22 octubre, 2012

Escritores deslenguados



De mi niñez recuerdo claramente las duras reprimendas de la maestra de sexto grado, ásperos regaños que afloraban cuando alguno de nosotros se atrevía a pronunciar una grosería. A pesar de conocer el castigo que nos aguardaba, las malas palabras salían como trino desafiante, como inocente acto de rebeldía que nos hacía sentir fuera de todo control y norma, cual heroicos renegados dando mazazos a la arcillosa esfinge del poder. Sin embargo, siempre era breve la aventura de los incorrectos superhéroes, pues todo acababa con la oportuna mirada y el grito de kriptonita de la maestra.
La grosería, la mala palabra, la voz disonante, el hablar sin pelos en la lengua siempre han pertenecido a los bajos mundos de la trasgresión, de la locura, del maleficio, de la catarsis, del pecado capital y del “enjuágate esa boca con jabón que si no se te caerán los dientes”. En todos los idiomas, y desde que el peludo ser de las cavernas empuñó palos y piedras y articuló algunas voces, ha existido ese grupo de palabras censuradas que le sirven de puñetazo y ofensa ante el otro.
Aunque para algunos resulte paradójico, la grosería ha encontrado refugio en la literatura, y ésta a su vez ha echado mano del lenguaje soez y la imagen hiperbólica para expresar sus verdades. Desde la Modernidad, cuando se quebró el pacto entre la belleza y el arte, lo grotesco exhibió sus irregularidades e imperfecciones como algo digno de elogio. Don Quijote, Gargantúa, Pantagruel, Quasimodo, Frankenstein, Drácula, desprovistos de las cualidades de la razón, el orden y la estética, ocuparon el puesto de los apolíneos héroes épicos.
En la literatura venezolana el desparpajo ha tenido presencia en deslenguados como José Ignacio Cabrujas, Carlos Yusti, Argenis Rodríguez, Pedro María Patrizzi, Rodolfo Santana, Denzil Romero, Salvador Garmendia, entre otros, para quienes la palabra es ser vivo, ajena a toda atadura y academicismo, más que nota a pie de página sacada de un vetusto diccionario.
Calumniada por la Iglesia, censurada por la Escuela y reprimida por la familia, la grosería es una verdad sin adornos ni maquillajes que nos recuerda el existencial dilema ético entre el mal decir o el no decir nada. Las malas palabras, aunque sean altisonantes, serán siempre la válvula de escape de lo que hay que decir con urgencia.
Malas palabras, en definitiva, son las que no conducen a la verdad. Y eso, desde siempre, lo han sabido nuestros escritores deslenguados.

11 octubre, 2012

La mejor historia de la literatura venezolana



Escrito por el merideño Mariano Picón Salas (1901-1965), el libro Formación y proceso de la literatura venezolana constituye el segundo libro historiográfico sobre el arte literario hecho en Venezuela. Y en mi opinión, el mejor que se ha hecho hasta ahora. Publicado en 1940, esta obra llegaría en poco tiempo a alcanzar una demanda elevada entre la población escolar venezolana, por lo cual el libro sería víctima de varias ediciones piratas. Esto impulsó a Picón Salas en 1961 a reeditar la obra con un nuevo nombre (Estudios de literatura venezolana) y a añadirle nuevas páginas.
De Formación y proceso de la literatura venezolana llegaría a decir la ensayista venezolana María Fernanda Palacios:

“En la cronología que acompaña el volumen de ensayos de Picón Salas en la Biblioteca Ayacucho, Guillermo Sucre señala esta obra como ‘la primera historia con criterios modernos sobre el tema’; no sería exagerado agregar que esa modernidad no ha sido agotada ni superada posteriormente por ningún otro trabajo de conjunto”.

La modernidad presente en la obra de Picón Salas radica en el abandono del criterio estrictamente textual para ordenar el corpus literario (acá las novelas, allá los poemas y acullá los cuentos), para asumir la literatura como parte integrante de una cultura y una sociedad, con sus polifonías y matices. Además, periodizar por géneros y generaciones no muestra la dinámica viva de la historia: “Historiar es mucho más que una técnica para reunir o periodizar épocas y documentos; es esclarecer una trama de vida”, habría dicho el merideño errante.
En Formación y proceso de la literatura venezolana se adopta una visión multiculturalista, en la cual no sólo tiene voz el vencedor, sino el vencido; la tachadura, lo excluido, lo popular son parte de nuestro pasado. Así, Picón Salas explaya esta idea de historiar lo literario visto como una serie constituyente de la realidad, en la cual se incluyen todos los discursos que propicien la imaginación y que circulen en un contexto determinado. En este sentido, para una historia total de la literatura venezolana Picón Salas recomienda:

“En un capítulo debería explicarse la Literatura popular de Venezuela tal como puede recogerse en los cantos y en la poesía llanera; en los cuentos folklóricos, venidos algunos de España, pero modificados por la fantasía mestiza; en el propio aporte que las razas diferentes –indios, blancos, negros– dejaron en nuestra imaginación colectiva. (...)
En otros capítulos me hubiera placido detenerme en ciertos libros venezolanos que, sin ser literatura artística, han constituido alimento constante de la imaginación criolla; entretuvieron con sus lances, su intriga o su gracejo más de una velada familiar, sirvieron de fácil recreo a todo el mundo. (...)
A otros géneros, como el Teatro –no tanto el teatro serio que sucesivamente ha imitado, y con suma debilidad, las modas de Europa, sino más bien el sainete criollo y la comedia de costumbres”.
   
Formación y proceso de la literatura venezolana se divide en 16 capítulos, y a través de ellos podemos observar algo que afirma con mayor claridad María Fernanda Palacios:

Capítulo
Tema
I
Días de Conquista. Indios españoles
II
Crónica de los primeros sucesos
III
Colonialismo y barroquismo
IV
Madurez del siglo XVIII: enciclopedismo y prerrevolución
V
Idilio antes de la revolución. Música y poesía neoclásica
VI
Revolución
VII
El primer humanismo de la República
VIII
Periodismo y proceso social
IX
Toro, González, Baralt, Larrazabal
X
Romanticismo
XI
Costumbrismo, narración, épica y oratoria romántica
XII
Llamado al orden. El segundo humanismo de la República
XIII
Transición
XIV
Positivismo y ciencia nueva. El camino hacia el modernismo
XV
El modernismo y la generación del 95
XVI
Sinopsis de los últimos años

“Como es de suponer, no estamos ante una historia convencional de la literatura venezolana. No encontraremos el consabido esquema cronológico, ni las manidas divisiones en ‘ismos’, ni el tedioso catálogo de obras y autores, ni las previsibles frases para caracterizarlos. A Picón Salas le preocupa más el sentido de esa historia y la manera en que aparecen los hechos; lo que ellos mueven, no las descripciones exhaustivas ni las clasificaciones. Este no es un libro que interese a la manera de un manual, por sus precisiones, ni por la cantidad de información; tampoco encontraremos en él fórmulas o juicios sumarios que todo lo ubiquen según criterios vagamente estéticos o ideológicos. Quien, como él, se interesa por la ‘formación y proceso’ de una literatura, no puede comenzar dando por descontada su existencia. De manera que en lugar de ordenar nuestra historia literaria siguiendo el esquema tradicional de las literaturas europeas, en lugar de exaltar las virtudes aisladas de algunas obras, lo que se destaca es la manera como una lengua (escrita y oral) ha dado cuerpo a una imaginación y a una sensibilidad que rinde cuenta de esos aspectos de la cultura que la historia no cuenta. Es decir, no es tanto la literatura en sí lo que se valora, como literatura, sino lo que ella permite reconocer y lo que ella inventa como historia”.

Formación y proceso de la literatura venezolana, de Mariano Picón Salas, es sin duda la mejor historia de la literatura de nuestro país.

08 octubre, 2012

El perdido reino de la infancia


Fue dicho antes por un viejo pensador y, además, lo hemos oído tanto que parece ya un oxidado e inservible lugar común: "para ser filósofo, hay que ser como un niño". Más que la razón y el lenguaje hermético, lo que guía el quehacer del filósofo es la creatividad y la mirada inédita sobre el mundo. El niño, como el filósofo, ve las cosas como si las estuviera viendo por vez primera, con los ojos de asombro necesarios para dar color a esta acuarela llamada mundo.
Por ello deseamos constantemente regresar a la Ítaca de nuestra infancia, a recuperar esa sabiduría en el mirar que nos haga posible todo lo que soñamos.
Aquí Toquinho nos lo recuerda una vez más con su preciosa canción.

01 octubre, 2012

Lector e identidad en “La vida nueva” de Orhan Pamuk


Texto escrito a cuatro manos, con la lectura compartida de Irene García Atencio, quizás en un intento por crear "reseñas de sobremesa".

Un libro, aunque el sentido común trate de convencernos de lo contrario, puede devenir en arma de destrucción. Un libro, un verdadero libro –y por verdadero decimos aquel que contenga literatura­– constantemente hace que nos preguntemos por nuestra condición y existencia y ello irremediablemente socava las certezas que tenemos sobre nuestro ser. Los libros –los verdaderos libros– nos interrogan, nos cuestionan, nos hacen seres extraños en un mundo que a fuerza de leerlo también se vuelve extraño y ello provoca que los engranajes de nuestra realidad se atasquen, anhelando para nosotros una “vida nueva”.
Justamente a partir de esa cadena de encuentros y desencuentros que provoca la lectura surge una obra como “La vida nueva” (1995) del escritor turco, y premio Nobel de Literatura 2006, Orhan Pamuk; un libro sobre un libro que cambia la vida a todo aquel que se atreva a leer sus páginas.
El personaje principal –Osman–, enigmático y apasionado, decide leer un extraño libro que ha visto en las manos de Canan, su platónica enamorada. Esta lectura cambiará su forma de vivir. Osman se vuelve sensitivo, observador y desaforado. Abandona su hogar para viajar por toda Turquía junto a su compañera, quien a su vez está enamorada del primer lector de “La vida nueva”, Mehmet. Así, la vida de cada personaje se ha modificado y ha surgido en cada uno la necesidad de pensar y sentir la vida de una manera distinta, y por lo tanto su país y su historia. Todo aquel que se atreva a leerlo terminará inconforme de su realidad y se aventurará, cual pesquisa documental, a viajar para buscar primero los contextos que señala el libro y luego los posibles textos anteriores que le dieron fundamento.
En sus novelas, Orhan Pamuk pinta una emotiva geometría de proporciones entre el mundo interior de los personajes y el destino de Turquía, país bisagra que sirve de enlace entre el oriente asiático y el occidente europeo. Precisamente por ser Turquía espacio de tensiones y conflictos por el cual confluyen simultáneamente ideas de tradición y ruptura, limbo geográfico que marca su paisaje, igualmente los personajes en las novelas de Pamuk, y particularmente en “La vida nueva”, constantemente viven y sufren la ambivalencia de su identidad y tienen tatuada la perenne búsqueda de su esencia. “No estaba en ninguna parte y a la vez estaba en todas y, quizá por eso, creía que me encontraba en el centro inexistente del mundo”; así describe Pamuk, por boca de uno de sus personajes, la sensación de estar en medio de la nada, del desconocimiento, del misterio y el ocultamiento.
En varias de las páginas de la novela el autor nos muestra recurrentemente una relación entre los estados de ánimo del personaje y la presencia del libro y el televisor. Ante el libro, Osman no puede ser pasivo, el mensaje lo altera, sus sentidos se vuelven efervescentes, su entorno cobra vida y resaltan los objetos ante él, como si el libro le ofreciera nuevos ojos con los cuales ver de manera distinta la realidad. El televisor, objeto que se menciona en la mayoría de los capítulos de la novela, no sólo es un elemento de la occidentalización sino un delimitador de identidades y comunicador de formas de actuar, andar, sentir, mirar, vestir; en general, existir. Por ello Osman y el resto de los personajes, a cualquier lugar que lleguen, se ven amansados por el estallido de imágenes casi tangibles, tan cercanas como la cotidianidad, que les brindan una sensación de seguridad ante la indefinición de la vida. Los personajes asumen su condición de receptores, mientras que ante el libro se establece una verdadera comunicación, donde personaje y texto son emisores y receptores, testigos e interlocutores a la vez. El libro y el televisor son dos objetos cautivantes, que emanan luz a los rostros de sus espectadores, pero este último ofrece personajes cuya razón de ser en el mundo ya está predeterminada y definida, actúan siempre igual y se espera de ellos siempre lo mismo. En el libro, en cambio, nada se presenta como seguro y las posibilidades infinitas son lo único constante. Quizás se trate de dos formas de entender la identidad del individuo: una de esencias, inmutable, eterna, que no puede ni debe cambiar; la otra voluble, contextual, histórica. El lector protagonista de Pamuk lucha entre estas dos concepciones de la identidad y éste es el leitmotiv de la historia. Quizás por ello, para reforzar la crisis de la identidad, Pamuk nos hace esperar hasta la segunda mitad de la novela para descubrirnos el nombre del protagonista, y es casi hasta finalizar la novela cuando llegamos a conocer el título del misterioso libro. Por eso pudiera leerse, eso pensamos, “La vida nueva” como una novela de la identidad.
“A fuerza de leer, mi punto de vista se transformó con las palabras del libro y las palabras del libro se convirtieron en mi punto de vista. Mis ojos, deslumbrados por la luz, ya no podían separar el universo que existía en el libro del libro que existía en el universo”. Con estas palabras, Pamuk nos habla acerca de la sensación del lector que se sumerge en las líneas de otra vida, mientras la propia, la del lector, soporta la decepción de ser ignorada, posibilitando así un estado de ausencia-presencia, vida-literatura, realidad-ficción simultáneos. Puede el libro representar así un universo paralelo, una ventana de la realidad en medio de esta ficción que vivimos, idea que podemos rastrear en autores como Borges, Ende, Bradbury, Pérez Reverte... En Pamuk, y he ahí la diferencia, la lectura no es la manera de poseer otra alma, ni una forma de unirse al mundo, ni siquiera la vía rápida para correr hacia una vida nueva. La lectura es una estancia paralela donde se puede velar lo vivido y las ausencias. Donde la memoria y la imaginación juegan a la existencia, a sumar espacios y apoderarse de un ser que asumió el movimiento como una manera de vivir más o morir más deprisa. Sin magias ni finales felices.
Para Osman, la única manera de soportar la vida es a través de la convivencia de un sinnúmero de autores dialogando entre sí: Dante Alighieri, André Maurois, Rainer Maria Rilke, Julio Verne, y otros, son símiles de estaciones que fundamentan las inquietudes del personaje. Soportar la vida, para Osman, es ser una orquesta de voces interiores donde existir significa cambiar de estado, espacio, tiempo, libros, ropa, nombre, emociones, visiones e identidad, hasta transformarse en la historia de un hombre que pueda ser la historia de todos los hombres o de ninguno.
A su manera, Orhan Pamuk logra recrear, a través de esta obra, la condición del lector en el mundo, cuyos intereses y preocupaciones se desligan de los asuntos cotidianos, para hacer de la lectura una forma de vida tan valedera como las otras.