29 septiembre, 2007

El indeciso

Cuando terminé yo el bachillerato, el bueno de mi padre me miró muy serio y me dijo:
-Has estudiado una porción de cosas que no te servirán para nada. Piensa en lo que te puede gustar, explora tus inclinaciones. Vas a venir conmigo durante unos días, y ya me dirás lo que te agrada más de lo que vayas viendo.
El primer día fuimos a una fundición, vimos una máquina de vapor con unas bolas que giraban rápidamente, unos hornos, una correa sin fin que se deslizaba cerca del techo silbando...
-¿Te gustaría estar aquí? –me preguntó mi padre.
-No, papá, no me gustaría nada –le contesté yo.
A los dos o tres días, mi padre me llevó a San Carlos, vi la sala de disección con sus mesas blancas de mármol, sobre las cuales había piernas y brazos de persona. Aquello me dio frío. Luego fuimos a un laboratorio en donde había un señor muy delgado, muy negro, de muy mal humor, revolviendo con una varilla de cristal en una especie de cacerola, que Dios me perdone si no creo que estaba llena de gargajos.
-Esto me gusta menos –dije, medio mareado.
Los días posteriores vimos una serrería, varios almacenes, y toda clase de fábricas y de establecimientos.
Viendo que no me gustaba lo que veía, mi padre dijo con tono fúnebre:
-Mira, ya que no sirves para nada, estudia para abogado.
Lo hice así y, gracias a las recomendaciones de mi tío el ex ministro, pude ir saliendo adelante en los exámenes. Tomé el título y en la primera defensa que hice comprendí que no servía para el Foro; se me secaba la garganta y no podía vociferar lo necesario para que los señores de las sayas y del birrete se interesasen en lo que les decía.
Pensando y pensando entonces en lo triste que es no tener dinero y no servir, además, para nada, se me figuró que sirviera para literato.
-¿Qué te parece, papá?
-Bien -contestó mi padre, encogiéndose de hombros-. Es, indudablemente, la profesión donde hay más idiotas. Por poco listo que seas, yo creo que algo harás. Siempre es más fácil hacer una mala novela o un mal drama que una mala cerradura.

(Pío Baroja. La busca, 1904)


28 septiembre, 2007

La escuela es un arma de destrucción masiva

¿Qué secreto mecanismo permite a la Escuela disolver la curiosidad y creatividad innatas del ser humano? ¿Cómo hace la escuela para convertirse en un arma de destrucción masiva? Cuando apenas aprendemos a leer, no dejamos pasar ninguna valla ni aviso que permitan demostrar nuestra recién adquirida destreza. Al poco tiempo, cuando la inercia nos lanza hasta el tercer o cuarto año de bachillerato, ya las ganas de leer han desaparecido y la lista de obras que tenemos que revisar "obligatoriamente" terminan de enterrar esa pequeña pasión que consumía nuestras fuerzas y ganas en el tercer grado.
"Doña Bárbara", "El Mio Cid", "Cien años de soledad", "Popol Vuh", María", "Las Lanzas Coloradas", "Don Quijote", son sólo algunas de las obras con las cuales se cree que nacerá inmediatamente en el estudiante el "amor por la lectura". Para ser sinceros, la mayoría de nosotros nunca leyó en el bachillerato esas obras. Al maestro lo único que le interesaba era que respondieramos las preguntas que aparecían en el libro de texto. Por eso recuerdo las angustias que pasamos por conseguir "la película" de las obras y así ahorrarnos las lecturas.
Ese recuerdo motivó la encuesta que por varias semanas ofreció Saparapanda. La pregunta era tajante: "¿Cuál de las siguientes obras eliminarias como lectura obligatoria del bachillerato?". El resultado de la encuesta no me sorprendió: La edulcorada novela "María", del romanticismo hispanoamericano, ganó con un 28%. Le siguió "El Túnel" (22%), "El Popol Vuh" (21%) y "Cien años de soledad (20%). Pudiera argumentarse que la decisión se basa en la diferencia de valores que muestra el texto y los valores en los cuales se desenvuelve el pequeño lector.
El maestro debería obviar ese libro de texto que ahoga la creatividad y pensar más en los intereses y contextos de sus estudiantes. La literatura, que no es más que la actividad lúdica de la palabra, no sólo se halla en el libro, sino que corre desbocada también por las calles, por la cotidianeidad, por el reguetón, por el piropo, por el chiste...

06 septiembre, 2007

UNEG galardonada en el IV Premio Nacional del Libro





El jurado calificador del IV Premio Nacional del Libro, integrado por Laura Antillano, Alberto Rodríguez Carucci, Alejandro Calzadilla, Rosa Fernández, Gonzalo Ramírez, Beatriz Aiffil y Gabriel Saldivia, falló a favor de tres ejemplares bolivarenses, elaborados por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Experimental de Guayana, en las categorías de Libro Sobre Religiones y Cultos, Libro Sobre Tema Indígena y Mejor Revista Académica en Ciencias Sociales y Humanas.
Los premios fueron otorgados tomando en cuenta la calidad de la escritura, contenido, calidad editorial, pertinencia, significación e impacto sociocultural. En el certamen concursaron unos 900 títulos, de todos los estados del país, postulados para este importante galardón promocionado por el Centro Nacional del Libro, cuyo fin es el de consolidar el sistema del libro venezolano.
Warime: La fiesta. Trompas, flautas y poder en el noroeste amazónico”, de Alexander Mansutti, obtuvo una mención en la categoría “Libro Sobre Religiones y Cultos”; “Introducción a la etnografía de los pueblos indígenas de la Guayana venezolana”, de Nalúa Silva Monterrey, fue galardonado con una mención en la categoría “Libro Sobre Tema Indígena”; y “Kaleidoscopio”, del Departamento de Educación, Humanidades y Artes de la UNEG, fue premiada con mención en el renglón “Mejor Revista Académica en Ciencias Sociales y Humanas”. Es oportuno destacar que estas tres publicaciones fueron las únicas galardonadas en todo el estado Bolívar.
Por segundo año consecutivo, el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Experimental de Guayana ha obtenido para el estado Bolívar el galardón del Premio Nacional del Libro. El libro “Desarrollo Sustentable del Bosque Húmedo Tropical”, de Lionel Hernández y Nay Valero, obtuvo en el 2006 el galardón en la mención “Libro Sobre Desarrollo Sustentable”.