08 noviembre, 2009

Sancocho caníbal

La niña de las trenzas de melcocha


Pancho Centeno tomó la decisión de no toparse más por los pasillos de la escuela con la niña de las trenzas de melcocha. No quería sentir más esa extraña sensación que lo hacía sudar más de la cuenta –como si hubiera jugado tres partidos de fútbol seguidos– y que además lo hacía tartamudear hasta hacerle imposible pronunciar su propio nombre. Ya estaba cansado, cada vez que la veía, de andar como si tuviera en la barriga un hormiguero de bachaco. De ahora en adelante tendría más cuidado al momento de salir al recreo y juró no usar más la treta de disfrazarse de diablo de comparsa para poder pasar inadvertido a su lado y observar de cerca sus colitas trenzadas que parecían –según oyó decir a sus amigas– un dulce de melcocha. La última vez que usó el disfraz fue hace tres meses después del carnaval; lo metió en su morral y a la hora del recreo se lo puso para ser durante toda la tarde el hazmerreír de la escuela. Pancho recuerda las carcajadas de la niña del tercer grado, quien con sus amigas señalaba al apenado diablo.

La verdad era que esa situación lo estaba enfermando. Tener que ver a la niña de las trenzas de melcocha todas las mañanas en la escuela de El Pao y que de paso cada vez que la veía volvía el mismo sudor, el mismo tartamudeo, el mismo hormiguero en la barriga. Ya Pancho Centeno no podía prestar atención a nada y siempre que la maestra le hacía una pregunta lo pillaban con las manos en la barbilla, y los ojos en dirección a las trenzas de la niña.

-A ver Pancho, explícanos el proceso de producción del hierro. Seguro lo sabes porque tu papá trabaja en la mina.

Y Pancho siempre contestaba con un balbuceo y un “¿qué, ah?”, que le ameritaba un castigo.

Cierta vez, el pupitre de la niña de las trenzas de melcocha estuvo desocupado toda la clase. Al comienzo Pancho sonrió porque dejaría de sentir los males que le provocaba el ver a la niña; pero a los pocos minutos lo invadió una sensación de vacío, de tristeza infinita que lo hacía ahora ver constantemente hacia el suelo. En el recreo se enteró de lo que le ocurría a la niña: “no vino porque tiene anemia”.

Pancho corrió hacia la biblioteca para investigar qué era eso que impedía a la niña de las trenzas de melcocha ir a la escuela. El enorme diccionario asustaba a Pancho cada vez que éste pasaba el dedo por sus páginas y conseguía palabras como “anémona”, “anegar”, “anélido”. Cada palabra hacía arrugar la frente de Pancho, pues lo complicado y difícil de esas palabras presagiaba la proporción de maleficio de la “anemia”. “Enfermedad causada por deficiencia de hierro”, encontró Pancho como definición de la palabra buscada.

-Si lo que le falta es hierro, pues hiero le buscaré, dijo Pancho con la firme decisión de volver a ver a la niña.

El plan era sencillo. Después de la clase, luego de la explosión de las tres de la tarde que anunciaba que la dinamita fue usada para extraer el hierro, Pancho Centeno se escabulliría en el tren para llegar a la mina y llenar así su morral, para llevarlo luego a la casa de la niña de las trenzas de melcocha. Fue fácil cumplir el plan trazado, pues los relatos que el padre de Pancho hacía a la hora de la cena le habían hecho conocer los más pequeños detalles de la mina. Con su abultado y pesado morral, Pancho se dirigió a la casa de la niña. Fue tanta la obsesión de Pancho Centeno por ver nuevamente a la niña de las trenzas que estuvo mojándose por la lluvia esperando a que saliera de su casa. Pancho esperó toda la tarde y parte de la noche con el pesado morral sobre sus espaldas, pero lo único que consiguió fue enfermarse...

Y ya en su casa, empapado, vinieron los consabidos regaños, los “por qué no tienes más cuidado”, los “nunca más saldrás a jugar con tus amigos”, los “seguro estabas jugando fútbol en la lluvia”. Pero Pancho Centeno estaba absorto pensando en las trenzas de melcocha. Y ya de noche, Pancho comenzó a sentir fiebre. Y en su delirio, hablaba de cosas extrañas, de una historia que más o menos fue relatada por él mismo, ante toda la clase, de la siguiente manera:

***

Como sucede muchas veces, a uno le da por conocer el mundo: busco en los mapas y me convierto en viajero, busco en los sueños que me produce la fiebre cuando me mojo por la lluvia y viajo.
Mucho me han hablado de países lejanos, de montes salvajes con hombres come-hombres y tigres vegetarianos, de ríos que se tragan embarcaciones enteras para luego eructar burbujas, de hielos tan fríos que resfriarían al mismo sol si se les pusiera a su alcance Y también de hechizos de hombres buenos y de otros que no lo son tanto. Pero, dentro de esos países, que son muchos, hay uno llamado El Pao, antiguamente San José Obrero, que nunca ha aparecido en los mapas y aunque ha sido visitado muchas veces por montones de científicos y otra inmensa cantidad de hombres de letras, hasta ahora no he podido saber si se encuentra más cerca del polo norte o pisando la raya del Ecuador, si lo atraviesan varios mares o si acaso un río le refresca la barriga; tampoco sé si es pesado por el cemento y el asfalto con los cuales se arropa para protegerse del frío –como yo lo hago ahora con las sábanas– o liviano, muy liviano, por sus grandes cosechas de algodón que cada año recogen y mandan a otros lados para que las fábricas hagan palitos para limpiarse los oídos y del otro que no debieran hacer, ese suavecito que empapan en alcohol y nos lo pasan por el brazo para que venga la enfermera y ¡pum!, como una avispa clave ese puyonazo diciéndonos que no deberíamos andar por ahí mojándonos porque nos enfermamos y no podemos ir a la escuela a seguir haciendo dibujos. Pero la enfermera no conoce bien ese sitio. Cuando la maestra manda el papel de fin de lapso con las notas que uno ha sacado, mamá lo que dice es “otra vez te pusieron Muy Distraído, se distrae con sus compañeros”, y otra vez me obligan a tomar el libro aburrido con el ridículo tren que arrastra las vocales. Y no es que sea un distraído, sino que estoy preparando un viaje a ver si algún día puedo visitar ese país que llaman San José Obrero y acabar con el algodón de las inyecciones y que solamente siembren allí maíz para hacer cotufas, y si no quieren acabar con el algodón, entonces que siembren algodón de azúcar. Sé porqué no lo hacen, la excusa es que se lo comen las avispas. Claro, yo imagino que los sembradores de algodón de azúcar le temen a las picadas de las avispas y por eso prefieren sembrar del otro, como si una puyada de avispa doliera menos que una de esas que dan las enfermeras después de sobar los brazos con el algodón que ellos siembran... Pensándolo mejor, ni la puyada de la enfermera ni la de la avispa me hacen temer tanto como el estar cerca de la niña de las trenzas de melcocha...


***

Y ya en el recreo, Pancho Centeno esperaba con toda la valentía del mundo la llegada de la niña de las trenzas de melcocha para acercársele por primera vez, entregarle su pesado morral y contarle su sueño...

De seguro iría la niña, pues Pancho recordó que en el diccionario decía que el símbolo químico del hierro es “Fe”, y como dice su abuela, la “Fe” es lo último que se pierde.

Esa era su esperanza…

Alimento de la memoria

Antigua sede del Destacamento 15 de la Guardia Nacional, en Valera, y luego una de las tantas sedes del Colegio República de Venezuela. Hoy, paredes demolidas que alimentan la memoria...

09 septiembre, 2009

Sacando cuentas...


Si en vez de 100tíficos y 1000itares

tuviéramos 1000tíficos y 100itares...


Oscar Varsavsky

28 agosto, 2009

Lo que echo de menos en la literatura venezolana


-Echo de menos en la literatura venezolana una consolidada presencia del mar. No ha habido un Virgilio venezolano que le haya cantado con propiedad al Mar Caribe.


-A esa ausencia se suma también el tema petrolero en el discurso literario venezolano. Ha habido novelas del petróleo en el corpus de la literatura venezolana (que lo diga Gustavo Luis Carrera), pero ninguna de ellas ha hecho del "excremento del diablo" leitmotiv perenne y problematizador. Si la literatura es espejo crítico en donde la sociedad reflexiona sobre sí misma, entonces mar y petróleo, temas esenciales de la cultura y sociedad venezolanas, son lagunas de nuestra identidad.


-Echo de menos una literatura venezolana que incorpore el estilo, las imágenes, la trama y los ambientes del cine negro y del cómic. Roberto Echeto y Fedosy Santaella han esbozado el camino y más temprano que tarde nos sorprenderán con una obra duradera.


-Añoro una literatura venezolana que haga de la Dimensión Latina, Pastor López y El Carrao de Palmarito motivos que encumbren la cultura de la música popular y la universalicen desde una visión literaria. Se había iniciado el camino con nuestros boleristas, como Felipe Pirela, pero hasta allí llegó la iniciativa. Cual Cortázar con el jazz de Louis Armstrong y Duke Ellington o Eduardo Liendo con la vida de Pedro Infante, la literatura venezolana debe unas cuantas líneas a nuestros cantores.


-Echo de menos una literatura venezolana que esté soportada por teorías, críticas e historias pensadas para nuestra realidad.

12 agosto, 2009

Armitano

Con las ediciones de Armitano conocí dos cosas imposibles de imaginar desde mi rincón provinciano de pueblo andino de la segunda mitad del siglo XX: un país con una gran tradición artística, capaz de mostrar al mundo un legado esplendoroso, y además el asombro de ver libros hermosamente editados, como nunca antes se habían hecho en Venezuela.

Ernesto Armitano, nuestro Valentín Espinal del siglo XX, realizó la formidable labor de construir una visión de país que va más allá de las misses y el petróleo. Cuidando forma y contenido, Armitano, sin exagerar en esta afirmación, construyó con sus ediciones el relato que internamente nos cohesionó en un discurso artístico nacional y externamente nos dio una voz y posición en el mundo.

Vaya esta breve nota en homenaje al gran editor y, quizás como propuesta para preservar su obra y en agradecimiento por su labor, el Estado venezolano debería considerar a las ediciones Armitano como patrimonio cultural del país.

Gracias nuevamente, Armitano.

22 julio, 2009

La universidad vista desde el cafetín


Ver la realidad desde diversos puntos de vista ofrece una imagen quizás un poco más fiel a lo que pueden ofrecernos los sentidos desde la perspectiva unidimensional. “Todo depende del cristal con que se mire”, expresa el refranero popular para condensarnos la idea del necesario asedio a la realidad desde sus diversos flancos. Es posible encontrar en el arte diversidad de ejemplos de esta posibilidad de aniquilación de la verdad única y la adquisición de una conciencia de un laberíntico saber y un enjambre de medias certezas. Escher, el genial artista de los Países Bajos del siglo XX, nos ofrece en sus grabados y en sus figuras imposibles la realidad múltiple y escurridiza de la perspectiva total. Kurosawa, el gran cineasta japonés, nos relata en su película “Rashomon” una violación y homicidio desde los diversos testimonios de las víctimas, los victimarios y los testigos. Al final, cada versión ofrecida es distinta una de otra y verdadera al mismo tiempo. Esta es una enseñanza de la contemporaneidad, producto de los llamados “maestros de la sospecha”, Freud, Marx y Nietzsche: la verdad única no existe y la realidad esconde en sus pliegues otras realidades.

Por eso, quien quiera estudiar cualquier realidad, repito, debe hacerlo desde todos los ángulos posibles. Yo, por ejemplo, que intento estudiar lo que es la universidad, siempre trato de caminar por pasillos que no acostumbro transitar e ingreso a la universidad por entradas inusuales. Hace poco vi, por ejemplo, a la universidad desde el otro lado del mostrador del cafetín y lo que vi me sorprendió sobremanera.


Desde el mostrador del cafetín, la universidad ofrece un rostro distinto. En medio de tequeños, empanadas y pepitos, se logra apreciar una universidad cuyo interés fundamental está centrado en la docencia, una universidad cuya razón de ser está dedicada a la formación de personal. ¿De dónde surge esta afirmación? Pues basta dirigirse al cafetín en el momento justo que culmina el semestre para toparse con una puerta cerrada y una santamaría que nos dice a gritos: ¡Sin estudiantes no hay universidad!


En cierta ocasión el peculiar escritor italiano Giovanni Papini se atrevió a proponer ante reconocidos catedráticos de Turín la siguiente idea para ser aplicada en las universidades de principios del siglo XX:


“1) Supresión de los programas generales y particulares y de los cursos obligatorios. 2) Supresión de los exámenes de cualquier tipo; los exámenes deben reservarse para los concursos a cargos o empleos. 3) Supresión de los cursos oficiales dados por los profesores. Estos podrían, si quisieran, dar cursos de conferencias sobre temas especiales estudiados por ellos, pero no sería obligatorio, para los estudiantes, frecuentarlos, y no darían, como se ha dicho, ocasión a exámenes”.


Palabras más, palabras menos, Papini proponía la abolición de las clases en las universidades y ensayar así una nueva forma de relación con el saber. Según Papini, el profesor no detenta el conocimiento y el estudiante no es ya un cerebro vacío que, cual estación de autoservicio, espera su turno para ser llenado con fechas, fórmulas y nombres; información inconexa con la vida misma. Es más, el estudiante deja ya de ir a la universidad con el fin de buscar un certificado que le permita conseguir un cupo en el mercado de trabajo. Las destrezas para el trabajo debe obtenerlas en el trabajo mismo, lugar en el cual deben abrirse espacios para la formación de sus futuros empleados. La universidad, según el escritor italiano, debe estar para otra cosa: para la creación del saber, para la discusión universal; una nueva academia platónica.


Imaginen el ceño fruncido de los académicos que oían las palabras de Papini en 1919. Imaginen los ceños fruncidos de los profesores universitarios de hoy día, que dirían: “Eso es una locura. ¿Y si no damos clase entonces qué haremos?”.


Ya sabemos que esta propuesta es absurda si es observada desde el mostrador del cafetín. Desde ese punto, la función “escolar” de la universidad es la única válida para su existencia, pues la UNEG tiene razón de ser sólo si deambulan estudiantes por sus pasillos. De eso está claro el cafetín, pues al apenas terminar las labores docentes, las santamarías que resguardan los tequeños, las empanadas y los pepitos bajan incólumes e indiferentes ante las súplicas de los empleados, administrativos y profesores que siguen en labores de investigación y extensión.


Quizás sintamos que la transformación universitaria va por buen camino cuando el cafetín permanezca abierto y entienda que la razón de ser de la universidad radica no en los estudiantes ni los profesores, sino en la hermosa y emocionante tarea de generar de conocimiento.

15 julio, 2009

La inutilidad de la educación


Dos golpes mortales recibió la educación en el transcurso del siglo XX. El primero, vislumbrado por Teodoro Adorno, fue la vergüenza de Auschwitz: el tristemente célebre campo de concentración alemán de la Segunda Guerra Mundial, en donde murieron centenares de miles de judíos, nos echó en cara la incompetencia de la educación en el intento de formar a verdaderos seres humanos respetuosos de los valores de comprensión hacia el otro.



El segundo golpe fue dado por la Internet. La red de redes puso al alcance de muchos la información, antes restringida a ciertos circuitos culturales. Ahora, para aprender, no es necesario asistir a algún centro educativo pues el saber está a un clic de ratón y en la pantalla del monitor la información se nos ofrece más atractiva, a diferencia de las escuelas, cuya obsolescencia de las clases tanto en la forma como en el contenido nos mata en medio de largos bostezos.


La educación entonces ni forma ni informa.


Pensemos por un instante, para el caso venezolano, el ejemplo de un bachiller y las posibilidades de su condición. Luego de catorce años de escolarización, que incluyen tres de preescolar, seis de primaria y cinco de secundaria, ¿qué logra saber y hacer el bachiller? Si naufragara en una isla desierta (sí, el lugar común de la isla), ¿qué de lo aprendido en esos catorce años logrará usar el bachiller para mantenerse con vida? ¿Fue formado al menos para ejercer una ciudadanía ética y estar en paz consigo mismo?


El bachiller sólo tiene por recompensa un papel que le servirá de boleto de entrada a una universidad.


Vista así las cosas, la inutilidad de la educación nos obliga a repensar la función de las escuelas. Un ser que piense, haga y conviva es una urgencia para estos tiempos y la escuela no ayuda a conseguirlo.

11 julio, 2009

Sancocho de lecturas

Minicuentos para el Facebook


Fue tan breve la historia de ese minicuento policial, que la bala nunca llegó a alcanzar al protagonista.

-o-

Mientras el científico anunciaba en rueda de prensa la existencia de vida en el sol, uno de los periodistas pensaba que sin libros, ríos, páramos o noches no puede haber vida.

-o-

El oráculo retó a Hércules a cumplir el último de sus trabajos:
-"Debes titular una telenovela sin usar la palabra 'amor' o sin recurrir a un refrán popular".
-"Imposible, imposible...", murmuraba el dios griego mientras abandonaba, derrotado, el templo de Delfos.

-o-

Despertó y, al abrir los ojos, ni el dinosaurio ni la mariposa de Chuang Tzu estaban allí. Por lo visto, pensó mientras se cepillaba los dientes, la literatura es más interesante que la vida misma

-o-

-“Hay vida fuera de este mundo”, dijo a sus amigos el pez que recién logró escapar de la red. Todos morían de la risa...

-o-

Siempre precavido, hacía lo imposible para no toparse con la muerte. Todo fue inútil pues terminó, por descuido, agregándola como amiga en su Facebook...

16 febrero, 2009

I Semana Equinoccial

I Semana Equinoccial
14 al 22 de marzo de 2009

Eventos:

Ø 14 de marzo (sábado) 11 am. Librería Alejandría I (CC CADA Las Mercedes). Presentación de los libros Cuentos de cuentos (Carmen Vincenti) y La senda de los diálogos perdidos (Mario Morenza), de la colección Papiros. Palabras de presentación: Luz Marina Rivas, Carmen Vincenti y Mario Morenza.

Ø 16 de marzo (lunes) 5 pm. Librería Liberarte (CC Los Chaguaramos). Diálogo con Armando Rojas Guardia y presentación de sus libros recientes, en especial nuestro: Patria y otros poemas (colección Papiros). Participan la prologuista Gabriela Kizer y la ilustradora Karina Wesolowski.

Ø 17 de marzo (martes) 7 pm Librería El Buscón. Presentación de Teoría poética, de Ludovico Silva. Palabras de presentación: Héctor Silva Michelena y Edda Armas.

Ø 19 de marzo (jueves) 7 pm. Librería El Buscón. Presentación de El nacimiento del lector y otros ensayos (Víctor Bravo) y Apuntes sobre la decapitación y otros ensayos (Andrés Levell). Palabras de presentación: Emeterio Gómez, Víctor Bravo y Andrés Levell.

Ø 21 de marzo (sábado) desde las 5.30 pm. Nueva sede de librería Libroria en Las Mercedes: Clausura con la Fiesta de la joven poesía venezolana. Recital y presentación de la antología En obra, de Gina Saraceni, y de los poemarios La respuesta de lo techos (Alexis Romero), La arena, el vidrio: Ascenso en tres movimientos, (Adalber Salas), Muralla intermedia (Camila Ríos Armas). Coordinación de Williy McKey y Santiago Acosta (Revista El Salmón).

Librerías participantes:

- Alejandría I (CC Cada, Las Mercedes)
- Alejandría II (CC Paseo Las Mercedes)
- Alejandría III (CC Chacaito)
- El Buscón (CC Paseo Las Mercedes)
- Estudios (detrás del CC San Ignacio)
- La Ballena Blanca (Mérida)
- Las Musas (Baruta)
- Lectura (CC Chacaito)
- Liberarte (CC Los Chaguaramos)
- Libroria (C. París con Nueva York, Las Mercedes)
- Limesama I (Unimet)
- Limesama II (USB)
- Ludens I (Torre Polar, Plaza Venezuela)
- Ludens II (Mérida),
- Noctua (Centro Plaza)
- Summa (CC Concresa)
- Templo Interno (Centro Plaza)

26 enero, 2009

16 enero, 2009

La injusticia más grande del mundo


Por Manuel Bazó.-

La más larga de todas las guerras de la humanidad
es la guerra de la mentira contra la verdad.

Imagina que el lugar donde naciste y donde siempre has vivido nunca fue tuyo. Imagina que alguien que vino de muy lejos decidió mudarse a tu tierra sin pedirte permiso alegando que, hace mucho tiempo, allí vivieron los ancestros de sus ancestros. Imagina ahora, que tras tu inquilino forzoso viene otro y otro y otro. Imagina que un día te dicen que quieren fundar allí mismo su país. Que ese país lo harán con su propia religión, sus propias leyes y sus propias costumbres, pero que están dispuestos a dejar un lugar para ti.
Imagina que, viendo la pelea que se avecina, alguien propone una solución salomónica: Divídanse el territorio. De esta línea para allá ellos vivirán en paz en su país y de aquí para allá ustedes, finalmente, tendrán su patria. Imagina que esto te parece una injusticia inaceptable y pides apoyo a tus vecinos para impedir el atropello. Imagina que tus vecinos intentan ayudarte a expulsar al invasor, pero éste resulta tan poderoso, tan amigo de los países más poderosos del mundo, con tantas armas, tanto dinero y tanta propaganda a su favor que no logras detener la ambición, la expansión, la colonización.
Imagina que en sólo seis días de guerra tu invasor te despoja, te expulsa de tu propia tierra y ocupa parte del territorio de tus vecinos. Imagina toda la desigualdad del mundo llevada al plano de la guerra: Una bala contra una piedra, un tanque contra una bicicleta, un misil contra una bala, todo el poder del imperio más feroz del planeta contra un misil. Imagina el resto del planeta contemplando pasivamente la expoliación o limitándose a decir "eso no es problema mío".
Imagina, sólo por un instante, a tus hijos pequeños con su carita y sus ropitas mojadas de sangre. Y si tienes el valor imagina a tu hijo, a tu hermana o a tu madre sin piernas, sin ojos, sin brazos. Imagina que no tienes un solo lugar seguro donde esconderte de la muerte porque la calle es un cementerio, la escuela es un cementerio, el hospital es un cementerio. La cruz y la media luna son rojas pero de sangre y hasta el edificio de todas las naciones que tiene que servir para encontrar la paz es blanco de muerte. ¿Realmente puedes imaginar todo esto? Sólo entonces y tal vez serás capaz de comprender el sufrimiento insoportable que, desde hace décadas, vive el pueblo palestino.

06 enero, 2009

Zombi para Gaza



"Zombi"
The Cranberries


Otra cabeza cae
Un niño muere lentamente
Y la violencia causa silencio
¿Cuál ha sido nuestro error?

Pero ves que no soy yo
Que no es mi familia
En tu cabeza,
En tu cabeza ellos están luchando

Con sus tanques y sus bombas
Y sus bombas y sus armas
En tu cabeza,
en tu cabeza ellos están llorando

En tu cabeza, en tu cabeza
Zombi, zombi, zombi
¿Qué hay en tu cabeza?, en tu cabeza
Zombi, zombi, zombi

Otro corazón roto de una madre
Se está muriendo
Cuando la violencia causa silencio
Es que debemos estar equivocados

Es el mismo viejo tema desde 1916
En tu cabeza
En tu cabeza
Ellos aún están luchando

Con sus tanques y sus bombas
Y sus bombas y sus armas.
En tu cabeza
En tu cabeza ellos están muriendo

En tu cabeza, en tu cabeza
Zombi, zombi, zombi
¿Qué hay en tu cabeza?, en tu cabeza
Zombi, zombi, zombi

04 enero, 2009

Top Ten de lo que más odio acerca de los libros


-Que entres a una librería y que uno de los empleados te siga eternamente por todo el local preguntándote si buscas algo en particular.

-Que te sugieran que regales los libros de tu biblioteca porque ya los leíste.

-Que te pregunten cuando observan tu biblioteca si la has leído toda.

-Que prestes un libro a un amigo y nunca te lo devuelva.

-Que un amigo te preste un libro y luego esté detrás de ti por meses y años infructuosamente para que se lo devuelvas.

-Que te recriminen constantemente: “Muchacho, no lea después de comer que se volverá loco”.

-Que te maten las ganas en Carnaval, Semana Santa, Agosto o Diciembre diciéndote: “¿Para qué mete libros en la maleta? ¿No está de vacaciones?”.

-Que le apliquen el Feng Shui a tu biblioteca y te cambien de lugar los libros.

-Que andes con una creyente de la Nueva Era y te grite en plena calle: “No compres libros viejos, no ves que eso trae energía negativa del dueño anterior”.

-Que tu novia te dé la opción fulminante: “O los libros o yo”.

03 enero, 2009

Entre olvidos y memorias

Las sociedades logran desarrollarse en medio de un delicado equilibrio de olvidos y memorias. Amnistías y conmemoraciones hacen que mantengamos ese enmarañado ovillo que constituye nuestra cultura y permite además que las ofensas y dislates pasen a la lista de lo que ya nunca más será visto. "La historia nos previene de cometer los mismos errores", dice la vieja conseja.

Este año 2009, en el ámbito de la cultura y la literatura, estaremos conmemorando los siguientes eventos:

-Centenario del nacimiento de Isaiah Berlin y Juan Carlos Onetti

-Bicentenario del nacimiento de Edgar Allan Poe y Charles Darwin

-Sesquicentenario de la publicación de "El origen de las especies", de Darwin y "Contribución a la crítica de la economía política", de Marx.

-Cincuentenario de la publicación de "Las hogueras más altas" de Adriano González León, "Guasina" de José Vicente Abreu y "Las armas secretas" de Julio Cortázar.

-Centenario del diario venezolano "El Universal".

¿Recuerdas tú otra cosa?

02 enero, 2009

Gaza

El 15 de octubre del año 2006 inicié este blog con un texto acerca del ya eterno conflicto palestino-israelí. Los últimos sucesos acaecidos en la franja de Gaza me incitan a repetirlo este día, como una forma de plegaria para que la disputa cese y no llegue a transformarse en el monstruo deforme que avizoró Ernst para la Europa de entreguerras.

-o-

A Yamil Ajmad, mi abuelo, quien fue uno de los 780.000 palestinos que a mediados del siglo XX fueron desalojados de su tierra y partieron hacia nuevos mundos.


Supe ver desde pequeño, en los grises ojos de mi abuelo inmigrante, una nostalgia de infinitas leguas, un recordar de mirada perdida al horizonte. Esa certeza se me hacía evidente cuando mi abuelo cancelaba su silencio y me hablaba de extraños lugares como Galilea, Samaria, Judea, el Hebrón...; sudaba cuando mencionaba la aridez del desierto de Néguev y sentía una gran emoción cuando surgía de sus labios la palabra Jordán: entonces sus palabras corrían como arroyo, terminando de refrescar la tarde cuando mencionaba el lago Tiberíades y el mar Muerto. Recuerdo que me decía en tono melancólico, con una sonrisa que no era de las suyas, que en esa lejana tierra uno se podía hallar tan cerca del cielo como del infierno (años después supe de lo que me hablaba, al encontrar en una vieja enciclopedia que Palestina era Tierra Santa y en ella se encontraba el punto más bajo de la superficie terrestre –395 mbnm–). Mi abuelo continuó su historia y me habló de los cananeos, los primeros habitantes conocidos de Palestina. Me dijo que eso fue por allá por el tercer milenio a.C., fecha que no supe imaginar, y que desarrollaron un alfabeto del cual se derivaron otros sistemas de escritura. "Así, Palestina es cuna de la escritura y la religión", me dijo orgulloso con tono de maestro. "Todos los caminos conducían a Palestina", decía mi abuelo, y explicaba que por su localización se constituía en centro de las rutas que unían tres continentes, llegando así a ser punto de confluencia de manifestaciones religiosas y culturales procedentes de Egipto, Siria, Mesopotamia y Asia Menor... El silencio volvió a los labios de mi abuelo. En el temblor de su pupila perdida vi a su familia, mi familia, bajo el terror de la guerra en la lucha justa por el despojo de sus tierras perpetrada de la manera más vil y canalla por las tropas israelíes. Una invasión de tierra y de alma que produjo el exilio de 780.000 palestinos, quienes desandaron los caminos que antaño servían de comercio y progreso y que ahora les mostraba el ancho mar Mediterráneo como pórtico a lo inesperado. ¿Qué pensaría mi abuelo con las sandalias aún llenas de polvo y apoyado sobre la baranda del barco que cruzaba pausadamente el Atlántico? Ya no lo sabré nunca, pues hace casi veinte años que murió. Por ello nunca supo de la firma del acuerdo de paz celebrado en 1993 entre Yaser Arafat e Isaac Rabín, pero sé que si lo hubiera visto habría vuelto a poner su mirada perdida y diría que un trato con judíos, en tierra de Estados Unidos, es siempre un trato perdido. Sé, abuelo, que con los últimos acontecimientos de ataques israelíes, apoyados por las sandeces de Bush y Rice, habrías exhalado un suspiro de dátil y aceituna y lanzarías al cielo una de esas malas palabras en árabe que nunca quisiste enseñarme a pronunciar.

01 enero, 2009

América y otros cafés


Leo el poemario "América y otros cafés" (2007) de Daniela Saidman (Ciudad Guayana, 1977) e inmediatamente presiento en entrelíneas a María Calcaño, Eugenio Montejo y Alfonsina Storni haciendo de coro a estos profundos versos.
En este poemario de Saidman, genealogías literarias aparte, habita una voz propia que busca expresar las vicisitudes del amor ido, los sinsabores de una cotidianidad inhumana y un erotismo vibrante poetizados con una exigente labor de selección de imágenes y palabras.
"América y otros cafés", su segundo poemario, es signo de un promisorio futuro de la poesía venezolana.

Jazz
a JR
Un jazz de Chet Baker
suena en esta portátil
que sabe de algunas asignaciones
de trámites y denuncias
notas de prensa
política regional
izquierdas y derechas
pero poco de tu nombre
de la consecuencia de desearte
en esta noche entrada en ausencias

tampoco sabe de ti
de la sonrisa después del placer
el invento de anudarme a tu cintura
de creerme inocente en el roce
de salvarme de todo
incluso de lo que no puedo salvarme

te reinvento en la noche
en que quisiera me esperaras
en la que cuento apenas con unas líneas
parpadeando en la pantalla
y el saxo sonando insomnios