Se confunde comúnmente el término “literatura” con el
de “obra literaria”. Sin embargo, y aunque suene paradójico, una comunidad, un
territorio, puede exhibir varias obras literarias en su haber cultural y aún
así carecer de una literatura que lo identifique. Una literatura es una
construcción social, un sistema de obras hilvanadas por categorías comunes
establecidas por las disciplinas que les dan soporte a los estudios literarios,
de cuyas prácticas de valoración, comparación y registro surge lo que
denominamos propiamente como literatura. La “Literatura” es una manera de
entender, de organizar, de dar forma a la múltiple variedad de un conjunto de
obras literarias.
Vista así, la Literatura no es la biblioteca que percibimos,
sino la perenne tarea de los estudios literarios en establecer relaciones entre
cada libro de esa biblioteca y entre esa biblioteca y otras aledañas. Para
realizar esta labor, los estudios literarios se fundamentan en la clasificación
de las obras por criterios de valor, de categorías generales y por juicios
temporales. Es en este accionar que existe la posibilidad de entender lo
literario como ciencia, como discurso organizador y lógico del hecho literario.
Así, son tres las maneras de asediar el hecho literario: estableciendo los
fundamentos que lo hacen ser obra de arte, valorando los méritos que permitan
su clasificación y organizando temporalmente sus cambios y evoluciones. Para
decirlo con otras palabras, la
Teoría , la
Crítica y la
Historia son los ámbitos que conforman los estudios
literarios.
Estas tres disciplinas no se desarrollan de manera
independiente sino que superponen sus fines y resulta imposible la comprensión
y el desarrollo de una de ellas sin la presencia de las otras. La Crítica literaria, por
ejemplo, debe fundamentar sus juicios en elementos históricos y teóricos que le
permita apreciar con mayor tino la obra a analizar. Una Teoría literaria que no
asiente sus postulados en obras literarias concretas de seguro divagará en la
configuración de esquemas y criterios. Una Historia literaria, por su parte,
urge de escalas de valores y de principios ordenadores. Ya Wellek y Warren
habían advertido de esta relación indisoluble: “Los métodos así designados no
pueden utilizarse separadamente, que se implican mutuamente tan a fondo, que
hacen inconcebible la teoría literaria sin la crítica o sin la historia, o la
crítica sin la teoría y sin la historia, o la historia sin la teoría y sin la
crítica”.
En nuestro país, por no hablar del ámbito
hispanoamericano, la situación y desarrollo de estas tres disciplinas ha sido
breve, leve y casi espasmódico. La teoría literaria no ha pasado de ser
aventura intelectual de unos pocos; la crítica, ejercicio para la afrenta o la
exaltación gratuita; la historia literaria ha devenido en inútil manual escolar
digno de olvido. Ante este panorama, los estudios literarios exigen una
revisión de sus fundamentos, que vuelva a la teoría, a la crítica y a la
historia a su condición inicial de trenza imposible de desanudar.
En el caso específico de la historia literaria, esta
tradición tiene en nuestro país ya más de cien años y hasta el momento no
existe un balance de sus prácticas y de su oficio. No se ha realizado el
recuento sosegado de las historias literarias escritas en nuestro país ni mucho
menos se ha reflexionado acerca de sus aciertos y fallas.
De los tres ámbitos que conforman los estudios
literarios, la teoría, la historia y la crítica, los dos primeros han tenido
escaso o nulo desarrollo en nuestro país. El valorar las obras literarias ha
sido práctica común, tal como lo demuestra el trabajo Bibliografía de la crítica literaria venezolana 1847-1977,
realizado por Roberto Lovera De Sola (1982), en el cual se registran 1.749
textos de crítica literaria en un lapso de 130 años, ello sin contar los
aparecidos en prensa y revistas, con lo cual este número seguramente se
triplicaría. Sin embargo, la reflexión sobre los fundamentos de lo literario y
la meditación sobre sus periodizaciones no ha encontrado en estas tierras
sustento que la convierta en tradición. Evidencia de este desdén hacia lo
teórico es el hecho de que bastan y sobran los dedos de una mano para contar
los que han intentado desde Venezuela una teorización de la literatura: Beatriz
González Stephan, Milagros Mata Gil y Víctor Bravo. No más.
El ejercicio historiográfico en Venezuela no ha
corrido mejor suerte. Esta afirmación ha sido planteada también por Rafael
Arráiz Lucca, quien en un libro de reciente publicación sentencia: “Las
aproximaciones a la literatura venezolana con un propósito totalizante no
abundan. Escasean, pues, los que de un solo envión examinan el devenir
histórico de nuestras letras”. Desde 1906, año en el cual se inicia la
historiografía literaria en Venezuela, hasta el presente, se han elaborado sólo
seis trabajos que intentan organizar el corpus de la literatura de este país:
Año
|
Autor
|
Título
|
1906
|
Gonzalo Picón
Febres
|
La literatura
venezolana en el siglo diez y nueve
|
1940
|
Mariano Picón
Salas
|
Formación y
proceso de la literatura venezolana
|
1948
|
José Barrios
Mora
|
Compendio
histórico de la literatura venezolana
|
1952
|
Pedro Díaz
Seijas
|
Historia y
antología de la literatura venezolana
|
1969
|
José Ramón
Medina
|
Cincuenta años
de literatura venezolana
|
1973
|
Juan Liscano
|
Panorama de la
literatura venezolana actual
|
Se han excluido de esta lista a José León Escalante, Ideas sobre el movimiento literario actual
en Venezuela, de 1936; Manuel García Hernández, con su Literatura venezolana contemporánea, de 1945; Arturo Úslar Pietri, Letras y hombres de Venezuela, de 1948; Mario Torrealba Lossi, Literatura venezolana, de 1954 y a Pedro
Pablo Barnola, con Altorrelieve de la
literatura venezolana, de 1970, por cuanto estas obras no constituyen
historias orgánicas completas. Aunque en algunas antologías se mencionan a estas
obras como “historias de la literatura venezolana”, en realidad son
compilaciones de artículos publicados previamente en la prensa, dedicados a un
trabajo exegético de autores y obras aislados y sin interés de búsqueda de
orígenes y causas. El mismo Arturo Úslar Pietri, en la obra antes citada, dirá
enfáticamente de su libro, afirmación que puede ser aplicada al resto de las
obras mencionadas: “Están por eso lejos de ser una historia de la literatura
venezolana. Para serlo les faltarían muchas cosas. Entre las más inexcusables:
un recuento de la extensa y valiosa obra de los historiadores y ensayistas y un
panorama de la poesía, sobre todo la de los últimos años, tan decidora y alta.
A lo que más se acercan estas páginas es al esbozo de una cronología del
espíritu venezolano, acompañada de una corta galería de siluetas de los hombres
en quienes encarna con torturada vocación”.
Para el estado de nuestros estudios literarios, el
sólo mostrar el corpus de nuestra historiografía literaria ya es un avance. Sin
embargo, estamos conscientes de que con la sola recopilación no basta. El
análisis y la búsqueda de vínculos y matices entre una historia y otra es una
tarea por realizar. Aquí mostramos el mapa. En otro momento, y quizás otras
personas, emprenderán este camino.
Urge una historia de la literatura venezolana; es el inicio de la profundización de los estudios críticos y de la teoría sistemática. Excelente entrada, Diego.
ResponderBorrarSaludos.
Juan Carlos Chirinos