14 febrero, 2007

Las cuitas del hombre invisible


Todo había iniciado como un juego. Contaba ya seis años y la travesura de querer adornar las paredes de la sala me hizo armarme de creyones de cera y hacer con ellos un lindo paisaje con casitas, montañas y animales, como esos cuadros que le gusta colgar a mi madre. Terminada la faena, y orgulloso por el resultado, mi hermano mayor comenzó a burlarse por el regaño que, según él, mi madre me daría. Mi hermano no se cansaba de danzar a mi alrededor cantando el lerolero y yo no hacía otra cosa que pensar en cómo escaparme de la reprimenda.
Recordé haber visto en Ultramán (¿o fue La Pequeña Lulú?) un episodio en el cual uno de los personajes logra escapar de un malhechor con la fuerza de la mente. Me explico. El personaje se concentró tanto que logró hacerse invisible y así pasar inadvertido a los ojos de su perseguidor. No me quedaba otra opción y comencé a pensar que mi cuerpo desaparecía lentamente y que la luz poco a poco lograba pasar a través de mi franela de Mazinger Z. Para hacer la concentración más rápida, cerré con más fuerza mis ojos y mis puños. La tensión aumentó cuando escuché las llaves de la puerta. Mi madre llegó y mi hermano estaba ahora tirado en el piso muerto de la risa y señalando mi enrojecida cara. La risa de mi hermano cesó cuando mi madre pasó lentamente, cabizbaja, sin saludarme y sin ni siquiera darse cuenta de las paredes rayadas. El experimento había funcionado y el dedo acusador de mi hermano bajaba lentamente con una frustración enorme.
Días después mi madre logró ver las paredes rayadas y lo más curioso es que no preguntó quién lo había hecho. La vi tomar una esponja húmeda y desaparecer poco a poco las vacas y las casas en la colorida montaña. Años después me enteré que el día que inició mi invisibilidad mi madre había firmado el divorcio con mi padre.
Aunque parezca extraño, y quizás Freud pueda explicarme ese estado, la invisibilidad permanece en mí. A pesar de que poseo cuatro direcciones de correo electrónico (hotmail, gmail, cantv, yahoo...) sólo recibo cadenas impersonales, enviadas a largas listas de correo. Y el teléfono celular permanece impávido ante las horas; ni una llamada, ni un mensaje... El sonido que indica haber recibido un mensaje de texto me reanima, pero caigo inmediatamente en la depresión al saber que sólo era una oferta de descuento enviada por la misma empresa telefónica.
Ahora, tres décadas después, cierro nuevamente los ojos y los puños con todas mis ganas, pero esta vez para revertir el experimento y hacerme otra vez visible.
Y la invisibilidad se hace eterna y recurrente al saber que decidiste enamorarte de otro...

5 comentarios:

  1. Tu post me arrugó el corazón. Saber que hay tanta gente que se siente así....
    Un abrazo

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  2. Anónimo10:47 a.m.

    Estimado amigo:

    Siento una empatía muy grande porque tenemos otra cosa en común. Lamentablemente la historia de la familia latinoamericana está signada por hombres prehistóricos tipo Trucutrú, que han fomentado nuestra enorme valoración hacia el rol de la mujer, nuestras madres, nuestras esposas y ahora en mi caso, mi bella hija Isabella. Vivan las mujeres carajo!!!!

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  3. Anónimo8:09 p.m.

    Mi querido amigo, tu post me recordó lejanas épocas en las que mi mamá tuvo que colocar un pizarrón a lo largo de toda una pared para que expresara allí mi colorida cratividad jejejeje, igual recordé cuando años después (pocos aun era muy niña) escribia en la puerta del baño (en lugar de leer escribia)mis descargas a mi prima luego de una pelea. Bellos tiempos. rebeca

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  4. Anónimo2:14 a.m.

    Profesor....la invisibilidad a la que usted se refiere, no es el producto de saber que ella se enamoró de otro, pero si parte de una obsesión por un amor prohibido.

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  5. Anónimo4:00 p.m.

    Tal vez no hubo alternativa! tal vez estaba tan invisible que vino alguién y la vio y tu no estabas por ahi. Estabas invisible también...

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