No por casualidad se entra y se sale
del cine por puertas distintas...
Uno llega a la sala de proyección atravesando
la amplia y colorida entrada de dulces y cotufas, con las expectativas y
emociones semejantes a las de un entretenido viaje, y se termina abandonando el
lugar, horas después, por una estrecha y oscura puerta que nos arroja de nuevo
a la insípida realidad, dejándonos en medio de la noche con las pupilas como
platos soperos, cuales gatos encandilados. Los que salimos no somos los mismos
que habíamos entrado. Una mágica transformación nos convirtió en otros seres
que ahora sienten el mundo de manera distinta: vimos en la pantalla a un
superhéroe y nos interrogamos acerca de nuestros límites; vimos una historia de
amor y pensamos sobre nuestras relaciones; vimos una película de guerra y nos
asalta el sinsentido de la existencia y la violencia. Ese es el efecto
perturbador del arte que trueca nuestra inocente e ignorante felicidad en
angustiosa conciencia. Visto así, el arte, la cultura en general, no es un
placer como muchos dicen sino una necesaria tortura que nos humaniza. Por eso
son puertas distintas las que nos dan acceso y salida al cine: la puerta ancha,
la de entrada, nos invita y atrae con sus chucherías; la angosta, la de salida,
nos expele como fetos recién paridos a lidiar en un mundo que se siente ajeno.
Parábola del camino fácil y el camino difícil.
En realidad, de eso se trata todo arte:
de atraernos con su inocencia de flor carnívora para que, mientras descansamos
en sus pétalos, terminemos siendo presas de nuestras propias reflexiones. El
arte, todo verdadero arte, nos cambia, nos convierte en incómodos seres
críticos, conscientes del mundo, con sus matices y diferencias. El cine, el
teatro, la literatura, la música, la cultura en general, no son simples maneras
accesorias de la conducta, sino manifestaciones de lo propiamente humano.
Más que pensar, hacer o hablar (homo
sapiens, homo faber u homo loquens), el ser humano se define y se distancia de
otras especies por su capacidad para pensarse y crear día a día los espejos que
ayudan en esa autorreflexión. Para ello, la cultura es el mejor espejo, pues en
sus formas e intuiciones se plasman la historia, los sueños y angustias de las
sociedades.
No por casualidad se abre y se cierra un libro con
manos distintas...
Y que los dioses nos protejan cuando se troque en vegetariana. Saludos.
ResponderBorrarExcelente intro. Totalmente de acuerdo. Aplica igual para los libros.
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