08 agosto, 2013

Sin poesía no hay ciudad


Estamos acostumbrados a ver en las paredes de la ciudad mensajes políticos, de desengaño amoroso, denuncias y hasta ofertas de empleo; ahora parece que la poesía también busca acomodo entre esos ladrillos manchados de aerosol. En algunos puntos de la ciudad han comenzado a aparecer grafitis inusuales, de frases literarias que exaltan el amor y el optimismo, hechos con letra negra sobre fondo blanco, y que nos convierten inesperadamente en lectores de poesía mientras aguardamos a que el semáforo ofrezca su cambio de luz. Descubro que esta iniciativa llamada “Movimiento de Acción Poética”, surgida en México en 1996 y que se ha extendido por toda Latinoamérica con su lema “sin poesía no hay ciudad”, busca hacer del arte un bien público, adornando las paredes de la ciudad con grafitis de contenido literario.
Mucho se ha dicho que en Guayana no es posible que prenda la poesía por ser este un territorio de empresas, comercio y hormigón, pero ello no es excusa pues en la literatura universal existen variados ejemplos de una poesía de la fábrica, de la máquina, del obrero. Bastaría mencionar a Bertolt Brecht, a los futuristas, a Víctor Jara cantándole a Manuel mientras salía para siempre de la fábrica... El auge industrial no es motivo para limitar la actividad poética, sofocada en realidad por otras causas como la escasa educación, la baja oferta cultural y el uso inadecuado del ocio. Por ello, no hay ciudades ideales para el poeta. Indistintamente, cualquier urbe sirve para buscar la belleza escondida entre sus pliegues de asfalto. Hasta en el mismo Infierno pueden existir poetas, y Dante lo sabía pues bajó guiado por uno, el laureado Virgilio. Guayana, Cielo para unos, Infierno para otros, puede albergar poetas, y lo hace. Donde exista un grupo de seres humanos, ahí nunca faltará la poesía.


En nuestra ciudad se han hecho continuas actividades en procura del incentivo por la lectura y la escritura de la poesía. Se han organizado recitales, concursos, pero la idea que siempre queda en el ambiente es que es una actividad de pocos. Para “masificar” la participación quizás deba pensarse en llevar la poesía a nuevos contextos, como los centros comerciales, el mercado, las paradas de autobuses, las perreras, los ambulatorios, las colas para adquirir algún producto, los hospitales, las vallas. Despojar a la poesía de su solemnidad de “salas de arte” y hacerla más cotidiana, más parte de la vida. Convertirla en grafiti, de ser posible. Sí, en grafiti, pues la poesía, desde que nació frente a la fogata del recién formado Homo sapiens, ha recurrido a variados formatos como el chasquido, el trabalenguas, el canto, la danza, la música, el video y las redes sociales para poder transmitir sus sonidos e ideas.
El grafiti, cuyas manifestaciones más longevas proceden de la antigua Grecia y Roma, es hoy instrumento de contracultura que logra satisfacer la necesidad de decir algo a alguien. Quizás lo que nos causa desajustes al ver un “grafiti poema” es el darnos cuenta de que la literatura no es solo práctica de papel y tinta, reservada para pocos, y que en cambio puede aparecer en cualquier vuelta de esquina; o para decirlo en palabras de Jesús Martín-Barbero, tomadas de su libro “La educación desde la comunicación”, la literatura y el saber en general han sufrido descentramientos y deslocalizaciones que han hecho del mundo un lugar de aprendizajes y encuentros, ya no reservado a la escuela, al museo o a la biblioteca.
La poética de una posible “literatura grafiti” tendría que señalar las características de la brevedad y la mordacidad, propios de la práctica escrituraria del grafiti, y además registrar la sorpresa y el asombro con la relación de temas u objetos contrarios, como querían los simbolistas y surrealistas. La “literatura grafiti” es una práctica literaria influenciada además por la brevedad de las redes sociales, del mensaje de texto, y de la velocidad de consumo a la que está situado el lector contemporáneo.
Sí, en mi opinión estos grafitis pueden ser considerados como literatura y quizás pronto veamos algunas antologías de sus manifestaciones.

05 agosto, 2013

Mirla Alcibíades o la pasión por el archivo

La primera vez que oí acerca de Mirla Alcibíades fue durante mis años de estudiante de Letras, a mediados de la década de los noventa, mientras hojeaba una vieja revista cultural. En las páginas de aquella publicación me topé con un artículo de su autoría que me cautivó inmediatamente por la sencillez con la cual estaba escrito y a la vez por la profundidad de sus ideas, por la profusión de datos y por los novedosos argumentos que ofrecía para entender nuestro pasado. Desde ese instante, y hasta el día de hoy, el nombre de Mirla Alcibíades me acompaña como una de las figuras imprescindibles en las tareas de investigación literaria.
La bibliografía de Mirla Alcibíades, amplia en su temática y enmarcada cronológicamente en el estudio del ochocientos venezolano, poco a poco iba llegando a mis manos y con cada uno de sus libros se afianzaba la idea que tenía de ella como una investigadora sobrenatural, con una capacidad prodigiosa, conocedora de cada uno de los periódicos, revistas y libros editados en la Venezuela decimonónica, como si fuera la depositaria de algún secreto que le permitiera pasar mañana, tarde y noche en los archivos del país sin cansancio alguno. Libros como “Publicidad, comercialización y proyecto editorial de la empresa de cigarrillos El Cojo” (1997), “La heroica aventura de construir una república” (2004), “Manuel Antonio Carreño” (2005), Periodismo y literatura en Concepción Acevedo de Tailhardat” (2006), “Ensayos y polémicas literarias venezolanas” (2007), “Carlos Brandt” (2010), “Andrés Bello en Caracas” (2013), entre otros, son una esplendorosa muestra, sin contar los variados artículos y ponencias, que evidencia el infatigable quehacer intelectual de Mirla Alcibíades.
En cualquiera de sus libros podemos desentrañar la práctica investigativa de Mirla Alcibíades, caracterizada por el uso preciso de citas, el no afirmar nada, ni fecha, lugar de edición o autoría que no haya sido antes verificada y además señalar temas y problemas de los estudios literarios que no han sido abordados en nuestro país. ¿Ejemplos?: algunos investigadores afirman que la literatura infantil no tuvo aparición y desarrollo en Venezuela sino a finales del siglo XIX y Mirla Alcibíades, con evidencias en mano, lo desmiente y dice que ya a mediados del siglo XIX existía la preocupación por el niño en la literatura, con Amenodoro Urdaneta. Otros afirman que la revista “La Guirnalda”, de 1839, tuvo por director a José Luis Ramos, información que se repite sin la constatación física, y resulta que en realidad su director fue el cubano José Quintín Suzarte, dato hallado con solo echar un vistazo a la revista. Aunque parezca sentido común, Mirla Alcibíades nos recuerda que la investigación debe sustentarse en argumentos corroborables y no caer nunca en la repetición acrítica.
En cada uno de sus libros propone un conjunto de posibles temas de investigación que aún esperan por su realización en las Escuelas de Letras o centros de investigación del país: señala territorios vírgenes de nuestros estudios literarios, corrige fronteras, reubica hitos; por ello, gusto de imaginar a Mirla Alcibíades como nuestra cartógrafa de la literatura venezolana.
Mirla Alcibíades ha seguido la tradición de Agustín Millares Carlo, Pedro Grases, Ildefonso Leal, Blas Bruni Celli, entre otros, para quienes el archivo no es letra muerta ni depósito de desperdicios inútiles sino lugar de la memoria, fecunda cantera que resguarda lo que fuimos, somos y seremos.
Mirla Alcibíades, ejemplo de la pasión por el archivo, debe ser lectura habitual en las escuelas de Letras del país y en las universidades en general, para que sirva de guía en el largo trabajo por formar investigadores de nuestra cultura.