05 noviembre, 2006

Mirar la ciudad...


La Ciudad, montón de encías desdentadas, se alzaba en algún lugar próximo al centro de nada. No existía ninguna razón que explicara el que la hubiesen construido allí y no en otro lugar; allí, ni un gran río, ni una cadena de montañas protectoras, ni siquiera una pequeña ondulación del terreno. Algún pionero arrojaría allí, de puro cansancio, su mochila, o quizás un caballo tuvo la ocurrencia de morirse en semejante sitio, y la Ciudad había surgido de tan humilde semilla, como un árbol o una enfermedad.

Peter Ustinov. Krumnagel, 1971.

Valera, la Roma de Venezuela, la ciudad trujillana de mi infancia y adolescencia, es hoy, luego de tantos años de haber salido de sus colinas, una suma de imágenes inconexas. Recuerdo por ejemplo la Plata I y la camaradería de sus habitantes, siempre dispuestos a ayudar al vecino en desgracia. Pienso en el preescolar Consuelo Navas Tovar y la Escuela Eloísa Fonseca, con sus excelentes maestras y los enormes patios donde imitábamos las proezas de los futbolistas del mundial de España 82. Evoco el Ateneo de Valera y el escudo de su entrada que ostentaba para aquel entonces la indescifrable frase “Mens agitat molens”. El Supermercado Victoria, la plaza Bolívar, el parque Los Ilustres, el Edivica, las Acacias… Lugares que producen en mí retazos de nostalgia y que me invitan a dirigir la mirada hacia el techo y refugiarme en los vapores de la memoria.
Sin embargo, una ciudad no está hecha sólo de cemento y asfalto. Una ciudad también se construye con la mirada de sus habitantes, sus percepciones, sus valoraciones. Las palabras son el cemento de la realidad. Quizás por ello sea un buen ejercicio recopilar las miradas sobre la ciudad y vernos así en los pliegues de los adjetivos y verbos. Por lo pronto, veámonos los valeranos a través de las palabras de un viajero naturalista francés que visitó la ciudad en el siglo XIX y de un recién graduado médico que años después llegaría a ser conocido en el país como “El venerable”.

Christian Anton Goering (1836-1905)
Tomado de: Goering, Christian Anton (1999) Venezuela el más bello país del trópico. De las bajas tierras tropicales a las nieves perpetuas. Traducción del alemán: Verónica Jaffé y Nora López. Caracas: Playco. Pág. 140.

“El valle de Mendoza está relativamente bien cultivado y tiene un clima agradable, pero eso cambia rápidamente cuando uno baja a Valera, situada mucho más abajo, a orillas del río Motatán. Está ciudad está rodeada de montañas por todas partes. Solamente al norte, donde el río corre hacia los llanos de Monay, hay una amplia brecha. Ese encierro tiene como consecuencia una temperatura muy alta; yo por lo menos no recuerdo haber sufrido tanto de calor, ni en Cúcuta ni en ninguna otra parte. Sin mencionar la cantidad de insectos que había en nuestra posada de la plaza principal. Sin embargo, hay que decir que la situación de la ciudad es linda y que allí volví a encontrar la flora exuberante de las tierras bajas”.

José Gregorio Hernández (1864-1919)
Tomado de: Hernández Briceño, Ernesto (1958) Nuestro Tío José Gregorio. Contribución al estudio de su vida y de su obra. Tomo I. Caracas: Rivadeneyra. Págs. 172-173.

“Valera, oct. 22 de 1888.

Sr, Santos A. Dominici.
Caracas.

Muy querido amigo:

Desde el 18 del presente me encuentro en este lugar, como te decía en una de mis anteriores, viendo qué tal me parece para establecerme definitivamente, y estudiándolo para ver si, por el número de sus habitantes o por su situación central con respecto a los otros pueblos de por aquí, permitía esperar una clientela variada y principalmente productiva; pero, a juzgar por lo que he visto y me han contado las personas mejor informadas, veo que de ningún modo me conviene establecerme aquí.
Suponte una planicie, o mejor, no es una planicie, sino un valle sumamente hondo, un punto adonde llegan todos los caminos que van a los otros pueblos de la sección, de modo que forzosamente tiene que pasar por aquí el que vaya a otra población cualquiera, y eso hace que sea punto muy central y de mucho movimiento comercial. Si ahora lo consideramos intrínsecamente, vemos que tiene aproximadamente tres o cuatro mil habitantes, según mi cálculo, la mayoría italianos, que son los comerciantes y, por consiguiente, los más acomodados; luego la sociedad fina, que es muy pequeña, como que son casi todos miembros de la familia Salinas; después viene el pueblo, cuyas familias se mantienen con la cría de marranos y, por consiguiente, son sumamente pobres. Agrega a todo esto dos médicos que están aquí, uno que es el doctor L., condiscípulo de Mosquera y que ha estudiado tres años en Europa, hombre bastante instruído, pero que juega espantosamente y por eso descuida un poco a sus enfermos, pero no tanto como me habían dicho; el otro médico es el joven Pérez, de quien te hablé en una anterior a ésta.
Creo que indudablemente opinarás como yo; dejaremos a Valera para los médicos que ya están aquí, que son muy suficientes y si no están de más es porque éste es, como te decía, un lugar muy central y los forasteros suplen la pobreza en habitantes y en dinero. Por lo demás, es muy pintoresca en situación topográfica y sirve para asombro a todo el mundo porque es una sorpresa poco común en la cordillera andina, puesto que, estando en el corazón de la serranía, tiene una temperatura bastante elevada y no es raro que haya veintiocho y treinta centígrados a las cuatro de la tarde, mientras que a su alrededor hay una multitud de pueblecitos que distan tres, cuatro, el que más seis leguas, en los cuales el clima es bastante frío.
(...)
Las niñas de aquí son muy simpáticas y agradables; bailan muy bien, si me sigo por la única con que he bailado una noche aquí en casa con piano: me aseguran que hay otra que baila muchísimo mejor que la niña con que bailé; me he hecho muy amigo de esa afamada pareja y me ha prometido que en el primer baile que me encuentre con ella tendré la segunda pieza: se llama María Reimi y es prima de la novia de Eduardo Dagnino”.

3 comentarios:

  1. Todos amamos nuestra ciudad natal... ¿o amamos nuestra infancia perdida y la enlazamos con la ciudad? La razón se diluye entre las excusas que pone la memoria. El asunto es que semanalmente la visitamos, aunque sea mirando al techo o asomados al balcón en las mañanas o noches. No hay horarios para estas visitas que se antojan en el momento menos esperado y se nos pierde la vista. Un día visitaré Valera y te contaré lo que mis ojos vieron.

    ResponderBorrar
  2. ¡Qúé recuerdos que me traes con la foto de Valera, con los comentarios de José Gregorio y Göering! ¡Y con la foto del paseo de cs. de la tierra, que yo hice en 1984 con mis compañeros en la primera promoción del República! Y allí está el profesor Sánchez, ¿no? que seguramente los llevó hasta la Loca Luz Caraballo.
    En fin, qué ganasd eregresar a mi calurosa Valera, mi arrogante Valera que siempre se compara con Roma, tan linda! Es que los valeranos no nos quedamos cortos en eso del orgullo regional, ¿no?

    Un saluod cordial y valerano, y ¡que viva Valera, no fuña!

    ResponderBorrar
  3. ¡¡¡¡No fuña y nojote!!!! Qué sorpresa saber que fuiste alumno del República. El profesor que aparece en la fotografía sí es el profesor Sánchez. Él murió hace pocos años y había abandonado un poco la docencia para dedicarse a la política. No te preocupes por la distancia, como dice el lugar común, Valera siempre se lleva por dentro.

    ResponderBorrar