09 noviembre, 2007

Un Saturno que devora a sus hijos


El argumento extendido y común de menospreciar y frivolizar la obra de los escritores debido a la tormenta personal padecida por ellos, tormenta producida por las mismas condiciones sociales, económicas y políticas de la sociedad que les toca vivir, se me antoja como un Saturno que devora a sus propios hijos.

Todo escritor, que cumpla el significado exacto de la palabra, dice una verdad, y quizás esa sea la causa por la cual su figura es deformada hasta llegarlo a convertir en un ser ajeno al mundo. Sin embargo, ¿cuál es esa gran “verdad” que nos intentan decir los escritores?

De Whitman, por ejemplo, cuya falsa imagen no pasa de ser la de un viejo hippie, enamoradizo de la vida y de las flores, un niño grande nomás, podemos entender que la humanidad es una sola y que las diferencias sociales no pasan de ser un maligno artificio:

“Yo pronuncio la antigua palabra original, hago el signo de la Democracia.
¡Por Dios! Nada aceptaré que los demás no puedan admitir en las mismas condiciones.”

La imagen que nos llega de Edgar Allan Poe se limita a la idea de un ser atormentado, borracho y demoníaco. Su nombre, reservado ahora para las festividades de Halloween, encarna la valiente lucha de un creador ante la maldad humana. Asediado por las deudas, su infinita pobreza le llevó una vez a confesar a un miembro de un jurado de un concurso literario lo siguiente: “Su invitación me ha hecho sufrir mucho. No puedo aceptarla, por un motivo humillante: el estado de mis ropas. Puede usted imaginar cuánto me mortifica hacerle esta confesión. Pero era necesaria”. Su “cuervo”, su “corazón delator”, su “gato negro”, son símbolos del desasosiego de una sociedad que pone el tener por sobre el ser.

Allen Ginsberg y la generación Beat, de mediados del siglo XX, son ejemplo de otra posición de protesta y denuncia en contra del estilo de vida norteamericano. La frivolización de la imagen del poeta beat, que podemos apreciar en varias películas, mostraba a un poeta de barba, boina, vago, que malgastaba su tiempo en recitar poemas sin sentido y tocar bongós en mugrientos cafés. Pero la realidad es otra. La Generación Beat produjo una poesía muy comprometida con su tiempo y su nación; una poesía que, cual aullido, como dice uno de los poemas de Ginsberg, denuncia la fatuidad de la existencia del ser como simple mercancía:

“¿Pasearemos soñando con la perdida América del amor al lado de automóviles azules en las carreteras, camino hacia nuestra silenciosa casita?
Ah, padre querido, barba gris, solitario y viejo maestro del valor,
¿qué América tuviste cuando Caronte dejó de impulsar la barca y tú descendiste a una humeante orilla observando cómo desaparecía la balsa sobre las negras aguas del Leteo?”

Es urgente entonces una campaña permanente de desmitologización de la figura del creador artístico, que lo haga ver como un “lector”, un “traductor” de la realidad y de los individuos. Que nos acerquemos al arte con la intención, más allá de alcanzar algún placer estético, de apreciar nuestro presente. Que hagamos un trabajo intensivo de fomento de la lectura para interpretar, entre las páginas de nuestra literatura, nuestra misma esencia.

Sólo fomentando la lectura y reeducando a las masas en la valoración artística, sólo así, eso creo, los hijos de Saturno podrán emanciparse y derrocar a su padre devorador…

2 comentarios:

  1. No sabes que tan importante ha sido para mí leer esto. Besos.

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  2. De nada, Waiting. ¿Por qué fue tan importante?

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