Pablo Picasso, "Músicos", 1921
A Dios se le rompieron los neumáticos.
En verdad, hermanos, en verdad
la hora de las cosas peludas
llegó
llegó
la hora de las cosas peludas
dicen los crucificados.
Las mujeres son problemas con pelitos.
El animal de ladrillos se pone condones iluminados.
Los idiotas artificiales
humedecen los muros únicos del manicomio.
La araña cría pelos y se transforma en filósofo.
El marrueco de la filosofía
se abrocha con tres botones y un testículo.
(Pablo de Rokha. “U”. 1927).
El avión y el automóvil nos traen una nueva mentalidad
No existe empresa de mayor riesgo que la de la definición, pues ésta, susceptible a las visiones del que define, lleva dentro de sí la labor ambigua de la reducción de la totalidad. Englobar por ejemplo con el término de Vanguardia a un cúmulo variado de experiencias estéticas nos haría correr el riesgo del “adjetivazo”, y cito, “que cancela de un plumazo toda la rica variedad de un movimiento o autor”, como dijo alguna vez Orlando Araujo.
Definiremos entonces a la Vanguardia, no sin reservas, como los movimientos estéticos que surgieron después de la Primera Guerra Mundial (1918) hasta los inicios de la Segunda (1939), que anhelaban nuevos lenguajes y horizontes de expresión. Más que un simple choque generacional, más que una insolencia de joven rebelde, la época vanguardista evidencia la crisis del sujeto moderno que es impelido a parir, a ella y con ella, a la contemporaneidad histórica. Nuevos actores sociales deambulaban por las nuevas urbes, que ahora eran morada de automóviles, aviones, rascacielos, oficinas, burócratas. La Vanguardia, citando a Klaus Müller-Berg, “equivale al triunfo intransigente y definitivo de valores asociados a la nueva sensibilidad del siglo XX, que pone el debido énfasis en la técnica, la velocidad, el cambio, la novedad, la imprevisibilidad y la aventura”. Esta crisis es herencia del drama del siglo XIX que enfrenta Fe y Razón, Lógica e Instinto, Inteligencia y Realidad; propiciado en lo estético por la postura antinaturalista de Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Verlaine y el mismo Baudelaire, quien diría, con un empecinado rechazo hacia normas y escuelas: “La naturaleza es fea y yo prefiero los monstruos de mi fantasía”. El arte adquiriría nuevos ropajes e inusuales formas de nombrar al mundo, y la palabra, antes mero instrumento, ahora poseía poderes mágicos y valor en sí misma En lo económico, el paso del capitalismo de libre concurrencia al capitalismo monopolista y el amplio desarrollo de la segunda fase de la Revolución Industrial abonaría la nueva mentalidad del siglo XX. En lo filosófico, el Irracionalismo de Nietzsche y Kierkegaard propiciaron la ininteligibilidad del mundo, y la sentencia nietzscheana de la muerte de Dios secularizó la vida, dejando huérfano al hombre y lleno de angustias.
Tantas vanguardias como el anhelo del hombre...
En esa situación comenzaron a surgir los ismos vanguardistas en Europa. Agrupaciones en constante afrenta contra la tradición, la academia, el canon, los géneros, la institución artística; para ellos el arte tenía que ser la vida misma, y en efecto lo fue. Así, cientos de agrupaciones, difícil de listar, rechazaban el pasado y afirmaban su creación como el “nuevo arte”: Expresionismo (Alemania), Futurismo (Italia/Francia), Cubismo (Francia), Dinamismo (Francia), Dadaísmo (Suiza), Surrealismo (Francia), Ultraísmo (España)...
Podemos configurar intenciones comunes de todos ellos:
1.- Conciencia de grupo: que evidencia una sensibilidad común entre sus individuos.
2.- Institucionalización del grupo: por medio de manifiestos teóricos y la elaboración de revistas que sirvieran de vehículo de difusión.
3.- Fundación y negación: actitud con la cual rechazaban todo el pasado y manifestaban la novedad y verdad de su arte.
4.- Experimentalismo: por medio del cual se transgrede la institución artística con la confusión de géneros, se renueva la perspectiva en la pintura con el abstraccionismo y la música comienza a ser atonal. Así, el arte todo explora nuevas maneras que satisficieran al nuevo hombre del siglo XX.
Haciendo un ejercicio para recordar los principales movimientos de Vanguardia europeos, sin la intención de nombrarlos a todos, tenemos entre los que más influencia ejercieron al Futurismo, al Surrealismo y al Cubismo. El Futurismo fue fundado en 1909 por Filippo Tomasso Marinetti (1876-1944). Este movimiento buscaba la exaltación de la modernidad, entendida como adoración a la máquina en la que se veía un instrumento multiplicador de los poderes del hombre. En el primer manifiesto del grupo se dirá: “Un automóvil de carrera, con su caja adornada de gruesos tubos que se dirían serpientes de aliento explosivo... un automóvil de carrera, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia”.
Con el Surrealismo se pretendía renovar, más que el arte, a la vida misma. Fundado en 1924 por André Bretón (1896-1966), junto con Lois Aragón y Soupault, se comienza a explorar la esencia de la realidad, a lo que está más allá de la misma (superrrealismo). Se hurga entre los sueños por la influencia de Freud y del psicoanálisis, en el que el subconsciente domina y guía la labor creadora. No por nada un surrealista francés colocaba en la puerta de su dormitorio un cartel que decía: “el poeta trabaja”. Bretón definiría el Surrealismo de la siguiente manera: “automatismo psíquico puro por el cual uno se propone expresar, ya verbalmente, ya por escrito, o de cualquier otra manera el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento fuera de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética o moral”.
En 1910 aparece la tendencia denominada Cubismo, aunque ya para 1906 y 1907 encontramos los experimentos pictóricos de Picasso y Braque. El Cubismo aspiraba la autonomía de la obra artística por medio de las audacias de perspectivas y la simultaneidad en un mismo plano, además de valor a la tipografía en los poemas con el juego de las formas de Los Caligramas de Apollinaire.
Dejamos en reserva muchos más movimientos de Vanguardia: Dadaísmo, Expresionismo, Ultraísmo español, y un largo etcétera que impuso como castigo a J. Cirlot a compilar un grueso Diccionario de los ismos, publicado en 1948.
Iberoamérica y su complejo de espejo
Pero esa es la historia europea de la Vanguardia. Cuando cambiamos de escenario y hablamos de la Vanguardia Iberoamericana, justificamos las palabras iniciales de este ensayo en las que criticamos el ejercicio de la definición, que no recoge la totalidad de lo estudiado. En ese charco se ha enlodado la historiografía tradicional, que practica fervientemente cinco pecados capitales:
a. La fragmentación. Que segmenta la totalidad del sistema artístico, haciendo ver sus distintas etapas como hechos aislados.
b. El eurocentrismo. Que explica el desarrollo de la producción artística iberoamericana como simple reflejo de la cultura europea.
c. El criterio generacional. Que agrupa las producciones artísticas por medio de criterios biológicos o historicistas, no discriminando las variantes que pudieran existir en un mismo grupo.
d. La marginación. Que obvia del sistema artístico las obras que no encajan dentro del método de la historiografía o del gusto e intereses del historiador.
e. La linealidad. Que muestra al sistema artístico como una suma de etapas que nacen y mueren en simple cadena.
Ejemplos de esa mala práctica, hay muchos. Cuando nos referimos a la Vanguardia iberoamericana encontramos cosas como estas: “Los ismos que aparecieron [en Iberoamérica] fueron sucursales de la gran planta industrial con sede en Europa”, dicho por Anderson Imbert en su Historia de la literatura hispanoamericana (1966). Parece que es una constante en la historia de la cultura iberoamericana el movimiento pendular de las opiniones entre la imitación y la invención. La discusión por nuestra identidad se halla presa entre esos dos barrotes, empobreciendo así el análisis por nuestro ser. Cuando se habla de hechos culturales, no se pueden establecer categorías de primacía u originalidad. Ello equivaldría a hablar del inventor del sol o del descubridor del aire. En todo caso, Iberoamérica no pudo escapar de la crisis del sujeto moderno que afectaba al mundo, crisis de la que ya hablamos. La revolución mexicana, la fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el crack de la Bolsa de Nueva York, la Guerra del Chaco, la Reforma Universitaria de Córdoba, el aumento de la inversión del capital extranjero, etc., son causas y efectos de la nueva mentalidad Iberoamericana.
Ya el Modernismo se había anquilosado y la luna, el cisne y lo azul no despertaban el interés de los iberoamericanos. El poeta mexicano Enrique González Martínez, en 1910, diría: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”. Más adelante dirá: “El sapiente búho es mejor consejero”, demostrando así una confianza hacia la razón y la técnica, nuevas para Iberoamérica, que a diferencia de Europa ya mostraba rasgos de desconfianza hacia ella. Ya el arte no era el mismo; ahora se escribía de la siguiente manera:
No existe empresa de mayor riesgo que la de la definición, pues ésta, susceptible a las visiones del que define, lleva dentro de sí la labor ambigua de la reducción de la totalidad. Englobar por ejemplo con el término de Vanguardia a un cúmulo variado de experiencias estéticas nos haría correr el riesgo del “adjetivazo”, y cito, “que cancela de un plumazo toda la rica variedad de un movimiento o autor”, como dijo alguna vez Orlando Araujo.
Definiremos entonces a la Vanguardia, no sin reservas, como los movimientos estéticos que surgieron después de la Primera Guerra Mundial (1918) hasta los inicios de la Segunda (1939), que anhelaban nuevos lenguajes y horizontes de expresión. Más que un simple choque generacional, más que una insolencia de joven rebelde, la época vanguardista evidencia la crisis del sujeto moderno que es impelido a parir, a ella y con ella, a la contemporaneidad histórica. Nuevos actores sociales deambulaban por las nuevas urbes, que ahora eran morada de automóviles, aviones, rascacielos, oficinas, burócratas. La Vanguardia, citando a Klaus Müller-Berg, “equivale al triunfo intransigente y definitivo de valores asociados a la nueva sensibilidad del siglo XX, que pone el debido énfasis en la técnica, la velocidad, el cambio, la novedad, la imprevisibilidad y la aventura”. Esta crisis es herencia del drama del siglo XIX que enfrenta Fe y Razón, Lógica e Instinto, Inteligencia y Realidad; propiciado en lo estético por la postura antinaturalista de Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Verlaine y el mismo Baudelaire, quien diría, con un empecinado rechazo hacia normas y escuelas: “La naturaleza es fea y yo prefiero los monstruos de mi fantasía”. El arte adquiriría nuevos ropajes e inusuales formas de nombrar al mundo, y la palabra, antes mero instrumento, ahora poseía poderes mágicos y valor en sí misma En lo económico, el paso del capitalismo de libre concurrencia al capitalismo monopolista y el amplio desarrollo de la segunda fase de la Revolución Industrial abonaría la nueva mentalidad del siglo XX. En lo filosófico, el Irracionalismo de Nietzsche y Kierkegaard propiciaron la ininteligibilidad del mundo, y la sentencia nietzscheana de la muerte de Dios secularizó la vida, dejando huérfano al hombre y lleno de angustias.
Tantas vanguardias como el anhelo del hombre...
En esa situación comenzaron a surgir los ismos vanguardistas en Europa. Agrupaciones en constante afrenta contra la tradición, la academia, el canon, los géneros, la institución artística; para ellos el arte tenía que ser la vida misma, y en efecto lo fue. Así, cientos de agrupaciones, difícil de listar, rechazaban el pasado y afirmaban su creación como el “nuevo arte”: Expresionismo (Alemania), Futurismo (Italia/Francia), Cubismo (Francia), Dinamismo (Francia), Dadaísmo (Suiza), Surrealismo (Francia), Ultraísmo (España)...
Podemos configurar intenciones comunes de todos ellos:
1.- Conciencia de grupo: que evidencia una sensibilidad común entre sus individuos.
2.- Institucionalización del grupo: por medio de manifiestos teóricos y la elaboración de revistas que sirvieran de vehículo de difusión.
3.- Fundación y negación: actitud con la cual rechazaban todo el pasado y manifestaban la novedad y verdad de su arte.
4.- Experimentalismo: por medio del cual se transgrede la institución artística con la confusión de géneros, se renueva la perspectiva en la pintura con el abstraccionismo y la música comienza a ser atonal. Así, el arte todo explora nuevas maneras que satisficieran al nuevo hombre del siglo XX.
Haciendo un ejercicio para recordar los principales movimientos de Vanguardia europeos, sin la intención de nombrarlos a todos, tenemos entre los que más influencia ejercieron al Futurismo, al Surrealismo y al Cubismo. El Futurismo fue fundado en 1909 por Filippo Tomasso Marinetti (1876-1944). Este movimiento buscaba la exaltación de la modernidad, entendida como adoración a la máquina en la que se veía un instrumento multiplicador de los poderes del hombre. En el primer manifiesto del grupo se dirá: “Un automóvil de carrera, con su caja adornada de gruesos tubos que se dirían serpientes de aliento explosivo... un automóvil de carrera, que parece correr sobre metralla, es más hermoso que la Victoria de Samotracia”.
Con el Surrealismo se pretendía renovar, más que el arte, a la vida misma. Fundado en 1924 por André Bretón (1896-1966), junto con Lois Aragón y Soupault, se comienza a explorar la esencia de la realidad, a lo que está más allá de la misma (superrrealismo). Se hurga entre los sueños por la influencia de Freud y del psicoanálisis, en el que el subconsciente domina y guía la labor creadora. No por nada un surrealista francés colocaba en la puerta de su dormitorio un cartel que decía: “el poeta trabaja”. Bretón definiría el Surrealismo de la siguiente manera: “automatismo psíquico puro por el cual uno se propone expresar, ya verbalmente, ya por escrito, o de cualquier otra manera el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento fuera de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética o moral”.
En 1910 aparece la tendencia denominada Cubismo, aunque ya para 1906 y 1907 encontramos los experimentos pictóricos de Picasso y Braque. El Cubismo aspiraba la autonomía de la obra artística por medio de las audacias de perspectivas y la simultaneidad en un mismo plano, además de valor a la tipografía en los poemas con el juego de las formas de Los Caligramas de Apollinaire.
Dejamos en reserva muchos más movimientos de Vanguardia: Dadaísmo, Expresionismo, Ultraísmo español, y un largo etcétera que impuso como castigo a J. Cirlot a compilar un grueso Diccionario de los ismos, publicado en 1948.
Iberoamérica y su complejo de espejo
Pero esa es la historia europea de la Vanguardia. Cuando cambiamos de escenario y hablamos de la Vanguardia Iberoamericana, justificamos las palabras iniciales de este ensayo en las que criticamos el ejercicio de la definición, que no recoge la totalidad de lo estudiado. En ese charco se ha enlodado la historiografía tradicional, que practica fervientemente cinco pecados capitales:
a. La fragmentación. Que segmenta la totalidad del sistema artístico, haciendo ver sus distintas etapas como hechos aislados.
b. El eurocentrismo. Que explica el desarrollo de la producción artística iberoamericana como simple reflejo de la cultura europea.
c. El criterio generacional. Que agrupa las producciones artísticas por medio de criterios biológicos o historicistas, no discriminando las variantes que pudieran existir en un mismo grupo.
d. La marginación. Que obvia del sistema artístico las obras que no encajan dentro del método de la historiografía o del gusto e intereses del historiador.
e. La linealidad. Que muestra al sistema artístico como una suma de etapas que nacen y mueren en simple cadena.
Ejemplos de esa mala práctica, hay muchos. Cuando nos referimos a la Vanguardia iberoamericana encontramos cosas como estas: “Los ismos que aparecieron [en Iberoamérica] fueron sucursales de la gran planta industrial con sede en Europa”, dicho por Anderson Imbert en su Historia de la literatura hispanoamericana (1966). Parece que es una constante en la historia de la cultura iberoamericana el movimiento pendular de las opiniones entre la imitación y la invención. La discusión por nuestra identidad se halla presa entre esos dos barrotes, empobreciendo así el análisis por nuestro ser. Cuando se habla de hechos culturales, no se pueden establecer categorías de primacía u originalidad. Ello equivaldría a hablar del inventor del sol o del descubridor del aire. En todo caso, Iberoamérica no pudo escapar de la crisis del sujeto moderno que afectaba al mundo, crisis de la que ya hablamos. La revolución mexicana, la fundación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el crack de la Bolsa de Nueva York, la Guerra del Chaco, la Reforma Universitaria de Córdoba, el aumento de la inversión del capital extranjero, etc., son causas y efectos de la nueva mentalidad Iberoamericana.
Ya el Modernismo se había anquilosado y la luna, el cisne y lo azul no despertaban el interés de los iberoamericanos. El poeta mexicano Enrique González Martínez, en 1910, diría: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”. Más adelante dirá: “El sapiente búho es mejor consejero”, demostrando así una confianza hacia la razón y la técnica, nuevas para Iberoamérica, que a diferencia de Europa ya mostraba rasgos de desconfianza hacia ella. Ya el arte no era el mismo; ahora se escribía de la siguiente manera:
A Dios se le rompieron los neumáticos.
En verdad, hermanos, en verdad
la hora de las cosas peludas
llegó
llegó
la hora de las cosas peludas
dicen los crucificados.
Las mujeres son problemas con pelitos.
El animal de ladrillos se pone condones iluminados.
Los idiotas artificiales
humedecen los muros únicos del manicomio.
La araña cría pelos y se transforma en filósofo.
El marrueco de la filosofía
se abrocha con tres botones y un testículo.
(Pablo de Rokha. “U”. 1927).
gracias por imbert
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