El peor de todos los monstruos es aquel que no
se ve. Con una maldad mayor que la de Drácula y un terror más escalofriante que
el que pudiera producir la boca peluda y dentada del hombre lobo, el horrible
ser que no logramos ver, pero que presentimos a nuestras espaldas, es el que
hiela nuestro cuerpo hasta el infarto.
Por más que hayamos visto en nuestra infancia
las sangrientas andanzas oníricas de Freddy Krueger o las pericias de Jason
Voorhees con su sierra eléctrica sobre las extremidades de los adolescentes, ese
terror era inmediatamente subsanado con un delicioso helado y uno que otro
caramelo que lograra endulzar nuestro perturbado y temeroso ánimo; sin embargo,
lo que no podíamos evadir y lo que convertía en pesadillas nuestras noches eran
las invisibles figuras que habitaban debajo de la cama.
Ya desde la Antigüedad se le
asignaba a la invisibilidad un carácter maligno, una verdadera aporía que
conjugaba la inexistencia y ambigüedad de lo no visto con la existencia y posibilidad
del hacer. Lo invisible es un contenido habitando un continente inexistente; un
ser y no ser simultáneo. Quizás por ello no sea simple coincidencia el hecho de
que Hades, el dios del inframundo griego, tenga por origen etimológico la
expresión “el invisible”. Sólo el dios del mundo de los muertos podía albergar
tamaña monstruosidad.
El ojo recorta, define, etiqueta. Más que
ventana del alma, es el órgano que nos mantiene aferrados a la razón, cuadriculando
y haciendo habitable el mundo. No gratuitamente la Filosofía surge de la
“contemplación”, del “contemplum”, palabra que señala la tarima que estaba situada
delante de los templos, desde la cual los oficiantes escrutaban el cielo para interpretar
los designios de los dioses. Esta palabra, “contemplum”, tradujo la palabra
griega “theoría”, entendiendo así el camino de la razón y el
descubrimiento como un ejercicio de la mirada.
El ojo analiza, categoriza, es el símbolo de la
omnipotencia si se incrusta en un triángulo radiante; es el que nos hace creer,
según el decir de Santo Tomás. Lo que no vemos, lo invisible, es la esencia de
lo irracional.
La invisibilidad nos aterroriza y tal vez esta
sea la razón del desasosiego que produce la lectura de los cuentos “La casa
tomada” de Julio Cortázar y “There are more things” de Jorge Luis Borges. Es el
mismo desvelo que emana de la inquietante ausencia de Aquiles en la “Ilíada” y el
perturbante no aparecer del animal asesino en la película “Tiburón”. En esos
relatos una presencia invisible y todopoderosa invade la realidad sin llegar a
saber nunca la víctima cuál es la contextura ni la forma de los “monstruos” que
lo acechan.
El monstruo invisible, el más poderoso y
aterrador de todos nuestros monstruos, habita el reino de lo irracional y nos
señala, cual otra cara de la moneda, que lo impensable, lo que no es capaz de
asir los ojos, o cualquier otro de nuestros sentidos, puede llegar a existir.
“Tonterías; ser es ser percibido, y como nada veo,
nada es”, habría contestado Berkeley, quien al parecer anulaba sus monstruos
con una mirada resuelta debajo de la cama antes de dormir.
La mano peluda debajo de la cama. Así es. Saludos, hermano. Un abrazo.
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