01 marzo, 2011

Estampas de la vieja Guayana


Angostura, hoy Ciudad Bolívar, fue el puerto fluvial más importante de Venezuela durante la época colonial, las primeras décadas de la vida republicana y aún, durante las primeras décadas del siglo XX. El mismo Humboldt, en su descripción de las regiones equinocciales del Nuevo Mundo, habla de Angostura como el puerto de mayor ventaja entre los existentes en Venezuela, por encima de Puerto Cabello y La Guaira.

Las costas del Orinoco eran entonces puerta de entrada cotidiana para embarcaciones venidas de diversas latitudes. Goletas, bergantines, balandras y lanchas llegaban de San Fernando, Nutrias, Camaguán, Cumaná, Pampatar, Upata, Arauca, Trinidad, Liverpool, Bremen, Tobago, Cuba, Nueva York, Martinica, Barbados, Hamburgo, y un largo etcétera que está inscrito en las listas oficiales de desembarco de la época.

En esas naves, a la par que nuevas mercancías, llegaban idiomas ajenos, diversidad de impresos, ideas divergentes. Ciudad Bolívar era entonces una urbe con una prominente oferta de bienes culturales como periódicos, libros, obras de arte, compañías de teatro, cines, orquestas, entre otras, que venían a satisfacer la demanda de los guayaneses de finales del siglo XIX.

Hoy, Ciudad Bolívar lucha contra el olvido y la desidia, soñando con los esplendores de su pasado.

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En 1899 un grupo de jóvenes intelectuales de Ciudad Bolívar se reunió para fundar el Centro Científico-Literario. A este centro, que servía de excusa para las amenas y sesudas tertulias, acudía Bartolomé Tavera Acosta, Luis Felipe Vargas Pizarro, Luis Alcalá Sucre, José Manuel Agosto Méndez, Luis A. Natera Ricci, Saturio Rodríguez Berenguel, entre otros universitarios guayaneses de la época. El Centro Científico-Literario de Ciudad Bolívar publicó y logró mantener por quince años la revista Horizontes, medio que servía de órgano de difusión de dicho centro. Esta revista, de periodicidad mensual, vio la luz el 30 de enero de 1899, y es comparable por su singularidad y prestigio, según señalan algunos investigadores, a El Cojo Ilustrado, una de las mejores revistas culturales de Hispanoamérica que existió a finales del siglo XIX y principios del XX.

El último número de la revista Horizontes, el 131, apareció el 31 de octubre de 1914. La guerra europea había hecho escasos el papel y otros insumos para la imprenta. Por ello la revista, luego de 15 años de existencia y de circulación nacional e internacional, finalizó su influencia en la vida cultural venezolana.

Hoy la revista Horizontes, a pesar de su importancia, yace olvidada en algunos de los estantes de la Biblioteca Nacional de Caracas.

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El nombre de Monseñor Zabaleta es usado hoy día para designar varias instituciones y edificaciones de Ciudad Guayana: dos liceos, una avenida, un centro comercial y la terminal de pasajeros de San Félix ostentan el nombre de este insigne religioso español.

Llegado a San Félix a principios de la década de los 50, Francisco Javier Zabaleta Lizarraga venía de realizar una significativa obra social en Tumeremo y de luchar por la dignificación de los indígenas del Delta y de la Gran Sabana.

Flaco hasta el extremo, de pelo blanco como la sotana que usaba de indumentaria, Monseñor Zabaleta se caracterizó por su absoluta sencillez y pobreza en su modo de vida y por su inagotable fuerza y sensibilidad ante los problemas humanos. Desde su posición de prelado, incentivó la creación de liceos, carreteras, puentes y siempre tuvo como norma ayudar a los más necesitados.

El 23 de enero de 1958, cuando cayó la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Monseñor Zabaleta se arriesgó a subir a las 3:30 de la madrugada a su campanario a medio construir para hacer sonar las pesadas campanas de la iglesia y anunciar así a los guayaneses la llegada de la democracia.

En 1981 partió a su España natal, siempre con la esperanza de regresar y volver al San Félix de su vida. Pudo hacerlo una vez más en 1989 y murió un mes después, a la edad de ochenta años.

El nombre de Monseñor Zabaleta quedó eternizado en Guayana, donde lo recordarán por siempre como el sacerdote de la humildad.

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Antonio Lauro fue el primer compositor venezolano cuya obra resultó conocida, estudiada e interpretada en el mundo entero. Su nombre forma parte del repertorio universal de la guitarra. Sin embargo, muy pocos saben que este músico de renombre internacional nació en Ciudad Bolívar en el año de 1917, en una casa que aún existe y que hace esquina con la plaza Bolívar, entre las calles Amor Patrio y Constitución. En esa Ciudad Bolívar de su infancia aprendió el pequeño Lauro el amor por la música, quizás aprendiendo primero de su padre, barbero, músico y compositor, quien murió tempranamente, cuando Antonio Lauro contaba apenas con 5 años de edad. Ya de adulto, y reconocido como el gran compositor venezolano, recordaba siempre la influencia temprana de su padre en su formación musical, diciendo que la profesión que tomó fue siempre un homenaje a su padre.

Uno de los valses más conocidos de Antonio Lauro es el que lleva por título “Natalia”. Compuesto en 1940, fue grabado por vez primera en 1955 y en los créditos el autor aparece como un compositor argentino. Plagiada muchas veces y grabada sin la autorización previa de Lauro, esta obra recorrió el mundo ganando cada vez mayor aprecio y fama sin saber el público que un bolivarense había compuesto tan extraordinaria maravilla.

En 1986, a la edad de 68 años, muere Antonio Lauro, aguardando aún por el reconocimiento de Ciudad Bolívar como una ciudad de un esplendoroso legado musical y dejando tras de sí una larga estela de melodías que alegran al mundo.