Dos golpes mortales recibió la educación en el transcurso del siglo XX. El primero, vislumbrado por Teodoro Adorno, fue la vergüenza de Auschwitz: el tristemente célebre campo de concentración alemán de
El segundo golpe fue dado por
La educación entonces ni forma ni informa.
Pensemos por un instante, para el caso venezolano, el ejemplo de un bachiller y las posibilidades de su condición. Luego de catorce años de escolarización, que incluyen tres de preescolar, seis de primaria y cinco de secundaria, ¿qué logra saber y hacer el bachiller? Si naufragara en una isla desierta (sí, el lugar común de la isla), ¿qué de lo aprendido en esos catorce años logrará usar el bachiller para mantenerse con vida? ¿Fue formado al menos para ejercer una ciudadanía ética y estar en paz consigo mismo?
El bachiller sólo tiene por recompensa un papel que le servirá de boleto de entrada a una universidad.
Vista así las cosas, la inutilidad de la educación nos obliga a repensar la función de las escuelas. Un ser que piense, haga y conviva es una urgencia para estos tiempos y la escuela no ayuda a conseguirlo.
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