23 noviembre, 2007

Memoria contra el olvido

José Eugenio Sánchez Negrón (1924-1989) es uno de los tantos marginados de la literatura venezolana. Caraqueño de nacimiento, Sánchez Negrón deja una obra literaria vasta y de calidad que abarca los géneros poético, narrativo, periodístico y ensayístico diseminados en variadas publicaciones periódicas, entre ellas “Contrapunto”, “Revista Nacional de Cultura”, “Imagen”, “El Nacional”, “El Universal”, en donde demuestra un dominio claro del ejercicio literario y una presencia irrefutable en la vida cultural del país. Críticos e investigadores reconocidos como José Ramón Medina, Manuel Alfredo Rodríguez, Pedro Díaz Seijas, J. A. De Armas Chitty, J. A. Escalona-Escalona, José Cañizales Márquez, César Dávila Andrade y Velia Bosch, entre muchos otros, han ponderado positivamente la obra de Sánchez Negrón, dándole el puesto de “renovadora” de la literatura venezolana. A pesar de estos esfuerzos de parte de los críticos antes mencionados por insertar en el corpus literario nacional la producción de Sánchez Negrón, vemos que a 18 años de la muerte del autor no se ha profundizado ni difundido estudios acerca de su obra con la importancia que amerita el caso.

CRONOLOGÍA


1927 José Eugenio Sánchez Negrón nace en Caracas el 28 de febrero. Fueron sus padres Reynaldo Sánchez Gutiérrez y Clara Negrón Negrón.

1932 La familia se traslada a Ciudad Bolívar, en donde Reynaldo Sánchez Gutiérrez se encargará del bufete de su padre, Don Eugenio Sánchez Afanador.

1936 Transcurre su infancia en compañía de su tía Cristina y el resto de la familia. Comienza los estudios primarios en la Escuela de Primeras Letras de Isabel Abreu, los cuales finaliza en El Colegión, hoy Escuela Heres. La familia se exilia, por asuntos políticos en la ciudad de Bogotá.

1939 Inicia el bachillerato en el Liceo Peñalver de Ciudad Bolívar.

1941 Interrumpe sus estudios de bachillerato para ingresar en la Escuela Naval de Guerra en Maiquetía, donde permanece dos años. Funda junto con algunos compañeros la revista El Galeón, en la misma institución naval.

1942 Solicita la baja en la Escuela Naval, viaja a Trinidad donde continúa los estudios de bachillerato en el Colegio Venezuela, durante año y medio.

1944 Regresa a Ciudad Bolívar. Forma parte de la Federación de Estudiantes en Ciudad Bolívar. Gana el Premio de Poesía del Liceo Peñalver con el poema “La india de ojos tristes”.

1948-1949 Debido a problemas de salud se retira a guardar reposo en el hato familiar “Nuevo Mundo”, en las inmediaciones del Río Orocopiche. Allí escribe, a los 21 años, los poemas del libro Los limos de la tierra.

1950
Publicación de Los limos de la tierra. Pasa a ser uno de los representantes del naciente movimiento poético “La Nueva Poesía Venezolana”.

1951-1958 Viaja a Caracas para terminar sus estudios de bachillerato en el Colegio Santa María. Luego comienza sus estudios de Derecho en la Universidad Santa María. Dos de sus hermanos mueren en circunstancias lamentables. Cae la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

1958-1960 Se solicitan sus servicios de abogado para la tarea de fundar las Delegaciones del Cuerpo Técnico de Policía Judicial en los Estados Bolívar y Aragua. Luego es nombrado Director Nacional de esta institución.

1961-1964 Regresa a Ciudad Bolívar donde continúa ejerciendo su profesión incorporándose al bufete de su padre y además se dedica a la enseñanza en la educación media, específicamente en las materias: Literatura Venezolana, Literatura Española, Historia Universal, Historia de Venezuela, Historia de la Filosofía, Psicología y Formación Social, Moral y Cívica. Obtiene una mención honorífica en el Premio Municipal de Poesía (1962), con el poemario Los ruidos del mundo. Es nombrado Secretario Privado de la Gobernación del Estado. A pesar de todas sus ocupaciones nunca abandona la producción literaria, principalmente de poesía, en estos primeros años. Obtiene el Premio Municipal de Poesía con la producción Los humos y las voces. Participa en el certamen de cuentos de El Nacional con su obra Los hospitales del infierno, su trabajo es seleccionado para ser publicado con otros nueve más.

1965-1968 Por su cargo de Jefe de Relaciones Públicas del INCIBA reside en Caracas. Regresa a Ciudad Bolívar tras la muerte de su padre (15-02-65) y de nuevo ocupa la Secretaría Privada de la Gobernación del Estado Bolívar; pero sólo por poco tiempo, pues se traslada de nuevo a Caracas a desempeñar el cargo de Director Nacional de Relaciones Públicas del Ministerio de Obras Públicas.

1969
De nuevo en Ciudad Bolívar el Concejo Municipal del Distrito Heres le otorga el Premio Municipal de Periodismo como mejor columnista.

1970 Se encarga de la Dirección del diario El Bolivarense. Es nombrado Cronista de Ciudad Bolívar, esto consolida su interés por la investigación histórica, a la cual se dedicará plenamente hasta el día de su muerte. Junto con la Asamblea Legislativa del Estado funda un organismo para el Rescate y Conservación del Patrimonio Histórico y Desarrollo Cultural del Estado Bolívar (IRCOPAHIDEC). Obtiene de nuevo el Premio Municipal de periodismo como mejor columnista. Publica su cuarto poemario Los sonetos reiterativos.

1976 Recibe el nombramiento como miembro por el Estado Bolívar de la Academia Nacional de la Historia y miembro correspondiente al Centro de Historia de la Guaira. Inicia una serie de programas radiales, difundidos por Radio Bolívar, con los cuales da a conocer la historia venezolana.

1977-1978 Continúa desempeñándose como Cronista de Ciudad Bolívar. Sus artículos sobre historia aparecen diariamente en la prensa regional. Crea el Gran Suplemento del diario El Expreso. Colabora en diferentes revistas culturales del país como la Revista Nacional de Cultura, Árbol de Fuego, Poesía de Venezuela y en los diarios El Universal y El Nacional.

1984-1986 Es nombrado Director de Cultura del Estado Bolívar, en cuyo cargo funda la revista A-Rayas. La Casa de la Cultura de Ciudad Guayana instituye el premio anual de poesía “José Eugenio Sánchez Negrón” (1986).

1989
Luego de una operación quirúrgica de escaso riesgo, muere por reacción alérgica a un relajante muscular (18 de agosto).

Yo hablo de la soledad

Yo hablo de la soledad
y pienso que ni la metáfora me basta para describirla.

Sin embargo he aquí una forma, digo a la noche
y a la multitud lejana:

De pie en las órbitas vacías de un feto abandonado
bajo las estrellas.
De pie en una llanura donde el viento desgarra
árboles y piedras.
De pie como una columna, como una llama,
la muerte se abre el pecho en busca de otra muerte.

(Tomado de: Los limos de la tierra. p. 50).


La ciudad

I
Esta ciudad tiene, como todas,
sus interminables legiones de tristezas,
de alegrías y canciones
de cuchillos y redondos ojos amarillos
que habitan la hiel y los fantasmas
de unas venas rotas. Y tiene cunas que navegan por un río
de féretros mecidos sobre los hombros de la noche
y una luz amarillenta que atraviesa
la llanura eterna de leprosos bíblicos.
(Siempre hay una luz amarillenta flotando en las lámparas del aire
cuando pasan estas cosas). Sí, esta ciudad, como todas, tiene
su serpiente interminable
que parte de algún punto hirviente de la historia
y simula cumbres arrasadas y castillos temblorosos
y vinos
de párpados cerrados por la asfixia del olvido.

La serpiente es larga.
Y recuerda un puente
que cruza de un lado a otro la memoria
y apenas toca
el límite frío de mi sombra que se acoda
a la orilla del camino.

La bestia hunde la cola
en la penumbra de una iglesia abierta a todas puertas,
y miro la cabeza de la marcha, allá, a lo lejos,
con sus conquistadores y sus lanzas
y su trueno de estandartes
y sus relucientes cobres.

Pero no quiero desenfrenarme ahora de pasados.
Muchos vendrán.
Y desfilarán ante mi vista en los espejos
como un hilo interminable de alaridos.
Mirar las casas sólo debo, tocar las casas
con la aurora de los dedos,
probarlas con labios y ponerme
las caretas laceradas de sus paredes más antiguas.

El pensamiento gotea en los confines de la sed y la memoria,
bajo un viento que despeina las doncellas coloniales
y agita las banderas y las canciones roncas
de los negros que oscurecen los cristales de la tarde.

En el fondo de los aires, como un par de tempestades
brillan enormes unos ojos colectivos. Y el recuerdo cruza
flanqueado de leopardos y escritos afiebrados
que el viento eleva de las bibliotecas habitadas
por el polvo
y el fantasma nocturnal de puertas entreabiertas
que se baten con un canto de silencio y soledades.

Y miro pasar solares. Las altas procesiones.
Y esplendores de atisbos infinitos,
y horizontes
arañados por la espectral codicia que se mira el rostro
en el espejo roto de los negros.

¿Adónde van los conquistadores? Es el título en la historia
que pregunta al viento.
Y el indio le responde
señalando las remotas alas
de un ángel que habita al sur de la memoria.

La noche me sorprende
ante las puertas claveteadas con martillo y llanto de doncellas.
Las barbas incendiadas crecen.
El río de la luna que la soledad respira
se desliza mansamente por los muros.
Y la nostalgia. La nostalgia que es vestal del horizonte.
La nostalgia, doncella ululante y loca, que desnuda corre
dejando atrás los velos,
atraviesa y salta más allá del mar en barcos rojos.

Todo esto veo ardiendo en los confines,
entre viajeros que parten hacia el sur y siempre parten,
de la noche a la mañana,
por el río y por los sueños que se hunden
bajo el dedo indígena hacia el sur,
hacia el sur, dulcemente, hacia el sur eterno y siempre,
hacia el sur que no se apaga,
hacia el sur que al sur se orienta y queda al sur
de las manos extendidas en adioses,
al sur de la ciudad abierta como un álbum
que guarda mariposas disecadas.

La tarde petrifica la memoria de funerales encendidos
mientras cae la noche.

(Tomado de: Los humos y las voces. p. 53-59).

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