11 enero, 2007

La historia se repite, se repite, se repite...

La historia siempre ha sido buena consejera. Basta con echar una mirada al pasado para, en medio de asombros, encontrarnos con situaciones similares a nuestro presente. Pareciera que la vida se divierte viéndonos tropezar una y otra vez con el mismo obstáculo. Tomemos un ejemplo. El gran imperio romano tuvo un desarrollo político y social espléndido. En 1229 años Roma pasó de monarquía a república y de ésta a imperio, evidenciando una curva de igualdad y desarrollo social que tiene su cúspide en la república y que decae en la fase imperialista, momento en el cual las eternas leyes del derecho romano creadas para el bienestar de todos habían sido relegadas por la opinión y decisión de un gobernante. Ya la discusión en asambleas no representaba el poder. Ya la discusión, la confrontación de ideas, el diálogo, que habían llevado a la cultura griega a su máximo esplendor, todo ello era un estorbo para los fines políticos. Símbolo de esa etapa de destrucción social lo es Cayo César, alias “Chancletica” o Calígula. Sus locuras y andanzas son harto conocidas, siendo una de las más mencionadas la intención de nombrar a su caballo Incitato como senador de Roma. El historiador romano Salustio previó aquella hora atroz en una frase que pone la piel de gallina: “Todo se dividió así en dos partidos; y entre ambos se vino abajo la república”.


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