La primera vez
que oí acerca de Mirla Alcibíades fue durante mis años de estudiante de Letras,
a mediados de la década de los noventa, mientras hojeaba una vieja revista
cultural. En las páginas de aquella publicación me topé con un artículo de su
autoría que me cautivó inmediatamente por la sencillez con la cual estaba
escrito y a la vez por la profundidad de sus ideas, por la profusión de datos y
por los novedosos argumentos que ofrecía para entender nuestro pasado. Desde
ese instante, y hasta el día de hoy, el nombre de Mirla Alcibíades me acompaña
como una de las figuras imprescindibles en las tareas de investigación
literaria.
La bibliografía
de Mirla Alcibíades, amplia en su temática y enmarcada cronológicamente en el
estudio del ochocientos venezolano, poco a poco iba llegando a mis manos y con
cada uno de sus libros se afianzaba la idea que tenía de ella como una
investigadora sobrenatural, con una capacidad prodigiosa, conocedora de cada uno
de los periódicos, revistas y libros editados en la Venezuela decimonónica,
como si fuera la depositaria de algún secreto que le permitiera pasar mañana,
tarde y noche en los archivos del país sin cansancio alguno. Libros como “Publicidad, comercialización y proyecto
editorial de la empresa de cigarrillos El
Cojo” (1997), “La heroica aventura de construir una república”
(2004), “Manuel Antonio Carreño” (2005), “Periodismo
y literatura en Concepción Acevedo de Tailhardat” (2006), “Ensayos
y polémicas literarias venezolanas” (2007), “Carlos Brandt” (2010), “Andrés
Bello en Caracas” (2013), entre otros, son una esplendorosa muestra, sin contar
los variados artículos y ponencias, que evidencia el infatigable quehacer
intelectual de Mirla Alcibíades.
En cualquiera de
sus libros podemos desentrañar la práctica investigativa de Mirla Alcibíades,
caracterizada por el uso preciso de citas, el no afirmar nada, ni fecha, lugar
de edición o autoría que no haya sido antes verificada y además señalar temas y
problemas de los estudios literarios que no han sido abordados en nuestro país.
¿Ejemplos?: algunos investigadores afirman que la literatura infantil no tuvo
aparición y desarrollo en Venezuela sino a finales del siglo XIX y Mirla Alcibíades,
con evidencias en mano, lo desmiente y dice que ya a mediados del siglo XIX
existía la preocupación por el niño en la literatura, con Amenodoro Urdaneta.
Otros afirman que la revista “La
Guirnalda ”, de 1839, tuvo por director a José Luis Ramos,
información que se repite sin la constatación física, y resulta que en realidad
su director fue el cubano José Quintín Suzarte, dato hallado con solo echar un
vistazo a la revista. Aunque parezca sentido común, Mirla Alcibíades nos
recuerda que la investigación debe sustentarse en argumentos corroborables y no
caer nunca en la repetición acrítica.
En cada uno de
sus libros propone un conjunto de posibles temas de investigación que aún
esperan por su realización en las Escuelas de Letras o centros de investigación
del país: señala territorios vírgenes de nuestros estudios literarios, corrige
fronteras, reubica hitos; por ello, gusto de imaginar a Mirla Alcibíades como
nuestra cartógrafa de la literatura venezolana.
Mirla Alcibíades
ha seguido la tradición de Agustín Millares Carlo, Pedro Grases, Ildefonso
Leal, Blas Bruni Celli, entre otros, para quienes el archivo no es letra muerta
ni depósito de desperdicios inútiles sino lugar de la memoria, fecunda cantera
que resguarda lo que fuimos, somos y seremos.
Mirla Alcibíades,
ejemplo de la pasión por el archivo, debe ser lectura habitual en las escuelas
de Letras del país y en las universidades en general, para que sirva de guía en
el largo trabajo por formar investigadores de nuestra cultura.
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