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En Roma, en el año 62 después de Cristo, el poeta Lucano había perdido los favores y la protección de Nerón debido a la composición de algunos poemas que denunciaban la corrupción y desacierto de algunos funcionarios del imperio. Lucano, quien a los 16 años era ya poeta laureado y formó parte del círculo de amigos del emperador, se suicidó cortándose las venas a los 26 años, desangrándose mientras recitaba uno de sus poemas favoritos. Durante los cuatro años anteriores a la muerte del poeta, el emperador Nerón le prohibió realizar lecturas públicas, siendo desde ese instante un ser desgraciado y execrado del poder y, por lo tanto, del gusto del público. Desde el poder se inició una campaña de desprestigio hacia el desdichado poeta. En una de sus últimas composiciones, Lucano había dicho en forma de sentencia: “Aléjese de los palacios el que quiera ser justo. La virtud y el poder no se hermanan bien”.
Este ejemplo que nos da la historia muestra, en una vergonzante sucesión de premios y castigos, el dilema de la situación del escritor ante el poder, del intelectual frente al gran aparato del estado. El arte, la ciencia, la literatura, el pensamiento verdaderamente honesto es radicalmente opuesto a todo poder, pues devela la esencia de la realidad y de las relaciones humanas. Todo arte verdadero, para decirlo en forma de sentencia, esconde dentro de sí un germen de revolución.
Esta es la causa por la cual la industria cultural permanentemente configura la imagen del escritor, del intelectual, del artista, como un ser desorientado, borracho, loco, con los pies y la mente en las nubes; imposible de concebir como un modelo social. En un banal ejercicio de silogismo exasperante, la conclusión de esta imagen del intelectual como loco lleva a la idea de que la obra producida por éste necesariamente tiene un interés menor para nuestra vida. Pensemos un poco en las expresiones que oímos hace mucho ya, de boca de nuestras madres y abuelos, que nos aconsejaban que no leyéramos tanto porque seguro nos enfermaría. “No lea después de comer que le dará una embolia”, decía mi madre recordándome a Zuqué, al loco del pueblo de su infancia, como la prueba irrefutable de que la lectura sucesiva lleva a la insania. O hagamos un ejercicio de repaso de las películas hollywoodenses, moldeadoras en gran parte de la concepción que tenemos del mundo, y veremos siempre que el personaje del escritor o del artista siempre es presentado como un ser desequilibrado.
Si listamos los nombres de los autores más representativos de la literatura norteamericana, por poner un ejemplo, encontraremos también la persistente idea de que ellos fueron unos dementes, seres desorientados cuya obra sólo se explica desde el delirio personal de cada individuo. Desde Whitman, pasando por Edgar Allan Poe, O’Henry, Jack London, Herman Melville, llegando hasta la misma Generación Beat y Hemingway, o Faulkner, entre muchos otros, la imagen de menosprecio e inutilidad hacia ellos y hacia su obra supone una crítica utilitaria al saber, fomentada por la visión tecnológica y desarrollista que nos arropa desde la segunda mitad del siglo XX.
Como Lucano, los creadores norteamericanos que han desnudado la urdimbre social del imperio, han padecido la furia de castigo del gran César.
Ajmad: tiempo sin leer algo de ti que no sea absolutamente cerebral. Qué le pasa al alma hombre que deja entrever su nostalgia en una canción pero no aleja su pluma de la calma académica. Me encantaría leer uno de tus lindos cuentos.
ResponderBorrarUn abrazote!