29 noviembre, 2006

¡¡¡Fin de mundo!!!

No hay mayor placer en esos oficios del historiador que escuchar de la propia boca de los personajes los grandes sucesos del pasado contados desde el punto de vista de la cotidianidad. Imaginémonos oír, por ejemplo, el relato de la muerte de Gómez contada por la cocinera del Benemérito; o el caso de Braulio Fernández, soldado del ejército de Bolívar, quien escribió un diario que muestra –sin la conocida exageración del culto patriótico– la vida del venezolano en los turbulentos años de la guerra independentista. Así nos ocurrió hace tiempo al conversar con la señora Ana Marquina, tovareña de 92 años, y oír de ella la historia del primer avión que sobrevoló la población de Tovar, en Mérida. A pesar de la ceguera y de la sordez parcial de la señora Marquina, ella nos contó –con una memoria envidiable– que el 29 de octubre de 1929, mientras recolectaba el café, comenzó a percibir en el cielo de Tovar un sonido estruendoso. Todos los habitantes comenzaron a persignarse y a huir porque quizá se caía el cielo y el fin del mundo ya había llegado. Hasta los animales, no acostumbrados a tal extrañeza, entraron en algarabía y un burro que estaba amarrado al rancho de la señora Marquina del susto huyó, tumbando la vivienda. Luego del curioso suceso, y habiendo entendido que de lo que se trataba era simplemente de “uno de esos artefactos modernos que mientan avión”, un amigo suyo, que se dedicaba a la poesía y que fue también testigo del hecho, le regaló un poema que escribió en ese memorable año 1929 y que la señora Marquina, muy amablemente, nos lo recitó luego de 77 años:

Cuando aquellos aeroplanos
en el año veintinueve
pasaron en paso a breve
por aires venezolanos,
los que de punto central
hasta el Táchira ocurrían,
donde lágrimas vertían
todos aquellos vivientes
los que estaban inocentes
del ruido que éstos hacían.
Al paso por Tovar,
la Laguna Negra
quiso presentarles un afán
con un terrible huracán
que hasta los vientos deshizo
para traerlos al piso
donde sus aguas estaban.
Por el Páramo de La Grita
al mirarlos asomar
aquel que nunca rezaba
hasta a rezar en voz alta
la situación lo obligaba.
Unos lloraban y gritaban
y no sabían ni qué pensar:
si esto será un castigo del cielo
o el mundo se va a acabar.
Y los pilotos inocentes
del ruido que éstos hacían
volaron por San Antonio
y a Caracas regresaron ese mismo día.

28 noviembre, 2006

El trago más alto de Venezuela

Es el contenido en una botella que desde 1870 reposa al pie del picacho más alto de la Sierra Nevada. O sea, a cerca de 4.580 metros sobre el nivel del mar. La botella contiene anisado y fue dejada allí por la expedición que en dicho año ascendió hasta muy cerca de aquellas crestas inaccesibles. Ninguna otra expedición ha llegado después a tanta altura; y es claro que en la grandes nevazones la botella permanece sepultada bajo la nieve. ¡Cómo estará ese anisado hoy, al cabo de veinte y tres años!

(Tulio Febres Cordero. El Lápiz, 1893)

27 noviembre, 2006

Los pecados de la historia


La historia es el ejercicio del autorreconocimiento: rememora el guerrero sus batallas para tener conciencia de sus fuerzas; rememora el viajero sus pasos para calcular la ruta de futuros senderos; rememora el comerciante sus tratos para determinar ganancias y pérdidas. Este autorreconocimiento que implica la historia la enlaza con el "conócete a ti mismo" del viejo pensador, como consejo de afirmación de la identidad.
Pero la historia no es una y su ejercicio no es nada inocente. La práctica histórica ejercitada en el ámbito hispanoamericano ha mostrado dos dimensiones recurrentes en el discurso de la investigación cultural; una a la que llamaremos "Plana", que sigue la visión del marco epistemológico del cartesianismo-mecanicismo-estructuralista y que se configura sobre estas seis premisas:

a. La fragmentación. Que segmenta la totalidad del sistema histórico, haciendo ver sus distintas etapas como hechos aislados.
b. El eurocentrismo. Que explica el desarrollo de los procesos sociales iberoamericanos como simple reflejo de la cultura europea, utilizando además sin postura crítica las herramientas de la terminología historiográfica europea.
c. El criterio heroicista. Que muestra la visión histórica sólo como un hecho belicista, dirigido por "sobrenaturales" individuos sobre los que descansan el destino de toda una nación.
d. La marginación. Que obvia de la historia los sujetos, sucesos u obras que no encajan dentro del método de la historiografía o del gusto e intereses del historiador.
e. La linealidad. Que exhibe al sistema histórico como una suma de etapas que nacen y mueren en simple cadena, impidiendo la confluencia de diversas tendencias, mentalidades u opiniones en un mismo punto histórico.
f. La homogenización. Que percibe cada momento histórico como un todo homogéneo, dotado de una significación ideal y única.
g. el sexismo. Que oculta la presencia y significación de las mujeres en el devenir de los acontecimientos históricos y las relega a simples espectadoras.

26 noviembre, 2006

La laguna que se tragó al vicerrector

Para 1890, Mérida estaba comprendida por unas escasas calles neblinosas cuya salida hacia el páramo se encontraba en Belén y no por la Vuelta de Lola, como lo es en la actualidad. En esta zona se encontraba una hacienda llamada La Laguneta, debido a que justo donde comienza la salida hacia el páramo, en la primera curva pronunciada que encontramos y que rodea un extenso terreno cercado con un letrero de propiedad privada, se hallaba una grande y profunda laguna en donde se realizaban paseos en canoa. El sábado 23 de agosto de 1890, a las tres de la tarde, diversas personalidades de la ciudad se encontraban allí disfrutando del fin de semana. En una de las canoas iba Epiménides Febres Cordero, Secretario del Gobierno Seccional de Mérida; el Doctor Manuel Troconis, Vicerrector de la Universidad de Los Andes; Andrés L. Piñero, director del Coro Andino, quien iba tocando flauta y Ramón Sáez, joven músico quien iba tocando la guitarra. De pronto la canoa comenzó a inundarse, y cuando todos advirtieron el peligro ya era tarde; la única opción era lanzarse al agua. Hubo gritos, ajetreos, intentos de rescate con una soga, pero el destino final ya estaba escrito: los cuatro hombres morirían ahogados. Durante tres horas permanecieron los cuerpos sumergidos en el agua, de donde no fue posible sacarlos sino por medio de un garfio. El luto invadió a la ciudad por la muerte de estas personalidades públicas y de renombre. Como venganza, la laguna fue secada, abriéndole un canal. Del hecho, sólo nos queda la presencia del hondo hueco en donde se hallaba la laguna.

25 noviembre, 2006

Conversaciones imaginarias (...y pinchadas)

Desde 1972, cuando el escándalo de Watergate copó la atención mundial, aquel asunto de un presidente norteamericano que tuvo que renunciar por haberse visto envuelto en hechos de espionaje telefónico, mi interés en oír conversaciones ajenas se convirtió en destino de vida. Para aquel entonces mis escasos seis años explicaban el funcionamiento del teléfono semejándolo a los rústicos teléfonos de pabilo y vasos de cartón que en las tardes de recreo construía con mis amigos. Con ellos planificaba “intervenir” el teléfono de la directora, amarrando una punta del hilo al cable telefónico. La acción de espionaje concluyó estrepitosamente con una tarde de final de clases borrando todas las pizarras de la escuela como castigo.
Ya de adulto mi hobby fue colmado por la CANTV, con las continuas llamadas ligadas que me permitían enterarme de todo lo humano y divino. Tenía en mi hogar uno de aquellos viejos teléfonos grises, en cuyo disco giratorio se mostraba, inútil, el abecedario.
Una mañana de esas, durante las cuales se piensa que el día será como cualquier otro, sucedió lo imprevisible: mi teléfono se ligó en una conversación con el teléfono de un tal “Tobías”.
“Tobías”, por lo que pude entender, conversaba con alguien llamado “Carmelo”; conversación que no pude entender al principio si se trataba de una negociación de compra de una póliza de seguros o de otra cosa. Ya al final de la conversación pude aguzar el oído y escuché por el auricular lo siguiente:

-C: Bueno, coño, un toquecito...
-T: Bueno como no...déjame que ya me voy a poner en eso...
-C: Está bien todo, pero eso es para aumentar
-T: Estoy de acuerdo...

En todos los años que llevo de espía, en mi larga vida de “oidor indiscreto”, ninguna conversación como esa que escuché inquietó tanto mi curiosidad. Ese corto diálogo lo he anotado en varias resmas de papel, le he dado la vuelta, he jugado con las variantes, he consultado el libro del profesor Angel Rosenblat, “Buenas y malas palabras”, y los escritos de Alexis Márquez Rodríguez, y ninguno me da una explicación acerca de lo del “toquecito”.
La duda me asfixiaba y opté por abandonar mi vicio. Cambié mi viejo teléfono por uno “digital”, y llamarlo así, en estos tiempos que corren, encierra toda una alabanza omnipotente y una concepción de vida. Mi nuevo teléfono emite un gurgural llamado, cual dulce canto de sirenas, acompañado de un variado juego de luces intermitentes; y lo que es mejor, ya no se liga.
Del “toquecito” ya ni me acuerdo…

Para una sonrisa colgate...

El chimó, esa pasta negra que se produce de la cocción de la hoja del tabaco, tuvo una destacada presencia en la vida merideña de los siglos XVIII y XIX. Fue el chimó lo que propició en 1781 la visita a nuestras tierras del químico y botánico Pedro de Verástegui, quien fue discípulo del gran científico Carlos Linneo. Verástegui realizó investigaciones del salitre encontrado en la tierra de la laguna de Urao, cerca de Lagunillas, a fin de utilizarlo en la elaboración de pólvora; observó además su empleo en la preparación del chimó, aportando sus conocimientos para determinar las proporciones comerciales de cada ingrediente, para así obtener un mejor producto. El uso del chimó fue calando hondo en las costumbres de los merideños, hasta hacerse común ver tanto en hombres como en mujeres el característico movimiento acompasado de la boca cerrada. Para evitar tan “mala” costumbre, el primer Obispo de Mérida, Fray Juan Ramos de Lora, decretó el 4 de junio de 1785 la prohibición del uso del chimó en la iglesia, bajo pena de excomunión mayor, castigo muy severo para la época. Para abril de 1823, el viajero francés Boussingault llega a tierras merideñas y describe en sus “Memorias” el hecho de que algunas damas de alcurnia llevaban consigo unas cajitas de elaboración muy fina que contenían chimó, el cual tomaban utilizando una espátula de metal precioso o en su defecto la uña del meñique, la cual dejaban crecer desmesuradamente. El uso del chimó ennegrecía los dientes de las damas, por lo que Boussingault agrega en su relato: da pena ver mujeres frescas, de labios rosados con los dientes como ébano...

24 noviembre, 2006

El libro más viejo de la ULA


En la Sala de Libros Antiguos de la Universidad de Los Andes, en Mérida, se encuentra un conjunto de textos que data del siglo XVI y que muestra una gran variedad de temas: Derecho, Filosofía, Teología, Física, Medicina, Literatura, Historia... Estos volúmenes provinieron de la biblioteca del Seminario de San Buenaventura, germen de la hoy Universidad de Los Andes; textos que pertenecieron a las órdenes de los jesuitas, los dominicos, los agustinos, y de las donaciones de Fray Juan Ramos de Lora (617 volúmenes), Cándido Torrijos (2940 volúmenes), Hernández Milanés, entre otras. Esta cantidad de obras disminuyó por las guerras de Independencia y Federal, pues el papel en esos momentos tenía por prioridad la hoguera y el chopo. Uno de los más antiguos que se conserva en la ULA es un legajo al que le falta la portada y las veinte primeras páginas. Es un medio folio con cubierta de pergamino, papel basto y encuadernación primitiva. El texto está escrito en latín y realizado a dos columnas con caracteres góticos de tres cuerpos. Los doscientos folios que se conservan poseen numeración romana. Gracias a las investigaciones realizadas en la década de los setenta por Agustín Millares Carlo, basado en el texto de Juan Manuel Sánchez, Bibliografía aragonesa del siglo XVI, en donde aparece en versión facsimilar la portada del texto que nos ocupa, podemos transcribir el título del mismo, el cual es: Magistri didaci Diest questiones phisicales super Aristotelis textu(m) sigillatim om(n)es materias ta(n)ge(n)tes in quibus difficultates que in theologia alijs scientijs ex phisica pendent discusse suis lucis inseruntur. Su autor es Diego Diest y tiene por lugar y fecha de impresión a Zaragoza en 1510. El texto trata de la física de Aristóteles, de los meteoros y de la generación y corrupción del alma.

¡¡¡Por la parada por favor!!!


Ya de regreso, les comento que este viaje de varios días por Cumaná, tierra de Andrés Eloy Blanco y Ramos Sucre, dejó en mí migajas de asombro ante la diversidad de paisajes y de culturas que pueblan nuestro país. En particular, la cotidianidad me enseñó más claramente que cada poblado hila sus actos, sus mentalidades, sus creencias y va tejiendo así su manera de ser, su identidad. Por ello, montarme en un transporte por puesto, confrontar mi cotidianidad con otra ciudad, fue más eficaz que un seminario completo sobre diversidad cultural. Cada ciudad tiene su manera peculiar de transporte público y sus usuarios adoptan también situaciones particulares. En Puerto Ordaz, por ejemplo, al transporte público se le llama “perrera”. No es más que una camioneta pick up provista de un techo en la batea. Cada “perrera” está identificada con un cartel que dice “Directo”, y aunque esa palabra posea un cariz positivo, el ver ese transporte que avanza a 120 Km/H atiborrado de personas nos hace pensar inmediatamente en la expresión “Directo al infierno”.
En Barinas es otra cosa. El transporte público en su mayoría está constituido por grandes buses y al abordarlos se debe pagar el monto del pasaje, no al bajar, y la parada se pide aplaudiendo. En Mérida se paga el pasaje al bajar de las “busetas” y se pide la parada como agradeciendo por una gracia concedida: “por-la-parada-señor-si-es-usted-tan-amable-y-me-hace-el-favor”.
La única diferencia entre la “buseta” merideña y la valerana es el merengue que oímos en esta última y que acompaña la travesía de los 35 usuarios que van en el transporte de 20 puestos.
Hace dos días estuve recorriendo las inmediaciones de la casa natal de Andrés Eloy Blanco y Ramos Sucre. Eran aproximadamente las 5 de la tarde y ocurrió algo sorprendente: entre 200 y 250 personas esperaban ansiosas la llegada de algún bus que los llevara de regreso al hogar. Durante hora y media pasaron tres o cuatro buses y la cantidad de personas aumentaba en las paradas. Ni buses, ni busetas, ni perreras, ni taxis… Nada que se moviera…
Un cumanés nos sacó del asombro:
-“Eso es normal. Aquí hay muy poco transporte y los pocos que hay prefieren irse temprano a ver una película en la casa que ver la película de matazón dentro de su transporte. Hay mucho malandro”.
Cada cabeza es un mundo, cada poblado es un sistema solar…

17 noviembre, 2006

El primer reloj de la Catedral de Mérida

Augusto Federico Ruejs tomó rumbo al Puerto de Arenales para esperar, como de costumbre, la llegada del barco que traería la materia prima de su sustento. La jornada de trabajo prometía normalidad con unos cuantos baúles y equipajes, pero seis enormes y pesadas cajas provenientes de Hamburgo, con destino a la ciudad de Mérida, le hicieron fruncir el ceño.
­–Es mi trabajo, por algo soy el arriero– dijo con resignación.
Al día siguiente, 116 hombres al mando de Ruejs cargaron en hombros las seis cajas que ostentaban en sus costados las palabras “Juan Münch & Cia.”, entre otras, e iniciaron la larga travesía por el camino de Arenales. Este camino, llamado por Tulio Febres Cordero como “la vía del progreso” por haber entrado por allí la imprenta, el piano, gran cantidad de máquinas y objetos de arte, presentaba a los cargadores un trayecto sinuoso, empinado y fangoso.
Mientras, en Mérida los habitantes esperaban ansiosos la llegada de las cajas; incluso meses antes habían anunciado por la prensa el pronto arribo:

El reloj de la Catedral
Dentro de poco tiempo exhibirá la elegante torre de la Catedral su famoso reloj, debido a los esfuerzos del Sr. Bourgoin, y contribuciones de varios generosos merideños. A un paramento tan precioso viene anexa la utilidad pública.
El hacendado, el comerciante, el empleado público, el artesano, todo ser viviente que estando en sociedad, sepa estimar el tiempo para la economía del trabajo, tiene que fijarse en nuestro reloj público; luego á todos importa su conservación y fijeza.
(La Actualidad [Mérida], 11 de mayo de 1876).

El pesado y enojoso cargamento de Ruejs era entonces el primer reloj público para la ciudad de Mérida. La iniciativa de tal empresa fue del científico francés P. H. G. Bourgoin, notable habitante de la ciudad, quien emprendió la campaña entre la ciudadanía para la obtención de un reloj, consiguiendo para ello 800 pesos como contribución.
Ya con el reloj en la ciudad, Bourgoin se dedicó a la instalación del artefacto. Al principio se propuso la idea de instalar el reloj sobre la torre del Cuartel de Mérida, pero el avanzado deterioro de la estructura hizo obviar esta idea y se acordó colocar el reloj en la para entonces única torre de la Catedral. Para ello se contrató al relojero José Antonio Troconis y como ayudante a su sobrino Jorge Febres Cordero. Ellos tuvieron por sueldo no más de una libra esterlina al mes, que se las pagaba Bourgoin por cuenta de la Catedral. Fue ardua la tarea de instalación y, al fin, el 7 de julio de 1876 comenzó a agitar los brazos de sus agujas el gran reloj de pesas y numeración romana.
Para el acto de inauguración, Bourgoin tuvo la idea de nombrar a un grupo de personas que apadrinaran al reloj. Entre el grupo de padrinos se encontraba el presidente del estado, General Pedro Trejo Tapia. El 28 de junio de 1876, Trejo Tapia responde la solicitud de Bourgoin con una efusiva carta en la que dice, entre otras cosas:

El Gobierno sabe estimar el interes que Ud. ha tomado por la empresa que eleva en la empinada torre de Catedral ese reloj que no solamente marcará las divisiones, y subdivisiones del tiempo para utilidad de todos, y principalmente, para el orden económico de los trabajos públicos, sí que también será un grato recuerdo a la memoria del ciudadano francés PHG Bourgoin.
(La Actualidad [Mérida], 6 de julio de 1876).

Troconis y Febres Cordero desempeñaron el cargo de relojeros de la Catedral por un año, hasta 1877. Luego, Manuel Antonio Fernández y su hijo Antonio desempeñarían el cargo vacante devengando la asignación mensual de 20 bolívares. Ellos desinstalaron por primera vez el reloj entre 1901 y 1902, para labores de mantenimiento. Por ese trabajo de limpieza cobraron 170 Bs.
Y el tiempo fue pasando para el reloj de pesas. Terremotos, cambios políticos y sociales, hazañas y desvergüenzas presenciaba el vigía de cara redonda desde lo alto de la torre. En la década de los sesenta –del siglo XX– el viejo reloj dio paso a los avances de la ciencia y fue sustituido por un reloj electrónico y de numeración arábiga.Hoy el viejo reloj sueña desde su nuevo hogar con esplendores pasados. Acostado en el Museo Arquidiocesano, tal vez intenta mover sus brazos, como otrora.

(Amigos, la próxima semana estaré presentando un trabajo sobre Rafael Bolívar Coronado en la reunión de Asovac, que se celebrará en Cumaná. Por eso, estos saparapandeos estarán de receso. Cuídense y desde la tierra de Ramos Sucre les estaré recordando).

15 noviembre, 2006

¡¡¡¡Incertidumbre!!!!

Con la mirada puesta en el horizonte, y preparados los equipajes y las viandas, el camino se mostraba ancho y serpenteante ante la travesía por iniciar. Un talud de pensamientos detuvo el paso con el cual comenzaría su viaje. Se sentó a un lado del camino a pensar en las infinitas posibilidades de su recorrido, en los baches, en los arduos ascensos y en los entrecortados descensos. Pasaron días y meses y aún pensaba en las ventiscas, lluvias y canículas que acompañarían sus futuros pasos. Transcurrieron años y meditaba aún al lado del camino acerca de la duda que surgiría ante las posibles bifurcaciones…
Siglos después aún espera sentado, ahora en el museo de antropología, etiquetado como “Hombre de Cromagnon”…

12 noviembre, 2006

Yo, El Almirante

Para recordar al poeta Pepe

Yo, Cristóbal Colón, el Almirante, he podido abandonar
el primer viaje y evitar esta refriega inútil de no saber
jamás dónde ni cómo.
Ciertamente he podido evitar esta maldita aventura de
aguas y sangre.
Dócil, bajo los arbustos de Galicia, he podido dormir
borracho
o amanecer en el prado,
persiguiendo a la moza de bucles de gallina.
Mis manos suenan como una batalla y sé que estoy
perdido:
el amor de Cristo y de la Reina no bastan para detener
ahora que soy dueño de la tierra en círculo
esta infinita avaricia que seduce y que me incita al crimen
a la traición, a todo cuanto quise.
Vivo demente, soñando que soy bodega o proa. No deseo
como antes
tirar mi boca roja al mar y hacer con mis brazos fiestas
prodigios de espuma.
Cuando llego a las posadas pierdo estribor
y desorbitado, impaciente, grito tierra. Pido una carta
una copa, un halcón de otoño y grito tierra.
Grito desesperado
hasta que los huéspedes cansados despiertan y golpean
sin clemencia
me arrojan enormes puertos en la espalda.
Trato entonces de caminar hacia atrás
como si no hubiese nunca nada
y algo distinto al mundo esperara.
(José Barroeta, 1996)

09 noviembre, 2006

La máquina del tiempo


Amalio, Juan Pablo, Carlos Luis, Verde, Gustavo...
Si Julio Verne y H.G. Wells hubiesen meditado más sobre el asunto, seguro habrían llegado a la conclusión de que una foto vieja es la máquina del tiempo perfecta. No hace falta tanto cable enmarañado, ni tanta partícula subatómica, ni tanta vuelta a la velocidad de la luz para compartir nuevamente con nuestro huidizo pasado. Con sólo tomar en nuestras manos el papel descolorido viajamos inmediatamente al ayer...

Dayana, Las morochas, Aymara, Soliani, Carlos Valera...
Eso del cerebro y la memoria siempre han causado en mí una gran curiosidad. ¿Cómo puede un pedazo de carne almacenar un recuerdo? Esa pregunta me hace evocar la inquietud de los presocráticos, padres de la filosofía, quienes ante el asombro que les provocaba la vida, exclamaban perplejos: “¿Cómo la carne nace de lo que no es carne y el cabello de lo que no es cabello?”. El asombro se hace mayor al saber que han pasado ya 28 siglos desde que los presocráticos expresaran esta duda y hasta el día de hoy seguimos dando tientos por caminos aún desconocidos. De todas maneras, sea espíritu, demonio, combinación de sustancias, relación de neuronas, pequeños choques electroquímicos, lo que sea, la memoria será siempre ámbito en donde nos reconocemos para reafirmar nuestro presente.

Jenny Valera, Yadira, Rómulo, Érika, Juan Carlos...
Hace pocos días mis amigos de la adolescencia me dieron un regalo inesperado: una foto de la época del bachillerato que nos muestra como grupo de alumnos del 5to. Año del Colegio República de Venezuela, de Valera. La imagen es un instante del paseo organizado como expedición de campo para la materia Ciencias de la Tierra, realizado por los paisajes de Boconó en el año de 1991. Hoy, 15 años después, y viendo esa imagen, regreso inmediatamente a los juegos de futbolito, a las canciones de Sentimiento Muerto y Desorden Público, Charly García, Fito Páez y Miguel Ríos. A las horas dedicadas a las series de televisión, consumiéndonos en “Alf, el extraterrestre”, “Cállate Sicilia” y “Sonoclips”. A los paseos en los carros “prestados”. A las constantes ganas de que las muchachas de las otras secciones del colegio nos prestaran atención para que aceptaran una invitación al cine “Teatro Avenida”...

Franco, Yesenia, Mayela, Katiuska...
Salud a todos, viejos amigos... Y de ahora en adelante, cuando desee tenerlos cerca, abordaré esta máquina del tiempo para darnos nuevamente un abrazo cordial.

08 noviembre, 2006

Al otro lado del espejo...


Quizás, al otro lado del espejo, la realidad se haga comprensible. Este mundo cuadriculado, dicotómico, que asalta a cada instante mis sentidos, es un mal simulacro, un fiasco de teatro. La lógica, la razón, las costumbres han hecho que nuestra visión de las cosas sea fragmentaria, que la vida sea no más que “una mala historia contada por un tonto”, parafraseando a Shakespeare. La literatura, la buena, por supuesto, es un excelente anteojo para ver el mundo más allá de sus tres dimensiones. Hagamos entonces de la literatura materia fundamental en todas las áreas de la sociedad. Rescatemos a la literatura de la cárcel a la que la han sometido los malos profesores de literatura del bachillerato y la universidad, quienes no se cansan de hablar las mismas sandeces de “El Túnel”, “Don Quijote”, “Doña Bárbara” y “María”. Quitemos a los críticos el “derecho exclusivo” de hablar de literatura y que cada libro que salga de las imprentas sea interés de asunto nacional. Que hasta en un jonrón, del Magallanes o del Caracas, narrado por un locutor deportivo, se diga con toda la seriedad del asunto: “Jonrón patrocinado por ‘El elefante’, de Fedosy Santaella; segunda base robada por ‘Vine, vi, reí’ de Armando José Sequera”. Quizás así, y sólo así, veamos un país distinto. Mientras tanto, y para celebrar el triunfo de Alberto Barrera por su premio Herralde, oigamos las palabras del inolvidable Cortázar.

07 noviembre, 2006

Punto de vista...

Percusión de espigados tacones, alpargatas deshiladas de asombro, mocasines exhibiendo lustres de infantes manos hambrientas. Calzados.
Pieles artificiales hacedoras de caminos. Calzados errantes, calzados de rumbo fijo, calzados en confusión.
Zapatos sonrientes y seguros del mañana; detrás, zapatos temblorosos y de agobios. Doblan la esquina. Truenos de un arma.
Puntas de un par de zapatos apuntan al cielo mientras otro par corre imperturbable entre la muchedumbre…

06 noviembre, 2006

El bostezo...

“Nuestro español bosteza
Doctor: ¿será hambre, sueño, hastío?
¿Tendrá el estómago vacío?
El vacío es más bien en la cabeza”.
Antonio Machado

-Aaaahhhmm…
La desmesura de su boca anunciaba el ocaso. Desde la ventana, observaba el tropel de la multitud. Fijaba su atención en los rostros de pesadez y amargura de las personas –cual caducos Atlas, quienes soportaban sobre sus hombros el peso de grandes relojes de esfera-. Rió para sus adentros cerrando cuidadosamente la ventana de madera. Apagó el foco de su cuarto y al acostarse exhaló un gran bostezo, aunándose luego la multitud como un majestuoso himno de hastío y angustia que cubría la ciu… aaaahhhmm…

05 noviembre, 2006

Mirar la ciudad...


La Ciudad, montón de encías desdentadas, se alzaba en algún lugar próximo al centro de nada. No existía ninguna razón que explicara el que la hubiesen construido allí y no en otro lugar; allí, ni un gran río, ni una cadena de montañas protectoras, ni siquiera una pequeña ondulación del terreno. Algún pionero arrojaría allí, de puro cansancio, su mochila, o quizás un caballo tuvo la ocurrencia de morirse en semejante sitio, y la Ciudad había surgido de tan humilde semilla, como un árbol o una enfermedad.

Peter Ustinov. Krumnagel, 1971.

Valera, la Roma de Venezuela, la ciudad trujillana de mi infancia y adolescencia, es hoy, luego de tantos años de haber salido de sus colinas, una suma de imágenes inconexas. Recuerdo por ejemplo la Plata I y la camaradería de sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar al vecino en desgracia. Pienso en el preescolar Consuelo Navas Tovar y la Escuela Eloísa Fonseca, con sus excelentes maestras y los enormes patios donde imitábamos las proezas de los futbolistas del mundial de España 82. Evoco el Ateneo de Valera y el escudo de su entrada que ostentaba para aquel entonces la indescifrable frase “Mens agitat molens”. El Supermercado Victoria, la plaza Bolívar, el parque Los Ilustres, el Edivica, las Acacias… Lugares que producen en mí retazos de nostalgia y que me invitan a dirigir la mirada hacia el techo y refugiarme en los vapores de la memoria.
Sin embargo, una ciudad no está hecha sólo de cemento y asfalto. Una ciudad también se construye con la mirada de sus habitantes, sus percepciones, sus valoraciones. Las palabras son el cemento de la realidad. Quizás por ello sea un buen ejercicio recopilar las miradas sobre la ciudad y vernos así en los pliegues de los adjetivos y verbos. Por lo pronto, veámonos los valeranos a través de las palabras de un viajero naturalista francés que visitó la ciudad en el siglo XIX y de un recién graduado médico que años después llegaría a ser conocido en el país como “El venerable”.

Christian Anton Goering (1836-1905)
Tomado de: Goering, Christian Anton (1999) Venezuela el más bello país del trópico. De las bajas tierras tropicales a las nieves perpetuas. Traducción del alemán: Verónica Jaffé y Nora López. Caracas: Playco. Pág. 140.

“El valle de Mendoza está relativamente bien cultivado y tiene un clima agradable, pero eso cambia rápidamente cuando uno baja a Valera, situada mucho más abajo, a orillas del río Motatán. Está ciudad está rodeada de montañas por todas partes. Solamente al norte, donde el río corre hacia los llanos de Monay, hay una amplia brecha. Ese encierro tiene como consecuencia una temperatura muy alta; yo por lo menos no recuerdo haber sufrido tanto de calor, ni en Cúcuta ni en ninguna otra parte. Sin mencionar la cantidad de insectos que había en nuestra posada de la plaza principal. Sin embargo, hay que decir que la situación de la ciudad es linda y que allí volví a encontrar la flora exuberante de las tierras bajas”.

José Gregorio Hernández (1864-1919)
Tomado de: Hernández Briceño, Ernesto (1958) Nuestro Tío José Gregorio. Contribución al estudio de su vida y de su obra. Tomo I. Caracas: Rivadeneyra. Págs. 172-173.

“Valera, oct. 22 de 1888.

Sr, Santos A. Dominici.
Caracas.

Muy querido amigo:

Desde el 18 del presente me encuentro en este lugar, como te decía en una de mis anteriores, viendo qué tal me parece para establecerme definitivamente, y estudiándolo para ver si, por el número de sus habitantes o por su situación central con respecto a los otros pueblos de por aquí, permitía esperar una clientela variada y principalmente productiva; pero, a juzgar por lo que he visto y me han contado las personas mejor informadas, veo que de ningún modo me conviene establecerme aquí.
Suponte una planicie, o mejor, no es una planicie, sino un valle sumamente hondo, un punto adonde llegan todos los caminos que van a los otros pueblos de la sección, de modo que forzosamente tiene que pasar por aquí el que vaya a otra población cualquiera, y eso hace que sea punto muy central y de mucho movimiento comercial. Si ahora lo consideramos intrínsecamente, vemos que tiene aproximadamente tres o cuatro mil habitantes, según mi cálculo, la mayoría italianos, que son los comerciantes y, por consiguiente, los más acomodados; luego la sociedad fina, que es muy pequeña, como que son casi todos miembros de la familia Salinas; después viene el pueblo, cuyas familias se mantienen con la cría de marranos y, por consiguiente, son sumamente pobres. Agrega a todo esto dos médicos que están aquí, uno que es el doctor L., condiscípulo de Mosquera y que ha estudiado tres años en Europa, hombre bastante instruído, pero que juega espantosamente y por eso descuida un poco a sus enfermos, pero no tanto como me habían dicho; el otro médico es el joven Pérez, de quien te hablé en una anterior a ésta.
Creo que indudablemente opinarás como yo; dejaremos a Valera para los médicos que ya están aquí, que son muy suficientes y si no están de más es porque éste es, como te decía, un lugar muy central y los forasteros suplen la pobreza en habitantes y en dinero. Por lo demás, es muy pintoresca en situación topográfica y sirve para asombro a todo el mundo porque es una sorpresa poco común en la cordillera andina, puesto que, estando en el corazón de la serranía, tiene una temperatura bastante elevada y no es raro que haya veintiocho y treinta centígrados a las cuatro de la tarde, mientras que a su alrededor hay una multitud de pueblecitos que distan tres, cuatro, el que más seis leguas, en los cuales el clima es bastante frío.
(...)
Las niñas de aquí son muy simpáticas y agradables; bailan muy bien, si me sigo por la única con que he bailado una noche aquí en casa con piano: me aseguran que hay otra que baila muchísimo mejor que la niña con que bailé; me he hecho muy amigo de esa afamada pareja y me ha prometido que en el primer baile que me encuentre con ella tendré la segunda pieza: se llama María Reimi y es prima de la novia de Eduardo Dagnino”.

03 noviembre, 2006

La telaraña en los ojos...

Ojeando un viejo texto de Svend Dahl que lleva por título “Historia del Libro”, me topo con una frase enigmática, desubicada, puesta allí como quien consigue un tomo de la “Ilíada” en medio del montón de revistas de un consultorio odontológico. La frase dice así: El que Herodoto, en su descripción de Egipto, no mencione los papiros es prueba de que éstos eran un fenómeno cotidiano en su país. Hasta ahí la frase. Nada. Ni una palabra más que argumente lo dicho, como si fuese cosa nimia lo expresado. Si el silencio es prueba de la existencia, debe encontrarse entonces un mundo más ancho y ajeno, como diría Ciro Alegría, detrás del mundo que los sentidos nos muestran en el bullicio festivo de lo cotidiano. Pareciera que ante tantos signos los sentidos se adormecen, se aburundangan, y comienzan a desaparecer de la realidad los objetos que ya son habituales en nuestro espectro visual. La lámpara de noche que lleva ya tres años en la esquina del dormitorio, ha desaparecido de tanto verla en su perpetua inamovilidad. El sofá de la sala es un ente metafísico, inexistente, que anuncia su presencia cada vez que hay que barrer debajo de sus patas. “La cotidianidad nos teje telarañas en los ojos”, habría dicho el poeta argentino Oliverio Girondo, optando por la sorpresa, el extrañamiento, el asombro; nuevas miradas como solución a la desesperanza contemporánea.

01 noviembre, 2006

El papá de los helados le está soplando el bistec al fresita

La maravilla del lenguaje hace notar su presencia en cada parada de autobús, en cada cola de banco, y nos muestra, cual pavorreal, todo su plumaje extendido lleno de signos. Palabras que van de bocas a oídos y que nos recuerdan que el lenguaje es un corazón que late y no un bloque de mármol cincelado para el bostezo y la amargura. El habla, ya lo había dicho Saussure, es constante metáfora y movimiento. Quizás por ello me aventuré, con libreta en mano, a pasearme por las calles y avenidas de Puerto Ordaz para tomarle el pulso al habla guayanesa. Aquí les obsequio lo anotado:
Arresingar: joderse. “Que se arresingue ese muchacho”
Bruja: chismoso.
Cagalera: dulce de leche con papelón y queso.
Caja e’ machete: inteligente, intrépido. “Juan es una caja e’ machete”.
Cambimbear: vagar, andar sin oficio. “Seguro andas cambimbeando”.
Camute: trabajos varios, matar tigres. “Pedro está camuteando”.
Cimbrada: ceder por el peso, apretado. “La camioneta está cimbrada”.
Comemuslo: amante. “Luisa tiene un comemuslo”.
Esgaritar: perderse. “No se esgarite”.
Esguarilao: desordenado. “Caminar esguarilao”.
Fresita: sifrino.
No furula: inservible.
Papá de los helados: el mejor.
Pelar pava: cortejar
Perrera: transporte público.
Picha: metra.
Pijotero: ramplón, básico. “Ese carro es pijotero”.
Potear: piratear. “El profesor está poteando”.
Secársele las patas: esperar mucho tiempo.
Soplar el bistec: cortejar la novia de otro.