañar que pueda entreverse en las crónicas de moda, los figurines y la publicidad “la escritura cifrada del funcionamiento social”, como claramente lo dice Rancière en el epígrafe de este libro.
Rodríguez Lehmann agrupa con el término “banal” al conjunto de textos y prácticas considerado como fuera del canon, que vive parasitariamente en los márgenes y no es digno de atención. Estos escritos y prácticas banales, superfluas, frívolas, hechos para la diversión, la brevedad y lo fragmentario, tuvieron una relación conflictiva con el campo cultural letrado de la Venezuela del siglo XIX, pasando de la tensión, exclusión y rechazo hasta llegar a ser tema y discurso común, adoptando sus modos y contenidos.
Este libro de Rodríguez Lehmann, entre otros valiosísimos aportes, nos señala que los discursos sobre la moda aparecen en Venezuela en la temprana década de los veinte del siglo XIX, tal como lo evidencia El Canastillo de Costura, de 1826, publicación periódica venezolana dedicada a las mujeres y a su vestimenta; este es un curioso dato ofrecido por la autora ya que por ser época de conflictos bélicos, esto nos hace suponer erróneamente que la moda no era tema de interés debido al fragor de las guerras.
Si el discurso de la moda se caracterizó en el siglo XIX por reintroducir modelos burgueses europeos, el proyecto de formación de una nación debió entonces velar por servir de traductor y guía de estos discursos para adecuarlos a las exigencias y particularidades del poder local. Rodríguez Lehmann desarrolla esta idea con el minucioso examen del guzmancismo y su intento por construir una imagen de Estado opulento, fuerte y eficaz a través de la retórica del poder sobre la moda.
Haciendo un examen detenido del baile de fin de año que ofreció Guzmán Blanco en 1880, Rodríguez Lehmann ve en las vestimentas presidenciales, tanto del primer mandatario como de la primera dama, un juego de representaciones que servía de símbolo de un poder que deseaba decir a sus gobernados que el desorden y el caos de los gobiernos anteriores habían quedado atrás. La vestimenta en el guzmancismo, a la par del aumento de los discursos sobre la moda, son un ejemplo de construcción del poder a través de los discursos banales.
Echamos de menos en Con trazos de seda. Escrituras banales en el siglo XIX alusiones de cómo el discurso banal de la moda se interrelacionó con obras literarias de la época, particularmente con el costumbrismo venezolano del ochocientos, como los textos de Rafael Bolívar o Daniel Mendoza, solo por mencionar a algunos que hicieron referencias sobre la moda desde el decir literario.
Esta investigación de Rodríguez Lehmann fue finalista de la XII edición del Premio Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana y hecho libro posteriormente, hermoso libro de llamativa portada y exquisito papel, por la editorial venezolana Fundavag.

Bien vale la pena acercarse a las páginas de Con trazos de seda. Escrituras banales en el siglo XIX de Cecilia Rodríguez Lehmann, para seguir en la interminable tarea de saber quiénes fuimos y así lograr saber quiénes somos.