La realidad es para muchos concepto prefabricado, noción universal y atemporal que envuelve y determina nuestra existencia. La realidad es para muchos ámbito y reino de la posibilidad y lógica que se halla fuera del límite que traza nuestra retina y epidermis.
Si preguntásemos acerca de lo que es la realidad, de seguro recibiríamos como respuesta un breve recorrido ocular, como queriendo decir ¡pues esto!, restringiendo el concepto a cuerpos presentes en un espacio. Pero el asunto no muere en esas palabras; realidad es interpretación, lectura que hacemos sobre lo que nos circunda. Realidad, como ya nos lo advirtió Foucault, es una suma de operaciones lógicas, un constructo mental, una odiosa cuadrícula cernida por el tamiz de los sentidos. Esta idea podría llevarnos a pensar que existen tantas realidades como seres humanos, que “cada cabeza es un mundo”. Mas el pago y condición sine qua non para la convivencia en sociedad es la uniformidad de pensamientos y actitudes, tarea encargada a los aparatos ideológicos que nos marcan con el hierro encendido del comportamiento social y las actitudes “políticamente correctas”. Ya José Martí lo había dicho: “Apenas se nace, nos esperan junto a la cuna las costumbres, la tradición, el amor de los padres, el Estado, la Religión, y nos atan, y nos fajan, y somos por toda la vida un caballo embridado”.
Para aprehender la realidad son necesarios dos anteojos: tiempo y espacio. El tiempo y el espacio son, y lo sabemos desde Kant, representaciones necesarias que subyacen en todas nuestras intuiciones; es decir, son formas innatas, a priori, que nos permiten pensar el mundo y que se constituyen en borde y mediación: borde, porque trazan límites a la razón; mediación, porque es por ellos que aprehendemos la realidad.
Si la representación del mundo se apoya en el caballete del tiempo y el espacio, entonces no ha de extrañarnos que el artista cuestione la realidad problematizando la representación por medio de las transformaciones en la perspectiva, el cuestionamiento del héroe o las variaciones en las concepciones temporales. Así, el arte asume una actitud crítica, distanciada del orden y de las jerarquías, y reclama para sí su soberanía.
Si preguntásemos acerca de lo que es la realidad, de seguro recibiríamos como respuesta un breve recorrido ocular, como queriendo decir ¡pues esto!, restringiendo el concepto a cuerpos presentes en un espacio. Pero el asunto no muere en esas palabras; realidad es interpretación, lectura que hacemos sobre lo que nos circunda. Realidad, como ya nos lo advirtió Foucault, es una suma de operaciones lógicas, un constructo mental, una odiosa cuadrícula cernida por el tamiz de los sentidos. Esta idea podría llevarnos a pensar que existen tantas realidades como seres humanos, que “cada cabeza es un mundo”. Mas el pago y condición sine qua non para la convivencia en sociedad es la uniformidad de pensamientos y actitudes, tarea encargada a los aparatos ideológicos que nos marcan con el hierro encendido del comportamiento social y las actitudes “políticamente correctas”. Ya José Martí lo había dicho: “Apenas se nace, nos esperan junto a la cuna las costumbres, la tradición, el amor de los padres, el Estado, la Religión, y nos atan, y nos fajan, y somos por toda la vida un caballo embridado”.
Para aprehender la realidad son necesarios dos anteojos: tiempo y espacio. El tiempo y el espacio son, y lo sabemos desde Kant, representaciones necesarias que subyacen en todas nuestras intuiciones; es decir, son formas innatas, a priori, que nos permiten pensar el mundo y que se constituyen en borde y mediación: borde, porque trazan límites a la razón; mediación, porque es por ellos que aprehendemos la realidad.
Si la representación del mundo se apoya en el caballete del tiempo y el espacio, entonces no ha de extrañarnos que el artista cuestione la realidad problematizando la representación por medio de las transformaciones en la perspectiva, el cuestionamiento del héroe o las variaciones en las concepciones temporales. Así, el arte asume una actitud crítica, distanciada del orden y de las jerarquías, y reclama para sí su soberanía.
El arte crea sus mundos como contrapartida a las "fealdades e injusticias" de nuestra realidad.
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