25 noviembre, 2006

Conversaciones imaginarias (...y pinchadas)

Desde 1972, cuando el escándalo de Watergate copó la atención mundial, aquel asunto de un presidente norteamericano que tuvo que renunciar por haberse visto envuelto en hechos de espionaje telefónico, mi interés en oír conversaciones ajenas se convirtió en destino de vida. Para aquel entonces mis escasos seis años explicaban el funcionamiento del teléfono semejándolo a los rústicos teléfonos de pabilo y vasos de cartón que en las tardes de recreo construía con mis amigos. Con ellos planificaba “intervenir” el teléfono de la directora, amarrando una punta del hilo al cable telefónico. La acción de espionaje concluyó estrepitosamente con una tarde de final de clases borrando todas las pizarras de la escuela como castigo.
Ya de adulto mi hobby fue colmado por la CANTV, con las continuas llamadas ligadas que me permitían enterarme de todo lo humano y divino. Tenía en mi hogar uno de aquellos viejos teléfonos grises, en cuyo disco giratorio se mostraba, inútil, el abecedario.
Una mañana de esas, durante las cuales se piensa que el día será como cualquier otro, sucedió lo imprevisible: mi teléfono se ligó en una conversación con el teléfono de un tal “Tobías”.
“Tobías”, por lo que pude entender, conversaba con alguien llamado “Carmelo”; conversación que no pude entender al principio si se trataba de una negociación de compra de una póliza de seguros o de otra cosa. Ya al final de la conversación pude aguzar el oído y escuché por el auricular lo siguiente:

-C: Bueno, coño, un toquecito...
-T: Bueno como no...déjame que ya me voy a poner en eso...
-C: Está bien todo, pero eso es para aumentar
-T: Estoy de acuerdo...

En todos los años que llevo de espía, en mi larga vida de “oidor indiscreto”, ninguna conversación como esa que escuché inquietó tanto mi curiosidad. Ese corto diálogo lo he anotado en varias resmas de papel, le he dado la vuelta, he jugado con las variantes, he consultado el libro del profesor Angel Rosenblat, “Buenas y malas palabras”, y los escritos de Alexis Márquez Rodríguez, y ninguno me da una explicación acerca de lo del “toquecito”.
La duda me asfixiaba y opté por abandonar mi vicio. Cambié mi viejo teléfono por uno “digital”, y llamarlo así, en estos tiempos que corren, encierra toda una alabanza omnipotente y una concepción de vida. Mi nuevo teléfono emite un gurgural llamado, cual dulce canto de sirenas, acompañado de un variado juego de luces intermitentes; y lo que es mejor, ya no se liga.
Del “toquecito” ya ni me acuerdo…

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