En estas vacaciones estoy aprovechando de leer algunos libros que aguardaban en la lista de espera. Uno de ellos se titula "Historia de la gastronomía española", de Manuel Martínez, y resultó ser un enjundioso y ameno estudio sobre la evolución de la comida y sus modos de preparación desde la Antiguedad hasta nuestros días. Sus capítulos muestran, en 390 páginas, los gustos de los seres humanos por saciar una de sus necesidades fundamentales. Para animarlos a su lectura, les ofrezco los títulos de los capítulos: "Cocina ibérica", "La cocina romana", "Cocina visigótica", "Cocina arábigo-andaluza", "Cocina hispano-judaica", "Cocina medieval y renacentista", "La cocina española durante el Siglo de Oro", "La cocina española durante los siglos XVIII y XIX", "La gastronomía española en el siglo XX" y "La vida española y la cocina".
Entre las páginas de "Historia de la gastronomía española" he conseguido este párrafo que me ha sorprendido:
"Los romanos, como los griegos, nunca tuvieron gran afición al mar y generalmente sus flotas iban tripuladas por extranjeros y forzados, pero a pesar de esta poca atracción por las cosas marinas, sentían por el pescado una apetencia ya rayana en la locura de la que no existe otro ejemplo en la historia".
Es curiosa esta frase por cuanto hace poco leí que el sustantivo más usado en la Ilíada es "Barco" y me hace recordar además aquellos versos de la Odisea, en el canto X, que dicen:
"Entonces el rey comenzó a dar grandes voces por la ciudad, y los gigantescos Lestrígones que lo oyeron empezaron a venir cada uno de un sitio, a miles, y se parecían no a hombres, sino a gigantes. Y desde las rocas comenzaron a arrojarnos peñascos grandes como hombres, así que junto a las naves se elevó un estruendo de hombres que morían y de navíos que se quebraban. Además, ensartábanlos como si fueran peces y se los llevaban como nauseabundo festín".
Tretas de los libros que nos hacen "hipervincular" nuestras lecturas pasadas.
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