17 diciembre, 2006

El verdadero valor de la prensa


Las publicaciones periódicas son en nuestra época como la respiración
diaria; ni libertad, ni progreso, ni cultura se concibe sin este vehículo
Sarmiento


Los hombres de la bucólica Caracas de principios del siglo XIX, veían asombrados cómo eran invadidos por un recién llegado forastero. Era un lunes 24 de octubre de 1808 y el extraño, según rumores, había salido del taller de Mateo Gallagher y Jaime Lamb, situado en la misma ciudad, y en donde existía una máquina llamada imprenta, que según algunos era un artefacto diabólico que intentó traer Francisco de Miranda. “Gazeta de Caracas” llevaba por nombre el delgado personaje de cuatro páginas. Desde entonces, la pequeña ciudad no sería la misma, pues había nacido el periodismo.
El periodismo nace en Venezuela en una situación en la que la sociedad ve turbada su tranquilidad colonial por los sucesos de la guerra independentista. No hace su aparición el periódico como instrumento de ocio y de asunto exclusivo de las letras; sino que presta su tinta para los avatares de lucha del siglo XIX que superan la cifra de más de 2.000 guerras. Y el periodismo, ejercicio que combina la impresión efímera y a la vez el resguardo temporal, “único capaz de recoger la memoria integral del hombre”, como diría Humberto Cuenca, no podía obviar los sucesos que a su alrededor se desarrollaban. Así, el periódico vino a desempeñar en los primeros años del siglo XIX una función de tribuna y de herramienta para la instrucción ideológica. Miranda daba importancia suprema al periódico, tildándolo de “civilizador”, además de exigir a sus tropas la inclusión de una imprenta entre sus pertrechos; y Simón Bolívar, El Libertador, hablaba de “hacer las guerra con los papeles públicos”. Se desataba entonces a la par otra guerra en los tipos y galeras que imprimían los periódicos. Una guerra de ideas y de fundamento de posiciones que en lo político se mantuvo en el transcurso del siglo: en la Oligarquía Conservadora, en el Federalismo, en el guzmancismo, en el Legalismo, en el castrismo y en las diseminadas revueltas caudillescas del interior del país.
Si en lo político el periódico sirvió de escenario para la confrontación de ideas, en lo económico dio un nuevo aspecto a las relaciones comerciales. Con la transformación del lector como público consumidor se intensifica y desarrolla la aparición de avisos publicitarios erosionando subrepticiamente con ello ciertas normas sociales: se muestra a la mujer como medio para la venta, se habla abiertamente del adulterio, de la menstruación, se utiliza un espacio privado como el baño para mostrarlo como espacio público para el comercio. Se amplía igualmente el radio de acción de las relaciones mercantiles: el producto llega hasta donde llegue el periódico.
En el aspecto cultural el periódico va a cumplir en el siglo XIX una función modernizadora, pues dará al escritor un nuevo lenguaje, una nueva manera de decir. Con el breve espacio que ofrece el periódico se imposibilita, o en todo caso resulta contraproducente, dar rienda suelta a la redacción ampulosa y cargada de metáforas y giros latinos; y con la rapidez de edición, o diarismo, iniciada en Venezuela en 1837 con el “Diario de avisos”, se da paso al trabajo poco pensado y sin pulituras. Con esas condiciones de brevedad y rapidez que exigía el periódico, el lenguaje escrito tuvo que vestir un nuevo ropaje: claridad y sencillez. Para decirlo con palabras del escritor español Azorín:

El periodismo, con sus procedimientos rápidos, ligeros, amenos, ha contribuido a que los géneros literarios: novela, teatro, etc., adquieran esa misma ligereza, rapidez y amenidad de los trabajos de prensa.

Con el periódico aparece en Venezuela la figura de la escritura como profesión, de la redacción asalariada, que se inicia en 1868 con “La opinión nacional”, pagando articulistas como José Martí. Ello dará nuevas formas al desarrollo de la institución literaria venezolana en el siglo XIX.
Quizás otra de las funciones en las que haya desempeñado presencia indiscutible el periódico en el siglo XIX venezolano es el de la labor de alfabetización que hubiera desempeñado entre la gran masa de habitantes sin los conocimientos de lectura y escritura. No hemos conseguido trabajos que mencionen el asunto, pero imaginamos y nos aventuramos a hipotetizar que la prensa ayudó, cual cartilla de letras, en la labor de alfabetización de los pueblos.
Para los lectores de hoy, la prensa venezolana del siglo XIX encierra toda esa época de gesta y lucha, de formación y ensayos de repúblicas; en sus páginas se observa el horizonte de lo transitado, el punto único que encierra el universo, cual aleph borgiano, que nos faculta la entrada tanto hacia el ayer pomposo como al pasado menudo. Ya muy bien decía Tulio Febres Cordero en el mismo siglo XIX, en 1886, que:

El objeto del periódico no está circunscrito a lo presente; no, a la vez que instruye al público de las crónicas del día en todos los ramos de la actividad humana, es depósito sagrado en que queda la memoria de los hechos.

Por esta razón debe desarrollarse intensamente una labor de rescate e indización de las publicaciones periódicas venezolanas del siglo XIX que pueda preservar y dar forma a todo ese enjambre de papel y tinta. Como alerta, Tulio Febres Cordero propuso en 1886, con la visión de futuro que ostenta el verdadero historiador, la siguiente idea:

Que cada periódico publique anualmente en un folleto manuable el índice o repertorio alfabético de las materias más curiosas e importantes que haya publicado durante el año corrido.

Quizás si hubiéramos prestado atención, otro sería el cuento de estas líneas...

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