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La fama de Ender se ha desperdigado por el barrio y,
además de la política, la inseguridad y las hazañas que hay que emprender para
hacerse de algún alimento o producto de aseo personal, es de quien hablan en
todas las casas y veredas de la zona. ¿El motivo?: es el único que antes de
graduarse de bachiller ya sabe cuál carrera universitaria elegir.
A diferencia de sus compañeros de liceo, Ender no ha
torturado a sus padres con las persistentes preguntas sobre cuál profesión
sería la más adecuada y rentable (y el cariño de lo padres siempre entiende lo
más adecuado como lo más rentable). Por ello en la casa de Ender jamás se ha
oído conversación alguna acerca de la conveniencia de no estudiar Medicina por
el miedo a la sangre y el poco espíritu de servicio. Nunca alguien frunció el
entrecejo cuando mencionaban las dificultades de la Matemática y la
consecuente ineptitud para la
Ingeniería o la Administración. De ningún modo se atisbaba una
pizca de preocupación por la sobreabundancia de abogados. En absoluto el temor
del desempleo por Letras o Arte, o el optimismo por Cocina o Idiomas como
posibilidad para asegurar un boleto que facilitara el azaroso exilio. Jamás de
los jamases estas frases animaron alguna charla durante el almuerzo. Ninguna de
ellas, comunes en cualquier familia con hijos que rondan los quince años, se
han oído en la casa de Ender.
En el resto de los hogares venezolanos ocurre lo
contrario. Recurrentemente la incertidumbre invade la tranquilidad de las
familias cuando el muchacho, acongojado, levanta la mirada de su teléfono y
pregunta: “¿qué voy a estudiar?”. Esa frase es el “¿de dónde vienen los niños”
de la adolescencia pues la angustia y el titubeo de los padres no hacen
esfuerzo alguno por aparecer: “No sé..., lo que quieras...”. “Pero ni se te
ocurra agarrar una carrera de esas que te convertirá en un muerto de hambre”.
“La próxima semana vamos al psicólogo”. Los números, aunque difamados de fríos
e insuficientes, podrían mostrarnos esta cotidiana confusión familiar en el
aumento de las consultas que se realizan a los orientadores vocacionales o en
los índices de deserción o cambio de carreras.
Mucha de la culpa la tiene el bachillerato
("martirierato", le llamó Freud en una carta de 1873) y su terca desvinculación con la vida.
El bachillerato no propicia la exploración por las inclinaciones profesionales.
No fomenta ni consolida la ciudadanía (empeñada en una obligatoria formación
premilitar, basada en el orden y el acato sin cuestionamiento). No enseña a
domeñar los conflictos emocionales. No forma en el trabajo práctico y es por
ello, cuando rara vez ocurre, que la felicidad invade el rostro por el trabajo
hecho con las propias manos. Biología, Química, Física, Historia, Matemática,
Lengua, Educación Física, Dibujo, Inglés, Filosofía, Arte e Instrucción
Premilitar, entre otras del mismo pelaje, parecieran empeñarse en formar "googles
andantes", concursantes de "Quién quiere ser millonario" prestos
a soltar un dato de la jaula de la memoria, pero inútiles tanto en lo
productivo como en lo social y lo emocional. ¿Qué sabe hacer un bachiller
recién graduado? ¿Qué de lo aprendido en el liceo le servirá para vivir?
Ender ya sabe qué estudiar y, para tranquilidad de su
familia y envidia de las familias del barrio, seleccionó sin vacilación sus
opciones en la oferta del Sistema Nacional de Ingreso Universitario de la OPSU. Dentro de algunas
semanas comenzarán sus clases y tal vez no tenga dinero para el pasaje, para
las fotocopias o para el almuerzo, pero estará feliz. Ya esa es otra
historia...
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