05 marzo, 2010

Instantáneas

Pancho acostumbraba guardar sus metras en una botella de refresco. Blancas, azules, verdes, rojas, amarillas; así, amontonadas y vistas a contra luz, semejaban un racimo de uvas dispuesto a ofrecer sus jugos.

Todos los días aumentaba el número de metras que entraba a la botella. Es que Pancho tenía una puntería envidiable. El cerrar un ojo, sacar la punta de la lengua y toda la fuerza concentrada en su pulgar hacían disparar la metra como si fuera una bala salida de la magnum de Harry el Sucio. Donde Pancho ponía el ojo, ponía la metra.

Cada vez que podía, Pancho mostraba orgulloso su botín e inmediatamente causaba envidia y admiración entre los niños de la cuadra. Boquiabiertos ante tanto resplandor acumulado, retaban a un juego a Pancho con la esperanza de despojarle de algunas de esas relucientes metras. Era inútil. Una tras otra, nuevas metras entraban por el estrecho cuello de la botella.

Ya la botella había llegado a su tope.

Una tarde Pancho se dio cuenta de su desgracia. Quería contar sus metras y no pudo. La última metra ganada, que coronaba el pico de la botella, había atascado la salida. La botella era ahora un trofeo inútil que le recordaba los límites de la felicidad.

Sí, a contraluz, semeja un racimo de uvas...