Pudiera entenderse el relato
policial, con Auguste Dupin y Sherlock Holmes a modo de sus personajes
representativos, como uno de los signos de la exaltación de la razón y el
método científico que caracterizó el pensamiento de la segunda mitad del siglo
XIX. Época del Positivismo como corriente filosófica dominante, en la cual la
lógica, el método y la razón debían certificar todo enunciado que quería
asumirse como verdadero, el detective de los relatos policiales fungía como
representante de esta nueva era racional. Sin embargo, este fervor y optimismo
por la ciencia comenzó a resquebrajarse a principios del siglo XX debido, entre
muchas otras causas, a la influencia ejercida por las corrientes
irracionalistas y el desdén y pesadumbre causados por las guerras mundiales.
Así, comienzan a aparecer en la literatura parodias del detective, en la cual
la sinrazón, la locura y el anticientificismo son predominantes. Una de esas
parodias del detective es la realizada por el español Enrique Jardiel Poncela
en Novísimas aventuras de Sherlock Holmes,
de 1930, en la cual se centra la parodia en la patologización del detective, en
la destrucción del paradigma indicial y en la deconstrucción del enigma. Esta
propuesta de Jardiel Poncela se enmarca en una crítica al saber científico y a
sus promesas de bienestar y desarrollo. El loco y delirante Sherlock Holmes de
Jardiel Poncela es una manifestación del descrédito de la razón que años antes
avizoraba Nietzsche.
Ya nada es elemental, mi querido
Watson.