12 febrero, 2007

La hiedra sobre el muro

Lynnette VanEpps-Smith. “El paredón”, 1991.

Yo soy un muro
Cantar de los cantares (8,10)

Luego de un pequeño rastreo entre una selección de lecturas ociosas, de esas que suceden en las horas más placenteras (en las “deshoras”, diría Picón Salas), la curiosidad nos asalta al encontrar un conjunto de obras cuyo título viene señalado por la palabra “muro”. Ellas son: “El muro” (1943) de Jean Paul Sartre (cuento); “El muro” (1967) de Fernando Paz Castillo (poema); “El muro” (1976) de Alfonso Cuesta y Cuesta (cuento); “La mano junto al muro” (1949) de Guillermo Meneses (cuento); “La cerca de piedras” (1966) de Antonio Arraiz (poema); “Los murados” (1958) de Humberto Rivas Mijares (cuento) y “El muro” (1968) de Pink Floyd (canción-película).
¿Por qué la recurrencia en la palabra? ¿Cuál ha sido la función universal del símbolo muro en esas obras? Según el conocido Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier (1991) el muro, por ejercer el oficio de separar, evoca tanto la protección como la prisión. Seguridad/Ahogo, Defensa/Encarcelamiento, eso ha representado el símbolo muro en la tradición musulmana e hindú; pero la tradición egipcia introduce un nuevo elemento: la altura. Para el egipcio mientras más alto es un muro más evoca la nobleza. En las teorías analíticas modernas el muro simboliza el ser interior. Los místicos medievales lo llamaron “la célula del alma”, el lugar sagrado de las visitas y de la morada divinas. Este sentido “metafísico” del símbolo lo emparenta con las ideas filosóficas de Karl Jaspers y Maurice Blanchot, para quienes la angustia, la duda, la encrucijada a la que llega el hombre en ciertas circunstancias extremas representa un límite que separa la vida de la muerte, el seguir siendo un ser alienado de la vida libre y plena. Blanchot resume:

"La experiencia límite es la respuesta que encuentra el hombre cuando ha decidido ponerse radicalmente en entredicho. Esta decisión, que compromete a todo el ser, expresa la imposibilidad de detenerse, ya sea en un consuelo o en una verdad (...). Una interrogante que (...) a veces rompe con el mundo para terminar en un más allá del mundo donde el hombre se confía a un término absoluto (Dios, Ser, Bien, Eternidad, Unidad), -y donde, en todos los casos, renuncia a sí mismo".

Por estas razones no sería descabellado emparentar esta idea de crisis existencial con el símbolo muro. Para demostrarlo vayamos a los textos...
Fernando Paz Castillo (1893-1983), poeta venezolano de la llamada generación del 18, fue junto a Luis Enrique Mármol, José Antonio Ramos Sucre y Pedro Sotillo, entre otros, los forjadores del primer intento coherente por asumir la modernidad en la literatura venezolana. De estilo mesurado, “místico”, la obra de Paz Castillo evoca tanto la naturaleza romántica -adecuada a los sentimientos del poeta- como el erotismo platónico y la profundidad gnóstica. Muestra de ello son sus títulos: La voz de los cuatro vientos (1931), Signo (1947), Persistencias (1973), El otro lado del tiempo (1967)... De este último poemario hemos escogido el poema “El muro” por las razones conocidas. Este poema está presentado en diecisiete estrofas de verso blanco, adornando su inicio con un epígrafe, unos versos de John Keats que evocan la idea de la Verdad, la Belleza y la búsqueda del conocimiento (recordemos las palabras de Blanchot sobre los términos absolutos). Paz Castillo define al muro como: “una línea blanca, indefinida”; “Es súbito camino, no límite de sombra y canto,”; “Misteriosa cruz que sólo muestra/su brazo horizontal./Unida por la oscura raíz,/a la tierra misma de su origen confuso;/y al cielo de la fuga/por el canto y el ala:”. Es decir, adjetivos y figuras que remiten a un concepto “religioso” o trascendental del símbolo. En la estrofa VII Paz Castillo relaciona la figura de Dios con la de muro: “Dios -muro frente a recuerdos y visiones-”. Pareciera que el muro separa lo mortal de lo divino, el hombre de Dios, el límite entre la vida y la muerte que es el origen de toda angustia. En el poema es reiterada la intuición de la muerte (intuición que se manifiesta en todos los textos cuyo título expone la presencia del muro ya mencionados en la introducción): “¿Morir?.../Pero si no hay nada más bello en su hora/-frente al muro-” (VIII).
Por su parte, Antonio Arraiz (1903-1962) dio inicio a la vanguardia poética con la publicación de su libro Áspero en 1924. De lenguaje crudo y comprometido con la lucha social, el poema “La cerca de piedras” -sacado de los poemas póstumos recogidos en el libro Obra poética- obedece igualmente a esa condición de la descripción llana que rigió a la mayor parte de su obra. A pesar de utilizar Arraiz la primera persona del plural al igual que Paz Castillo, vemos que en el primero la narración no es tan “intimista”, no expone un suceso cuya significación de superficie sea tan hermética como la del segundo. En “la cerca de piedras” se narra la construcción de un muro por parte de un sujeto llamado Harry Keene -anciano, para mayores detalles- quien sin acabar su cometido muere en la faena. El muro es presentado como la propia vida del viejo, como su extensión: “Levantaba las piedras con sus manos nudosas/como si fueran sus hijas”; “las manos bastas, que no se sabía/dónde terminaba la mano/y dónde empezaba la piedra”.
Arraiz da un carácter natural al muro -al igual que Paz Castillo- al decir: “La cerca iba apareciendo en la tierra/como creada por ella”. Esta situación irónica por el intercambio de los roles de artificio/naturaleza da un matiz singular a la figura del muro. Paz Castillo dirá: “Unida, por la oscura raíz,/a la tierra misma de su origen confuso;”. ¿Qué mejor aviso para decir que no se trata de un muro material, sino de un muro orgánico, vital? En ese sentido Arraiz relaciona al muro con un ser humano: “La cerca iba saliendo recta / como la vida del justo.” (34-35), al igual que Paz Castillo que como ya vimos lo emparenta con Dios.
Vemos entonces que en los dos poemas el símbolo muro está en función de la idea de muerte. En Paz Castillo la preocupación es por saber qué hay más allá del muro, de la vida. Arraiz no se hace esa pregunta y se conforma con decir que el transcurso de nuestra vida es una continua fabricación de ladrillos para que al final del camino nos topemos con el muro.Hemos visto entonces a dos autores y a un mismo símbolo. Paz, Arraiz y el muro. Distintos senderos que conducen a un mismo cercado. O distintas hiedras que se unen por ambos lados del muro...

2 comentarios:

  1. Anónimo6:32 p.m.

    Me has inspirado, te enlazo ;)

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  2. ¡Muchas gracias por esta información!
    No solo será de gran ayuda para mis asignaciones (estudiante de literatura a tus órdenes), sino para mi tesis.
    Ya quiero leer el resto (:
    Un abrazo

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