No hay mayor placer en esos oficios del historiador que escuchar de la propia boca de los personajes los grandes sucesos del pasado contados desde el punto de vista de la cotidianidad. Imaginémonos oír, por ejemplo, el relato de la muerte de Gómez contada por la cocinera del Benemérito; o el caso de Braulio Fernández, soldado del ejército de Bolívar, quien escribió un diario que muestra –sin la conocida exageración del culto patriótico– la vida del venezolano en los turbulentos años de la guerra independentista. Así nos ocurrió hace tiempo al conversar con la señora Ana Marquina, tovareña de 92 años, y oír de ella la historia del primer avión que sobrevoló la población de Tovar, en Mérida. A pesar de la ceguera y de la sordez parcial de la señora Marquina, ella nos contó –con una memoria envidiable– que el 29 de octubre de 1929, mientras recolectaba el café, comenzó a percibir en el cielo de Tovar un sonido estruendoso. Todos los habitantes comenzaron a persignarse y a huir porque quizá se caía el cielo y el fin del mundo ya había llegado. Hasta los animales, no acostumbrados a tal extrañeza, entraron en algarabía y un burro que estaba amarrado al rancho de la señora Marquina del susto huyó, tumbando la vivienda. Luego del curioso suceso, y habiendo entendido que de lo que se trataba era simplemente de “uno de esos artefactos modernos que mientan avión”, un amigo suyo, que se dedicaba a la poesía y que fue también testigo del hecho, le regaló un poema que escribió en ese memorable año 1929 y que la señora Marquina, muy amablemente, nos lo recitó luego de 77 años:
Cuando aquellos aeroplanos
en el año veintinueve
pasaron en paso a breve
por aires venezolanos,
los que de punto central
hasta el Táchira ocurrían,
donde lágrimas vertían
todos aquellos vivientes
los que estaban inocentes
del ruido que éstos hacían.
Al paso por Tovar,
la Laguna Negra
quiso presentarles un afán
con un terrible huracán
que hasta los vientos deshizo
para traerlos al piso
donde sus aguas estaban.
Por el Páramo de La Grita
al mirarlos asomar
aquel que nunca rezaba
hasta a rezar en voz alta
la situación lo obligaba.
Unos lloraban y gritaban
y no sabían ni qué pensar:
si esto será un castigo del cielo
o el mundo se va a acabar.
Y los pilotos inocentes
del ruido que éstos hacían
volaron por San Antonio
Cuando aquellos aeroplanos
en el año veintinueve
pasaron en paso a breve
por aires venezolanos,
los que de punto central
hasta el Táchira ocurrían,
donde lágrimas vertían
todos aquellos vivientes
los que estaban inocentes
del ruido que éstos hacían.
Al paso por Tovar,
la Laguna Negra
quiso presentarles un afán
con un terrible huracán
que hasta los vientos deshizo
para traerlos al piso
donde sus aguas estaban.
Por el Páramo de La Grita
al mirarlos asomar
aquel que nunca rezaba
hasta a rezar en voz alta
la situación lo obligaba.
Unos lloraban y gritaban
y no sabían ni qué pensar:
si esto será un castigo del cielo
o el mundo se va a acabar.
Y los pilotos inocentes
del ruido que éstos hacían
volaron por San Antonio
y a Caracas regresaron ese mismo día.
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