“Si alguien en este pueblo no conoce el arte de amar,
lea este poema y, adoctrinado por su lectura, ame.”
Ovidio, “El arte de amar”
Quizás una de las tareas más
inútiles, por la ambigüedad y polisemia de sus conclusiones, sea la de teorizar
acerca del amor. Ya en la
Antigüedad lo habían intentado Platón y Ovidio, para quienes las
pasiones del afecto no eran más que una suerte de perpetua y fatigante búsqueda
del otro, idealizado, que nos complementa y nos hace uno con la belleza y la
eternidad. Fue distinta la concepción del amor durante la
Edad Media , tiempo en el cual lo religioso
penetró las prácticas y representaciones de lo humano, sirviéndole de andamiaje
para todo el pensar. Así, el amor medieval era visto a través de la búsqueda
del ser divino, de la relación con la deidad, siendo San Agustín y Santo Tomás
los promotores de esta forma de sentir y entender el amor. En los modernos
tiempos de la mercancía, los viajes, el resurgimiento de la ciencia y el ensanchamiento
del mundo, el amor fue relegado a las pasiones mundanas, a la faz oculta del
hombre, compartiendo lugar con los sueños, las fantasías y las pasiones. El
amor pasa a ser cuerpo, carne y necesidad que nos hace equiparar con los
animales, cual instinto, pudiendo en consecuencia ser medido y percibido como
una curiosa mezcla de sustancias químicas que produce nuestro organismo.
La historia del amor en Occidente
puede entenderse entonces como un recorrido que va de la mente, con el amor
idealizado de Platón; pasando al alma, con el amor teológico de San Agustín y
refugiándose, finalmente, en el cuerpo, representado en el amor carnal del
individuo, refugiado en las masas anónimas de las urbes. Tres formas de
entender el amor.
Es posible encontrar en la
literatura universal ejemplos de cada uno de estos discursos amorosos: Dante
Alighieri, en “La vita nuova”, representa el amor idealizado; el amor teológico
se muestra con los poemas de San Juan de la Cruz y Tirso de Molina, en “El burlador de
Sevilla”, aporta con el personaje de Don Juan la visión del amor carnal.
En el poemario “La pasión
disimulada” (2010), de Carmen Rodríguez, se nos propone una visión integral del
discurso amoroso en el cual se hace patente la tríada cuerpo-alma-mente en el
objeto del deseo. “La pasión disimulada”, obra ganadora del Primer Concurso de
Literatura “Stefania Mosca”, logra construir un discurso amoroso que puede
filiarse en la tradición inaugurada por María Calcaño y Enriqueta Arvelo
Larriva, en el cual el sujeto amoroso, la voz poética que canta al amado, se
nos muestra ansioso, impaciente por llenar la ausencia del objeto que no
termina de poseerse:
“Hoy me untaste mermelada en el
corazón
Y la tarde se me tornó feliz
Pero al llegar a casa
Las hormigas me atacaron
Y me arrancaron tu voz”
El afecto en “La pasión
disimulada”, decíamos, se hace voz por medio de un sujeto que perennemente
canta la búsqueda de su objeto amoroso, procurando el uso de un discurso
tricéfalo. El primer rostro del discurso amoroso en “La pasión disimulada” es
el del “amor mente” que, como mencionamos, se evidencia en la idealización del
amado, y se vuelve presencia eterna y asfixiante:
“El silencio te trae y me
acobijas
Cierro los ojos y sigo viéndote
Esta confusión mental se me torna
perpetua
Una condena que me hace desear la
muerte
Te grito
Te echo fuera
Te lanzo el libro que me impides
leer
Y al rato vuelves
Entras sin permiso, sin tocar
puertas
Sólo para que sepa que estás
Y retorne mi tormento”
El segundo rostro del discurso es
el del “amor alma”, en el cual el objeto del deseo se manifiesta como sostén,
como soporte del sujeto que ama, ofreciéndole así una lógica de la fe que le da
sentido a su existencia. En el amor alma, se existe porque se ama:
“Me estoy cayendo porque nunca
volverás a habitarme”
Para completar el discurso
tricéfalo, el último rostro es el del “amor cuerpo”, cuya carnalidad exacerbada
obvia toda atadura moral y termina siendo una simple y avasallante conjunción
de cuerpos:
“Instauro por decreto mi nombre
en tu boca,
En tu piel
Y en el tuétano de tu humanidad
Ahora defiéndete
Que estoy montada sobre ti
metiéndote en mi ser”
Carmen Rodríguez, con “La pasión
disimulada”, nos propone una relectura de la poesía amorosa venezolana,
despojándola de llantos superfluos, de moralismos y lugares comunes. Una
invitación para que, quien no conozca el arte de amar, lea este poemario y ame
de una vez por todas. Este poemario, hecho con la verdadera voz de la poesía que, al decir de
Rilke, no es más que la voz de lo más interno del ser humano, estará por
siempre y en un lugar destacado en esa vasta y variada biblioteca que es
nuestra literatura venezolana.
Un muy buen libro de Carmen. Enhorabuena.
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