En un lugar muy lejano de toda civilización llamado El Jacintero nació una niña que le pusieron por nombre Ana Teresa, hija de Rafael Olaechea y Leonarda Villafañe. Un 15 de octubre de 1930 fue el día de su nacimiento y como partera estuvo una señora llamada doña Chepa, comadre de mamá Leonarda. En ese lugar vivían sus hermanos mayores José, Carmen, Miguel y Pablo. Teresa era muy delgadita porque no se le curaba el ombligo, y mamá Leonarda utilizó las plumas de zamuro quemadas para curarla. En esa época todos se alimentaban con cacería y peces de un río que había cerca de la casa. Papá Rafael nunca se quedaba trabajando en una sola finca y se mudaba de una parte a otra con frecuencia. Después papá Rafael se mudó para Las Uvitas, eso pertenecía al general Tañán, cerca de ahí nació Máximo, hijo de papá Rafael. En esa finca duramos muchos años: mamá encargada de los obreros, de sus hijos, y papá de la finca.
De ahí nos fuimos para El Tamarindo; allá duramos largo tiempo. De ahí papá se fue para El Cucharo y a Miguel le dio una fiebre de varios días y una vez convulsionó. Papá desesperado le dio a oler creolina y al poco tiempo Miguel vomitó una enorme lombriz llena de sangre. Mi papá ofreció una promesa de volver a Libertad.
En El Picacho, ya cuando Teresa estaba más grande, se ponía un rollito de trapo en la cabeza con un haz de leña. Esto lo hacía todos los días para cargar agua en tapara y botellones. Le pesaban mucho pero nunca llegó a quebrar nada. Había un pescador llamado Olivo, él vivía en las enramadas de la orilla del río y sacaba unos enormes bagres que los vendía y botaba la manteca. Miguel y José le pedían la manteca para que mamá nos hiciera la comida. Cuando había ribazón de coporos mis hermanos dejaban la canoa en el río y por la mañana recogían los pescados, los arreglaban, les ponían sal y los ponían al sol. Cuando estaban secos mamá los preparaba. Un día en El Picacho estaba hirviendo agua para hacer café. Custudio se acercó y el agua hirviendo le cayó a Custodio en la barriga. Esta quemadura era tan grande que se asemejaba al mapa de Barinas; él lloraba mucho y mamá y papá le untaban la tripa de la tapara para aliviarlo.
Nos fuimos a El Roble. El día en que nos fuimos salimos a las 6 de de la mañana unos montados en una burra llamada “La Chepera”, otros en caballo y otros a pie. Carmen llevaba una hermanita que estaba enferma; Teresa iba a pie. Papá perdió el camino por lo oscuro que estaba y llegamos a una casa sola donde había muchos topochos maduros. Al terminar de comer los topochos retomamos el camino y llegamos a donde don Doroteo Brito a las 12 del día y nos pusieron a moler maíz para hacer cachapas. De ahí seguimos para El Roble, allí había una troja donde todos dormimos juntos.
Luego nos fuimos cerca de la finca de Eugenio Calles, hombre bondadoso pues cuando no teníamos aliños ni comida, doña Victoria, su esposa, nos regalaba para preparar guacharacas, venados y otras cacerías. Mamá ponía humo de bosta para que el ganado se acostumbrara a ir al sitio para “magiar” con su respectivo becerro. Un día Carmen invitó a obtener leche. Le echaba bosta verde al hocico del becerro y con un palo le tocaba las ubres de la vaca. Cuando veía que era mansa la ordeñaba dejando el becerro amarrado en un botalón. Un día llegó un hombre que venía del hato Villa Elba; en lo que vio al becerro le dijo que esa vaca la hacía perdida y que la podía tener hasta que Carmen quisiera y así Carmen tenía suficiente leche para el sustento de nosotros.
En esas inmensas llanuras vivíamos felices oyendo el trinar de toda clase de pájaros, esteros llenos de agua y salíamos a bañarnos corriendo por esos grandes pantanos. Al meternos al monte veíamos bejucos llenos de flores moradas y de varios colores, también había venados que nosotros comíamos, también cachicamos y guacharacas.
De ahí nos fuimos para Ciudad de Nutrias. Ahí teníamos una tía llamada Clara. Ella era maestra en Caño Seco, la escuelita era un solo cuarto con una salita y unos bancos donde se sentaban para la clase. Una noche estaba muy asustada porque se me olvido ponerle velas a las ánimas y de pronto me dijo: “hija, ay, este Simón Bolívar, los descendientes y muchos muertos más necesitan que los recuerden”. Un día tía Clara le dijo a Teresa: “Acompáñame al pueblo” y a Teresa en el trayecto se le quedó el pie enganchado en la cincha de una jamuga de la silla de la burra y quedó muy aporreada. Teresa era tan tremenda que le pidió a un guardalínea una locha y un cigarro y papá Rafael la vio y le dio un buen regaño.
Se me había olvidado contarles que un día, en El Roble, Pablo estaba cortando matas de maíz para darle al ganado; Teresa, como era muy inquieta, se acercó a él, se puso a conversar, de pronto metió la mano y Pablo sin querer le dio un machetazo en un dedo de la mano y le quedó guindando en un pellejito. Mamá Leonarda desesperada le agarró el dedo a Teresa y le echó polvo de café con hollín de cocina y le amarró el dedo con una tira de trapo.
En el año 45 estábamos en Palo Grande y llegó una gran creciente. Papá nos mandó a buscar para Ciudad de Nutrias. La casa era muy grande, con un buen corredor. Ahí nos guindaban las postreras que eran hechas con bejuco o cabuya de topocho. Como a las 10 de la mañana nos daban arepa de maíz rayado, también había una enorme troja y nos subíamos en una escalera hecha de palo. Cada uno dormía con su mosquitero.
Cuando nacieron Custodio y Ofelia lo supimos por el llanto. Mamá Leonarda hizo un hueco ovalado donde ponía un trapo y ahí descansaba Ofelia. También recuerdo que en la casa donde vivíamos, que era en la orilla de la carretera, en El Cucharo, había un árbol llamado merecure. En esa casa nació un hermanito que le pusieron por nombre Jesús María, pero a los 7 días murió y lo enterraron en la pata de un palo de limón. Un día sucedió que nos fuimos al río Malparo, Pablo, José, Miguel, Teresa y yo. En el río llenamos los taparos que los traíamos colgando de los dedos; veníamos en fila y de pronto yo, que venía de tercera, pegué un grito y todos volteamos y vimos a una enorme culebra que la llamaban mapanare. De pronto vimos que la culebra estaba enrollada para dar otra picada. Salimos corriendo y nos olvidamos de los taparos. Yo salí caminando y caí al suelo, quise caminar y no pude. De pronto venía un señor en un burro y me llevó hasta la casa, estuve muy grave y vomité dos vasos de sangre. Hasta por las encías me salía sangre. Sólo por un milagro de Dios, a las 5 de la mañana, llegó un curandero que era familia de mi papá y le pidió permiso para entrar en mi cuarto y ese señor me curó.
Para entonces Teresa conoció a un joven llamado Francisco Silva, de quien se enamoró perdidamente. Así duraron un tiempo con aquel gran amor hasta que resolvieron hacer los preparativos de la boda; pero por cosas del destino el día que Teresa se iba a casar mi hermano José se opuso, y teniendo miedo por lo que pudiera pasar se resignó a dejar todo en voluntad de Dios. Días después su hermano José la mandó acompañada de la Guardia Nacional para donde una tía que vivía en Barquisimeto. Allí nos encontrábamos Ofelia y yo, y Teresa pasó mucho trabajo hasta que un día la llevaron donde el doctor Dr. Raúl Ramos Calles. Tiempo después el doctor quería abusar de Teresa y ella dormía con pantalones y dormía con muchos para protegerse. Una noche decidió pasarse con una vecina que era esposa de un general que era muy buena. Raúl Ramos Calles le dijo al general que Teresa había quebrado un jarrón muy valioso y por eso huyó. Al enterarse José de lo sucedido la volvió a buscar con la Guardia Nacional.
Un día fue Teresa a donde doña Lázara y vio por primera vez a Julio. Julio, al ver a Teresa, quedó impactado por su belleza y juventud. Aprovechando que un muchacho llamado Infante estaba perdidamente enamorado de Carmen y la iba a visitar todas las noches, Julio se hizo amigo de Infante y lo acompañaba en esa tarea diaria del galanteo. Al llegar a la casa donde vivía Teresa, Julio dejaba a Infante en la sala y él seguía para el corredor a hablar con Teresa y siempre mamá Leonarda presente. Ahí comenzaron los amores, duraron 2 años de novios y se casaron. Ahí nacieron, de ese amor Julito, Rafael, Neccy; después se fueron para Acarigua y llegaron donde doña Gualdina de Panza porque Julio era diputado a la Asamblea por el estado Barinas y fue despedido. Ahí duraron varios meses mientras Julio conseguía trabajo y después se fueron para La Aparición, donde yo vivía. Vivieron mucho tiempo ahí y después se fueron para Ospino, donde vivía Pablo. Ahí le mortificaba mucho las tremenduras de los muchachos, pero Pablo era muy bueno y la ayudaba mucho con las enfermedades y las travesuras. Por cosas del destino surgieron dos ofertas de trabajo: una para Miguel y otra para Julio. A Julio lo mandaron para Coro y a Miguel para Tovar. En Coro nacieron los demás hijos de Teresa y ahí empezó su gran trabajo sola y lejos de su familia. Teresa pensaba mucho en mamá Leonarda porque se le hacía muy difícil verla. Mamá Leonarda y yo estábamos pendientes de Teresa y todos los diciembres le mandábamos los regalitos de navidad para todos los muchachos. Julio no se ocupaba ni en regañar a sus hijos, todo lo hacía Teresa sola. Se la pasaba todo el día haciendo comida, lavando, planchando y recibiendo a casi toda la familia de Julio. De tantos problemas que tenía Teresa tuvo que mandarme a Moraima; José Gregorio, “Chuque”, a Pablo. Afortunadamente regresaron con el mismo cariño de siempre a la casa de Teresa. Teresa se alegraba mucho al ver llegar a Pablo y a mí con sus hijos; a Ofelia llevándole mucha comida. Una vez le llevaron un pavo, cochino, plátanos y muchas cosas más.
Todos sus hijos crecieron y como Teresa creía mucho en Dios desde muy joven los guió por el buen camino. Esto le sirvió para tener unos hijos muy unidos que querían mucho a su papa y Teresa está muy orgullosa de ellos.
De ahí nos fuimos para El Tamarindo; allá duramos largo tiempo. De ahí papá se fue para El Cucharo y a Miguel le dio una fiebre de varios días y una vez convulsionó. Papá desesperado le dio a oler creolina y al poco tiempo Miguel vomitó una enorme lombriz llena de sangre. Mi papá ofreció una promesa de volver a Libertad.
En El Picacho, ya cuando Teresa estaba más grande, se ponía un rollito de trapo en la cabeza con un haz de leña. Esto lo hacía todos los días para cargar agua en tapara y botellones. Le pesaban mucho pero nunca llegó a quebrar nada. Había un pescador llamado Olivo, él vivía en las enramadas de la orilla del río y sacaba unos enormes bagres que los vendía y botaba la manteca. Miguel y José le pedían la manteca para que mamá nos hiciera la comida. Cuando había ribazón de coporos mis hermanos dejaban la canoa en el río y por la mañana recogían los pescados, los arreglaban, les ponían sal y los ponían al sol. Cuando estaban secos mamá los preparaba. Un día en El Picacho estaba hirviendo agua para hacer café. Custudio se acercó y el agua hirviendo le cayó a Custodio en la barriga. Esta quemadura era tan grande que se asemejaba al mapa de Barinas; él lloraba mucho y mamá y papá le untaban la tripa de la tapara para aliviarlo.
Nos fuimos a El Roble. El día en que nos fuimos salimos a las 6 de de la mañana unos montados en una burra llamada “La Chepera”, otros en caballo y otros a pie. Carmen llevaba una hermanita que estaba enferma; Teresa iba a pie. Papá perdió el camino por lo oscuro que estaba y llegamos a una casa sola donde había muchos topochos maduros. Al terminar de comer los topochos retomamos el camino y llegamos a donde don Doroteo Brito a las 12 del día y nos pusieron a moler maíz para hacer cachapas. De ahí seguimos para El Roble, allí había una troja donde todos dormimos juntos.
Luego nos fuimos cerca de la finca de Eugenio Calles, hombre bondadoso pues cuando no teníamos aliños ni comida, doña Victoria, su esposa, nos regalaba para preparar guacharacas, venados y otras cacerías. Mamá ponía humo de bosta para que el ganado se acostumbrara a ir al sitio para “magiar” con su respectivo becerro. Un día Carmen invitó a obtener leche. Le echaba bosta verde al hocico del becerro y con un palo le tocaba las ubres de la vaca. Cuando veía que era mansa la ordeñaba dejando el becerro amarrado en un botalón. Un día llegó un hombre que venía del hato Villa Elba; en lo que vio al becerro le dijo que esa vaca la hacía perdida y que la podía tener hasta que Carmen quisiera y así Carmen tenía suficiente leche para el sustento de nosotros.
En esas inmensas llanuras vivíamos felices oyendo el trinar de toda clase de pájaros, esteros llenos de agua y salíamos a bañarnos corriendo por esos grandes pantanos. Al meternos al monte veíamos bejucos llenos de flores moradas y de varios colores, también había venados que nosotros comíamos, también cachicamos y guacharacas.
De ahí nos fuimos para Ciudad de Nutrias. Ahí teníamos una tía llamada Clara. Ella era maestra en Caño Seco, la escuelita era un solo cuarto con una salita y unos bancos donde se sentaban para la clase. Una noche estaba muy asustada porque se me olvido ponerle velas a las ánimas y de pronto me dijo: “hija, ay, este Simón Bolívar, los descendientes y muchos muertos más necesitan que los recuerden”. Un día tía Clara le dijo a Teresa: “Acompáñame al pueblo” y a Teresa en el trayecto se le quedó el pie enganchado en la cincha de una jamuga de la silla de la burra y quedó muy aporreada. Teresa era tan tremenda que le pidió a un guardalínea una locha y un cigarro y papá Rafael la vio y le dio un buen regaño.
Se me había olvidado contarles que un día, en El Roble, Pablo estaba cortando matas de maíz para darle al ganado; Teresa, como era muy inquieta, se acercó a él, se puso a conversar, de pronto metió la mano y Pablo sin querer le dio un machetazo en un dedo de la mano y le quedó guindando en un pellejito. Mamá Leonarda desesperada le agarró el dedo a Teresa y le echó polvo de café con hollín de cocina y le amarró el dedo con una tira de trapo.
En el año 45 estábamos en Palo Grande y llegó una gran creciente. Papá nos mandó a buscar para Ciudad de Nutrias. La casa era muy grande, con un buen corredor. Ahí nos guindaban las postreras que eran hechas con bejuco o cabuya de topocho. Como a las 10 de la mañana nos daban arepa de maíz rayado, también había una enorme troja y nos subíamos en una escalera hecha de palo. Cada uno dormía con su mosquitero.
Cuando nacieron Custodio y Ofelia lo supimos por el llanto. Mamá Leonarda hizo un hueco ovalado donde ponía un trapo y ahí descansaba Ofelia. También recuerdo que en la casa donde vivíamos, que era en la orilla de la carretera, en El Cucharo, había un árbol llamado merecure. En esa casa nació un hermanito que le pusieron por nombre Jesús María, pero a los 7 días murió y lo enterraron en la pata de un palo de limón. Un día sucedió que nos fuimos al río Malparo, Pablo, José, Miguel, Teresa y yo. En el río llenamos los taparos que los traíamos colgando de los dedos; veníamos en fila y de pronto yo, que venía de tercera, pegué un grito y todos volteamos y vimos a una enorme culebra que la llamaban mapanare. De pronto vimos que la culebra estaba enrollada para dar otra picada. Salimos corriendo y nos olvidamos de los taparos. Yo salí caminando y caí al suelo, quise caminar y no pude. De pronto venía un señor en un burro y me llevó hasta la casa, estuve muy grave y vomité dos vasos de sangre. Hasta por las encías me salía sangre. Sólo por un milagro de Dios, a las 5 de la mañana, llegó un curandero que era familia de mi papá y le pidió permiso para entrar en mi cuarto y ese señor me curó.
Para entonces Teresa conoció a un joven llamado Francisco Silva, de quien se enamoró perdidamente. Así duraron un tiempo con aquel gran amor hasta que resolvieron hacer los preparativos de la boda; pero por cosas del destino el día que Teresa se iba a casar mi hermano José se opuso, y teniendo miedo por lo que pudiera pasar se resignó a dejar todo en voluntad de Dios. Días después su hermano José la mandó acompañada de la Guardia Nacional para donde una tía que vivía en Barquisimeto. Allí nos encontrábamos Ofelia y yo, y Teresa pasó mucho trabajo hasta que un día la llevaron donde el doctor Dr. Raúl Ramos Calles. Tiempo después el doctor quería abusar de Teresa y ella dormía con pantalones y dormía con muchos para protegerse. Una noche decidió pasarse con una vecina que era esposa de un general que era muy buena. Raúl Ramos Calles le dijo al general que Teresa había quebrado un jarrón muy valioso y por eso huyó. Al enterarse José de lo sucedido la volvió a buscar con la Guardia Nacional.
Un día fue Teresa a donde doña Lázara y vio por primera vez a Julio. Julio, al ver a Teresa, quedó impactado por su belleza y juventud. Aprovechando que un muchacho llamado Infante estaba perdidamente enamorado de Carmen y la iba a visitar todas las noches, Julio se hizo amigo de Infante y lo acompañaba en esa tarea diaria del galanteo. Al llegar a la casa donde vivía Teresa, Julio dejaba a Infante en la sala y él seguía para el corredor a hablar con Teresa y siempre mamá Leonarda presente. Ahí comenzaron los amores, duraron 2 años de novios y se casaron. Ahí nacieron, de ese amor Julito, Rafael, Neccy; después se fueron para Acarigua y llegaron donde doña Gualdina de Panza porque Julio era diputado a la Asamblea por el estado Barinas y fue despedido. Ahí duraron varios meses mientras Julio conseguía trabajo y después se fueron para La Aparición, donde yo vivía. Vivieron mucho tiempo ahí y después se fueron para Ospino, donde vivía Pablo. Ahí le mortificaba mucho las tremenduras de los muchachos, pero Pablo era muy bueno y la ayudaba mucho con las enfermedades y las travesuras. Por cosas del destino surgieron dos ofertas de trabajo: una para Miguel y otra para Julio. A Julio lo mandaron para Coro y a Miguel para Tovar. En Coro nacieron los demás hijos de Teresa y ahí empezó su gran trabajo sola y lejos de su familia. Teresa pensaba mucho en mamá Leonarda porque se le hacía muy difícil verla. Mamá Leonarda y yo estábamos pendientes de Teresa y todos los diciembres le mandábamos los regalitos de navidad para todos los muchachos. Julio no se ocupaba ni en regañar a sus hijos, todo lo hacía Teresa sola. Se la pasaba todo el día haciendo comida, lavando, planchando y recibiendo a casi toda la familia de Julio. De tantos problemas que tenía Teresa tuvo que mandarme a Moraima; José Gregorio, “Chuque”, a Pablo. Afortunadamente regresaron con el mismo cariño de siempre a la casa de Teresa. Teresa se alegraba mucho al ver llegar a Pablo y a mí con sus hijos; a Ofelia llevándole mucha comida. Una vez le llevaron un pavo, cochino, plátanos y muchas cosas más.
Todos sus hijos crecieron y como Teresa creía mucho en Dios desde muy joven los guió por el buen camino. Esto le sirvió para tener unos hijos muy unidos que querían mucho a su papa y Teresa está muy orgullosa de ellos.
Barinas, 15 de octubre de 2010.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario