31 marzo, 2007

Antigua Semana Santa (O cómo evitar convertirse en pescado)

Marcos López. "Sireno del Río de la Plata". Buenos Aires, 2002.


Muy pocas de las antiguas costumbres de la Semana Santa se han conservado hasta nuestros días; sin embargo, sobre todo en la región andina, algunas se mantienen con un fervor inquebrantable. Durante la Semana Mayor los merideños de antaño se abstenían de comer carne de res, de proferir malas palabras, de maldecir, de barrer la casa y hasta de bañarse, pues según la creencia, quien no hiciera caso a esta última prohibición podría convertirse en pescado. Por esos santos días solía visitar la ciudad gentes de las poblaciones vecinas, quienes venían a participar en los actos religiosos. Se hacían procesiones que salían de todos los templos y recorrían las principales calles de la ciudad. Tanto las familias más acomodadas como las más humildes preparaban, de acuerdo con sus posibilidades, suculentas comilonas en las que destacaban: fiambres, lechones, pavos, corderos, gallinas, pescados, encurtidos, quesadillas e infinidad de dulces. Todas estas delicias, llamadas “siete potajes”, en la mayoría de los casos consistía básicamente en trucha conservada con sal acompañada con sopa de arvejas, arroz, ensalada, cambur verde sancochado, jugo de frutas y dulce de cabello de ángel. Según la tradición, el consumir los siete potajes asegurará el tener comida y prosperidad durante todo el año.
Leamos un fragmento de la obra "Anfisbena, culebra ciega" de José Manuel Briceño Guerrero para recrear la idea de la antigua Semana Santa:

"Ayuno y abstinencia. Los siete potajes de cuaresma. Mamá, ¿qué es abstinencia? El que se baña viernes santo, se vuelve pescao. El que no hace abstinencia, se queda pegao. El que corre patea al Señor. El que grita, grita al Señor. El que corta leña, corta al Señor. El que cocina, cocina al Señor. El que se pela, pela al Señor".


Blogalaxia Tags:

Travel Agency

Tomás Taure Alonso. "Nico". España, 2002

En mis tardes de recreo
habitaba la raza del sahumerio y la túnica florida;
desandaba caminos en las cruzadas con el Rey Arturo
y daba golpizas a diestra y siniestra en el viejo oeste.
Combatía tigres y dragones,
moros y asaltantes de bancos,
cuando en realidad eran hormigas, grillos
y algunas cuantas mariposas.
La aventura acudía siempre
con el repicar del timbre.
Hoy,
turista jubilado,
repaso las viejas postales de la infancia.


26 marzo, 2007

Conservemos El Caura



La reserva Forestal del Caura, única cuenca prístina del mundo, está amenazada por la inconsciencia de algunos seres que destruyen su fauna, flora y vegetación en búsqueda de beneficios económicos. Esta presentación, enviada por los amigos del Centro de Investigaciones Antropológicas de Guayana, de la Universidad Nacional Experimental de Guayana, busca sumar esfuerzos para conservar este último reducto de la vida.

18 marzo, 2007

La nanoliteratura

La tecnología está empeñada en desaparecer los objetos que pueblan nuestra cotidianidad. Antes, una computadora necesitaba un espacio físico equivalente al de un campo de futbol para conectar y encender su arsenal de cables y luces; ahora, podemos llevar un microordenador en nuestro bolsillo.
Recuerdo que en mi sexto grado usaba un reloj grande, de esos que mis compañeros llamaban en son de burla "caja de mentol". Por lo visto ya a tan temprana edad estaba fuera de moda por no usar los delgados modelos japoneses de la Casio, de esos que traían la novedad de ser "digitales". También del gran círculo negro de los LP pasamos a los circulitos plateados de los miniCD. Los objetos han sufrido una exagerada pérdida de corporeidad, como si a fin de cuentas Platón hubiese tenido razón y la realidad, cascarón sin importancia, sea una simple sombra de la verdad. Quizás llegue el momento en que nuestra existencia pase en la completa desnudez, en medio de un blanco y solitario salón, pues como todo llegará a su mínima expresión, nos despojaremos entonces de todo cuanto llevamos encima. Quizás, en ese futuro no tan lejano, la realidad se haga en nuestra mente. Ni la música ha logrado burlar esta realidad anoréxica que todo lo disuelve, como lo comenta Apocalypso Facto.
La literatura no escapa a este delirio. Sería una osadía anacrónica encontrarse en estos días con un poema con la extensión de "Elegías de varones Ilustres de Indias", de Juan de Castellanos, poema de mayor extensión escrito en lengua española, y quizás del mundo occidental, con 113.609 versos. Y ni qué hablar de las novelas. Pareciera que pasar de las 300 páginas se considera ya un irrespeto a estos tiempos de cambio vertiginoso y velocidad sin límite.
Ahora lo que está de moda es el aforismo, el cuento breve, el relato para "ser leído en el metro". Este siglo XXI, estoy seguro de ello, nos obligará a ir hacia la "nanoliteratura", mínima expresión de significado contentiva de placer estético. La pasión de la Ilíada en una palabra, la aventura del Quijote en un verbo.
¿Cuál será esa palabra única que contenga el placer de toda la ficción?

17 marzo, 2007

Esa naturaleza que todos llevamos dentro...

Henry Rousseau. "La encantadora de serpientes", 1907.

¡He ahí Cipango!

Recién hallada esta inmensa masa de tierra americana, la primera labor de la literatura no era otra que la de registrar –con todo el asombro del caso– toda esa flora y fauna ajena al ojo del conquistador. Describir, clasificar, fundar fue el objetivo de los cronistas, quienes con la criba de la fantasía medieval, la solemnidad clásica y el relato bíblico llevaron cernida a la mente europea la novísima realidad de América. Así, donde había un manatí veían una sirena homérica; donde ocurrió un cruento exterminio indígena se relataba un combate aquileo; donde veían un reconfortante lugar de clima templado se mencionaba al Paraíso –con manzanas y unicornios incluidos–. Esta actitud rigió todo el proceso escriturario de la conquista y la colonia dando al escritor el estatuto de traductor de realidades. Entonces, la naturaleza americana era otra; o para decirlo con términos de modista, lo nuevo era vestido con ropajes antiguos.
Este código cultural tuvo por función justificar los actos de la conquista, con su esclavitud y sus vejámenes, ya que al postular al indígena como “Buen Salvaje” y al hábitat como el Paraíso que le fue despojado en tiempos remotos, no quedaba otra alternativa que “domesticar” al ingenuo y liberarlo de todo pecado para que los cobijara el dios cristiano. Esto explica la pasividad del referente en la literatura de la conquista. El paisaje era representado como un simple telón de fondo, delante del cual los hechos sucedían sin el más mínimo cambio de escenario.
Esta pasividad del paisaje se mantuvo desde 1492 hasta muy entrado el siglo XIX, pasando incluso por el proceso de “autonomización” emprendido por Andrés Bello y logrado con maestría por Rubén Darío, en el que se rogaba la exaltación del escenario americano, pidiendo “el abandono de la culta Europa”.

La naturaleza solemne de Bello

En su “Silva a la agricultura de la zona tórrida”, Andrés Bello encomia a los creadores decimononos a cristalizar la realidad americana en una literatura que respondiera a la recién creada idea de nación. Pero la propuesta de Bello quedó en ensayo; sus motivaciones americanas no pasaron de ser largas listas donde se enumeraban productos del nuevo continente siempre en contraste con la tradición europea. La naturaleza, en cambio, quedó rezagada como cosa solemne, inalterable, como dios indolente y aburrido en un Olimpo solitario. Esa visión de la naturaleza resume la actitud clásica del gran maestro de las letras americanas.

La naturaleza intimista de Lazo Martí

Pero en el alma rompió un hervor de sentimientos, y con la aparición del romanticismo la naturaleza dejó de ser simple telón para convertirse en pantalla para la proyección del ánimo de los personajes. Si Efraín –en “María”– estaba desesperanzado, el cielo teñía de un rojo melancólico; si nos acercamos a la patria luego de varios años de ausencia y la observamos tras las barandas del vapor -como lo vio Pérez Bonalde-, el sol despunta ahuyentando toda neblina.
Si con Bello la naturaleza era telón, con Francisco Lazo Martí se transforma en un actor de reparto. La naturaleza se humanizaba para reforzar los sentimientos que desbordaban en el texto.

La naturaleza existencial de Gerbasi

El hombre intuía el inminente despojo de su entorno. La velocidad que adquirió lo cotidiano permitía, por gracia o desgracia, vivir varios mundos en una sola vida haciendo lejano e irrecuperable el mundo primigenio, nuestra edad de oro. Como previsión, guardamos la naturaleza en el bolsillo del alma. La hicimos hueso y carne propios para con ello fundar una identidad, una casa materna, como útero, en el que transcurre la amada infancia:

Te amo, infancia, te amo
porque aún me guardas un césped con cabras,
tardes con cielos de cometas
y racimos de frutas en los pesados ramajes
(...)
¿Aún existen los naranjos
que plantó mi padre en el patio de la casa
el horno donde mi madre hacía el pan
y doradas roscas con azúcar y canela?

(“Te amo infancia”. Gerbasi, 1986)


La naturaleza entonces con Vicente Gerbasi (1915-1992) consiguió refugio en el poeta mismo, haciéndose paisaje interior y realizándose en una ontología zoológica y herborea, en un decirse a través de la naturaleza. Y es que ese doble horizonte que aprisiona al hombre, horizonte de “las cosas de que nos vemos rodeados, las cosas compañeras y extrañas”; y ese otro, “que queda detrás en el olvido”, como diría María Zambrano, circunda el existir y nos constituye corporal y mentalmente.
“Existo por razones de espacio”, había dicho Gerbasi en su poemario Retumba como un sótano del cielo (1977). Esa justificación de la existencia se manifiesta en la utilización por parte del poeta de símbolos que remiten a una idealización de la naturaleza, además de la presencia de imágenes penumbrosas, “místicas”, en las que un “animismo poético” guía la creación del mundo de Gerbasi.
Entonces, la representación de la naturaleza en la historia de la literatura venezolana ha tenido un tránsito que va de lo externo y decorativo, pasando por ser espejo mismo de las inquietudes del alma, hasta llegar a ser creadora misma de las pasiones. Un viaje hacia el interior del ser humano.

14 marzo, 2007

Economía política de la creación literaria

Interminable sería el hacer una historia de la condición económica de los artistas y de su influencia en el proceso de creación. Ejemplos sobran. Podríamos nombrar, como muestra, el perenne quejido de Wagner ante su amigo Liszt por la falta de dinero. En su correspondencia se nota la angustia de la pobreza, hasta el punto de ser capaz de vender su alma por conseguir la tranquilidad de ánimo que facilitara la creación de sus obras.
Otro "limpio" célebre fue Rafael Bolívar Coronado, quien al enterarse de que Andrés Eloy Blanco acababa de ganar un prestigioso premio de poesía en España, premio que constaba de una cuantiosa suma de dinero, pues aquél no perdió la oportunidad de enviarle un telegrama con el siguiente verso:

"Andrés Eloy,
eres un astro.
Los astros giran.
Gírame algo.."

La lista continúa y pudiéramos hablar de Vallejo, Miguel Hernández, Andrés Bello... Quizás sea cierto que la pobreza es el aliciente para la creación y en la austeridad plena se logren obras de mayor profundidad. Algunos piensan, al contrario, que el no haber satisfecho las necesidades básicas de vivienda y alimentación impide tener la mente libre para el quehacer artístico. Estos últimos son los que creen que es otro el sentido de las palabras de Sor Juana Inés de la Cruz cuando dijo:

"Y yo suelo decir viendo estas cosillas: si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito".

11 marzo, 2007

La verdadera revolución universitaria


En cierta ocasión el peculiar escritor italiano Giovanni Papini se atrevió a proponer ante reconocidos catedráticos de Turín la siguiente idea para ser aplicada en las universidades de principios del siglo XX:

“1) Supresión de los programas generales y particulares y de los cursos obligatorios. 2) Supresión de los exámenes de cualquier tipo; los exámenes deben reservarse para los concursos a cargos o empleos. 3) Supresión de los cursos oficiales dados por los profesores. Estos podrían, si quisieran, dar cursos de conferencias sobre temas especiales estudiados por ellos, pero no sería obligatorio, para los estudiantes, frecuentarlos, y no darían, como se ha dicho, ocasión a exámenes”.

Palabras más, palabras menos, Papini proponía la abolición de las clases en las universidades y ensayar así una nueva forma de relación con el saber. Según Papini, el profesor no detenta el conocimiento y el estudiante no es ya un cerebro vacío que, cual estación de autoservicio, espera su turno para ser llenado con fechas, fórmulas y nombres; información inconexa con la vida misma. Es más, el estudiante dejará ya de ir a la universidad con el fin de buscar un certificado que le permita conseguir un cupo en el mercado de trabajo. Las destrezas para el trabajo debe obtenerlas en el trabajo mismo, empresas, fábricas, hospitales, lugares donde deben abrirse espacios para la formación de sus futuros empleados. La universidad, según el escritor italiano, debe estar para otra cosa: para la creación del saber, para la discusión universal; una nueva academia platónica.

Imaginen el ceño fruncido de los académicos que oían las palabras de Papini en 1919. Imaginen los ceños fruncidos de los profesores universitarios de hoy día que dirán: “Eso es una locura. ¿Y si no damos clase entonces qué haremos?”. Creo que las palabras finales de Papini hicieron sudar a los catedráticos de Turín, mientras se reacomodaban en sus sillas y jugaban intranquilos con sus lentes de aumento:

“Lo importante, para mí, es que la Universidad no sea, como hoy, una manufactura estatal de candidatos al atontamiento o al empleo, donde, con el pretexto de la ciencia cumplida, se obliga a las desgraciadas víctimas a engullir demasiadas y demasiado inútiles cosas; donde predominan las enseñanzas más idiotas y mortificantes, por su apariencia de exactitud y de seriedad, sobre las más formativas y excitantes; donde los profesores más doctos creen haber cumplido con todo su deber cuando han fragmentado en cincuenta porciones un amasijo de noticias que el estudiante, apenas el examen le libera, no puede hacer mejor cosa que olvidar; donde la cansada y vil vejez se venga del espíritu de la juventud con la complicidad del santo reglamento”.

¿Una universidad donde no se dé clases? Esa sí es una verdadera revolución universitaria...

09 marzo, 2007

Del LP al CD


Lo que va del LP al CD es como una transformación de nuestra vida. Del gran círculo negro, con carátulas que provocaban admirarlas todo el día, se pasó al circulito plateado con portada fotocopiada que se traspapela al tercer día de haber comprado el disco. La visión que antaño teníamos del futuro quizás sea cierta. Imaginábamos que la tecnología haría empequeñecer todo hasta el punto de soñar con un almuerzo en una píldora o un teléfono en un reloj de muñeca. Nunca imaginamos que el LP sufriría la metamorfosis del futuro hasta el punto de hablar hoy del "mini cd", mp3 y mp4; aberraciones de la tecnología que busca la desaparición física de todo lo existente. ¿Tendremos al final de los tiempos la música en nuestro mismo cerebro? Mientras, pulo nostalgicamente mis discos de pasta de vinil y leo la última entrega de Los Hermanos Chang, fanáticos quemadores de CD que oyen en sus negocios discos de vinil con agujas hechas de bambú.
Presten atención y paren oreja...

07 marzo, 2007

La universidad de papel...

Iniciaré este post recordando una frase de la filosofía empirista que dice: “ser es ser percibido”. Esta frase, dicha hace varios centenares de años, exaltaba el uso de los sentidos para la condición de la existencia. Es decir, para que algo exista debe ser visto, olido, gustado, escuchado o tocado.
Esta frase se manifiesta en su máxima expresión en el caso de las publicaciones universitarias. Una universidad, aunque parezca radical esta afirmación, existe por sus publicaciones. Voy a explicar esta aseveración. Una universidad no agota su ámbito de influencia en los pasillos y claustros ni delimita su función en el otorgamiento de la toga y el birrete para sus egresados. Una universidad tiene por esencia la creación de saberes; es el “gran creador”, si me permiten semejante término, que llevará el conocimiento y la innovación hacia otras geografías y hacia futuros tiempos.
Sabiendo esto, sin embargo, la realidad es otra. La experiencia vista y conocida en la mayoría de las universidades venezolanas es descuidar la producción editorial y más aún su mercadeo y la distribución de lo impreso. Vayamos por ejemplo a cualquier Fondo Editorial Universitario del país, a cualquier cubículo de profesor que haya publicado su investigación, y veremos en la mayoría de los casos una inmensa pila de paquetes forrados en papel marrón de embalaje. Pareciera que las palabras dichas en 1986 por el poeta venezolano Luis Alberto Crespo no han perdido vigencia:

“Las políticas promocionales de las casas editoras parecieran complacerse incomprensiblemente en atesorar en sus desvanes una vasta población de fantasmas, confundiendo el negocio editorial con un cementerio de papel”.

Pero hagamos un ejercicio práctico y recorramos las librerías de la ciudad. ¿Es posible conseguir allí la producción de la Universidad de Los Andes, de La Universidad del Zulia, de la Universidad Central de Venezuela? ¿Podemos siquiera encontrar lo publicado por las universidades de la región Guayana?
Podemos también ceñirnos a las cifras y ver entonces el dramático cuadro ahora en la frialdad del número. Según las estadísticas recogidas, la producción editorial nacional comparada con la producción editorial universitaria en el transcurso del 2002 es la siguiente:

Producción editorial nacional: 3.189
Producción editorial universitaria: 382

La proporción se mantiene desde 1982, oscilando el aporte de las universidades a la producción editorial nacional con una participación entre un 8 y 13%. Pero esas son cifras que reflejan la cantidad de títulos publicados por año. En cuanto al tiraje, es decir la cantidad de ejemplares impresos, vemos en el año 2002 una panorámica aún más desoladora.

Producción editorial nacional por tiraje: 9.050.872
Producción editorial universitaria por tiraje: 718.450

Pero, ¿por qué son estas cifras desoladoras, si más bien un número tan sonoro como 9.050.872 no enfada ningún oído? Recordemos que la publicación, cuyo origen etimológico es “sacar a la luz”, tiene como fin el llegar al público lector, si no, no vale la pena el esfuerzo editorial. Por ello, si la producción de Venezuela para el año 2000 fue de 9.050.872 ejemplares, cuando el país tenía una población de 24.169.744 habitantes, pues sólo nos queda la sencilla operación de dividir para conocer la cifra de publicaciones per cápita dándonos como resultado una insignificante cifra de 0,37 publicaciones por persona. Si esto es así, la cifra indica graves deficiencias en el acceso de la población a las publicaciones, es decir al conocimiento. La cifra equivalente de Brasil (señalada como muy baja) es 2 libros por habitante, no obstante ser este país el octavo en volumen de producción del planeta, con 369.186.474 ejemplares impresos.
Pero no nos quedemos observando sólo nuestro jardín. Veamos cuál es la situación en el resto del mundo, y para ello observemos este cuadro comparativo entre Venezuela, España y Gran Bretaña con respecto a la aparición de nuevos títulos y al número de empresas editoriales en el año 2000:

Gran Bretaña: más de 100.00 nuevos títulos con 3.000 empresas editoriales
España: más de 50.000 nuevos títulos con 2.000 empresas editoriales
Venezuela: 3.015 nuevos títulos con 330 empresas editoriales

Como vemos, y hasta ahora no hemos hecho otra cosa que analizar los factores fundamentales del mercado como lo son la oferta y la demanda, la comercialización editorial en Venezuela tiene grandes retos que enfrentar: por un lado aumentar la demanda emprendiendo campañas para el fomento de la lectura y haciendo del libro parte fundamental de la vida del venezolano. Por otro, diversificar la oferta y delinear para ello en cada fondo universitario políticas que conlleven a tomar en cuenta al lector como sujeto último de la cadena de producción editorial.

Quizás así la labor de edición universitaria no sea del todo tan quijotesca.

06 marzo, 2007

Los pioneros

Ésta es una foto de 1958. En ella se muestra la primera planta profesoral de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Los Andes. Alineados como un equipo de fútbol de grandes estrellas se muestran en la primera línea, sentados, y de izquierda a derecha, los profesores Pedro Rincón Gutiérrez, Tula La Torre, el rector de la Universidad de Valencia, quien estaba de visita, y Carlos César Rodríguez, el primer decano de la Facultad. En la segunda línea, parados, también de izquierda a derecha, los profesores Gonzalo Rincón Gutiérrez, Luis Elbano Zerpa, Mario Spinetti Dini, Manuel Pocaterra, La Torre, Luis Arconada, J.J. Rivas Belandria, Juan Astorga, Alfonso Cuesta y Cuesta y Pedro Nicolás Tablante Garrido.
¿A quién no le provoca estudiar con semejantes profesores?


05 marzo, 2007

Orígenes de la Facultad de Humanidades de la ULA


“Las Humanidades nos llevarán a conocer el hombre en toda su dimensión, en su dimensión espiritual, en lo que en él hay de permanente, en cuanto de él quedará cuando su cuerpo no exista ya más. Esta es la verdadera finalidad de los estudios humanísticos”.

Luis Spinetti Dini
palabras dichas en la instalación de la Escuela de Humanidades de la
Universidad de Los Andes el 5 de noviembre de 1955.


Los primeros pasos

La noche del sábado del 5 de noviembre de 1955, la ciudad de Mérida oía las alegres campanadas que provenían de la torre de la Universidad de Los Andes. En la Facultad de Derecho, que para aquel entonces estaba situada en lo que hoy es el Museo Arqueológico, se celebraba la inauguración de una nueva Escuela: la Escuela de Humanidades.
Luis Spinetti Dini, orador de orden del acto, mencionaba los objetivos de esa nueva Escuela dependiente de la Facultad de Derecho, decretada cuatro meses antes por el Consejo Universitario:

“La Escuela de Humanidades que hoy instalamos aspira a que Mérida vuelva por su vieja y muy pura tradición espiritual a aumentar el acervo cultural de la República, formando profesionales en algunas ramas de la docencia o complementando los estudios que se siguen en otras Facultades. Que esta Escuela, la más pequeña entre las muchas que integran las cinco Universidades venezolanas, pueda algún día merecer las palabras que, referidas a la abeja, encontráramos en el Eclesiástico. Brevis in volatibus est apis, et initium dulcoris habet fructus illium (XI, 3): pequeña entre los seres alados es la abeja, pero el fruto de su labor es riquísimo”. (Spinetti Dini, 1961).

Entre las personalidades que alentaron la idea se encontraban Américo Castro, Horacio Cárdenas Becerra, Augusto Mijares, Pedro Grases, Mariano Picón Salas, Walter Dupouy y Miguel Ángel Burelli Rivas.
Alfonso Cuesta y Cuesta, rememorando esos años, dice: “Difíciles fueron los comienzos, a causa de nuestras flacas fuerzas, mas tan firme fue el apoyo rectoral, tan generosas –sin excepción alguna– las manos que nos guiaron, que la llama prendió”. (Cuesta y Cuesta, 1968).
El 10 de abril de 1958 llega a manos de Carlos César Rodríguez el nombramiento de su cargo como Decano de la Facultad. “Carlos César Rodríguez llegó de repente, como llega el buen tiempo. Venía de Caracas con los laureles de su primer libro, Los espejos de mi sangre, y con su título académico limpiamente ganado en la Universidad de Buenos Aires. Y se puso a la obra”. (Cuesta y Cuesta, 1968).

Facultad portátil

Como hija que cumple mayoría de edad y desea hacer mundo, peregrinando, la nueva Facultad abandonó su casa de infancia en la Facultad de Derecho y comenzó su deambular. Su primera residencia estuvo ubicada en un viejo caserón que hacía esquina de la avenida 3, número 25-68 y 25-64, donde hoy se encuentra un estacionamiento. Luego pasó a otro caserón de esquina en la calle 21, número 4-71, comenzando aquí las clases el 6 de febrero de 1959. Pero hubo otro traslado: Letras, Decanato y Administración fueron mudados a la avenida 4, número 20-77. Ya a mediados de la década de los 70, la Facultad de Humanidades toma un largo descanso en la que será conocida como antigua sede de la Facultad, en la entrada de la ciudad, vía el páramo. Allí hizo vida académica hasta mediados de la década de los 90 cuando termina su condición de Facultad portátil al asentarse en el actual Núcleo La Liria, frente a la plaza de toros.Alcanzando ya casi los 50 años, la Facultad de Humanidades ha sido testigo de extraordinarios profesores y estudiantes que le han dado el merecido puesto en el mundo académico venezolano. En otros post hablaremos de sus profesores y sus estudiantes, es decir de sus moradores...

04 marzo, 2007

Te doy mi palabra...


La escritura era una aberración para los antiguos. Si las Musas eran hijas de la diosa Memoria, la escritura, con sus triquiñuelas en contra de la preservación de la memoria al volver perezosos a los seres humanos, atacaría la existencia misma de la cultura. Eso era durante la Antigüedad, cuya cultura en su totalidad estaba basada en la oralidad. Pongamos como ejemplo ilustrativo aquella conocida frase que dice en latín: “Verba volant, scripta manent” (“La palabra vuela, lo escrito permanece”). Para nosotros tiene un significado distinto. Pensamos que los antiguos quisieron decir que lo escrito tiene superioridad ante la palabra porque ésta es pasajera y aquella puede resistir los embates del tiempo. Pero en un principio no fue así. Esa frase significaba que la palabra tenía más valor que lo escrito porque la oralidad podía ir de oreja en oreja y de labio en labio y transportarse hasta los más apartados rincones de la geografía; en cambio lo escrito permanece en los límites de su soporte, sólo ante la vista de unos pocos que podían conocer las artes de la lectoescritura.
La oralidad era entonces la dueña y señora de los dominios de la cultura. Pero ella, la oralidad, debía servirse de una práctica que le asegurara una mínima coherencia en el transcurrir del tiempo. Esa práctica era la Memoria. El anciano de la tribu que ante el fuego hablaba de los tiempos de la creación a los más jóvenes, tenía necesariamente que mantener la misma historia en la noche siguiente; así preservaba la tradición de su comunidad y permitía mantener con vida el vínculo cultural de su pueblo. En la antigua Grecia, por ejemplo, se tenía por obligatorio en sus escuelas que los alumnos aprendieran de memoria los poemas de Homero; en la Edad Media, en la Universidad de Salamanca, uno de los requisitos para que una persona pudiera dar clases en sus claustros era que recitara de memoria las obras de Aristóteles; y un último ejemplo para ilustrar la importancia de la memoria y la oralidad en la Antigüedad es el caso de Itelio, un rico de la antigua Roma quien era dueño de una biblioteca, pero su biblioteca no estaba formada por libros, sino por doscientos esclavos memoristas. Cada esclavo sabía de memoria un libro entero. Entonces la memoria era el hilo que zurcía los territorios; no gratuitamente la palabra “comunidad” posee el mismo origen etimológico de la palabra “comunicación”. Una lengua común, una escritura común, una memoria común, hacen una comunidad. Por ello los griegos llamaban “bárbaros” (bar-bar, sin lengua) a todo aquel que no hablara la lengua del imperio y era tratado como un extraño; los antiguos polacos llamaban “mudos” a sus vecinos los alemanes y la frase “háblame en cristiano” dicha por los hispanohablantes evidencia una necesidad de identificación con los interlocutores y hacerlos parte de su cultura.
En Hispanoamérica no fue distinta la situación con respecto a la oralidad y la memoria. Durante los años previos a la Independencia la idea de libertad comenzó a expandirse rápidamente por todos los confines del continente. ¿Cómo pudo ser eso sin la existencia de medios de comunicación? La respuesta a ello podemos conseguirla en los juglares y trovadores que llevaban en forma de canto las noticias de pueblo en pueblo. Famosa es la “Carmañola americana”, de autor anónimo y compuesta en 1797, canción que decía, entre otras cosas: “Todos los reyes del mundo / son igualmente tiranos / y uno de los mayores/ es ese infame Carlos”...
Pero la oralidad dejó de ser reina y le cedió el paso a la escritura. Toda nuestra civilización occidental confió entonces su cultura a la escritura y, hasta el día de hoy, lo escrito es reino sagrado del saber e instrumento para el poder. La escritura es cultura y la oralidad quedó refugiada en los pliegues de lo “popular”. Lo oral versus lo escrito llevó así a configurar un paradigma cultural que hacía ver en lo escrito la verdad y en lo oral el carnaval de lo pasajero. Ángel Rama, en un concienzudo trabajo que lleva por título La ciudad letrada, menciona al respecto la idea de una "diglosia" característica de la sociedad latinoamericana. Esta diglosia está representada por dos lenguas conformadoras y delimitadoras del poder:

"Una fue la pública y de aparato, que resultó fuertemente impregnada por la norma cortesana procedente de la península, la cual fue extremada sin tasa cristalizando en formas expresivas barrocas de sin igual duración temporal. Sirvió para la oratoria religiosa, las ceremonias civiles, las relaciones protocolares de los miembros de la ciudad letrada y fundamentalmente para la escritura, ya que sólo esta lengua pública llegaba al registro escrito. La otra fue la popular y cotidiana utilizada por los hispano y lusohablantes en su vida privada y en sus relaciones sociales dentro del mismo estrato bajo".

En definitiva, la oposición voz/escritura, más allá de una inocente categorización, encubre una dictadura del canon, que, levantada de manera programática, se asume como modelo privilegiado por sobre todas las otras manifestaciones culturales. Lo escrito es lo que vale en este paradigma, haciendo a la “palabra de hombre” una frase hueca y sin valor. Para que lo tenga hay que ponerlo por escrito…