Pero el problema no sólo pervive en el imaginario de los estudiantes universitarios. Hace poco, por ejemplo, cayó en mis manos la revista Reportajes, publicación del Instituto de Investigaciones en Biomedicina y Ciencias Aplicadas de la Universidad de Oriente. En su tercer número, de finales del 2007, la revista presenta un conjunto de informaciones sobre el quehacer de la investigación universitaria. En la página 26 de Reportajes encontré una opinión del Dr. Fulgencio Proverbio, jefe del Laboratorio de Bioenergética Celular del IVIC, que me hizo fruncir el ceño. En la breve entrevista titulada "En el país hay buenos científicos, pero son muy pocos", el Dr. Proverbio explica la razón por la cual existen pocos científicos en Venezuela:
La falta de interés de los estudiantes por las carreras científicas. Para ilustrar esta afirmación, Proverbio mostró cifras que indican, entre otras cosas, que para el año 1980 había 300.902 estudiantes universitarios, pero sólo el 2,5% cursaban Ciencias Básicas, mientras que en carreras como Ciencias Sociales el porcentaje era de 30,20%. Asimismo, para el año 1999 había 707.568 estudiantes universitarios, de los cuales el 1,2% cursaban Ciencias Básicas, entretanto el 40,40% se formaba en Ciencias Sociales.
Aquí estamos frente al mismo dilema antes planteado de considerar a las Ciencias Sociales, y a las humanidades, como un seudoconocimiento, como un simulacro de investigación que no alcanza la rigurosidad de las ciencias "duras". En mi opinión, es tan científico el que estudia la Literatura, el Arte o la Sociedad como el que viste de bata y vive rodeado de tubos de ensayo y cables. Quizás posean métodos y fundamentos epistemológicos distintos, pero ambos buscan la comprensión de los fenómenos que nos rodean.
Esta representación de las ciencias y las humanidades no es exclusiva de nuestro país. En España, por poner un ejemplo, encontramos en el periódico “Hoy”, del 24 de abril de 2007, una carta enviada a la redacción escrita por Juan Carlos López Santiago. La misma dice:
Hoy en día se consideran cultos a aquellas personas versadas en Historia y que saben de batallitas, los conocedores del Arte en todas sus manifestaciones, pintura, arquitectura, y además, los que escuchan la 'gran música' y diferencian a Schumann de Shubert o Stravinsky de Prokofiev, por ejemplo. Son cultos aunque no tengan ni idea de física, química o matemáticas. Sin embargo, los que nos hemos decantado por las ciencias también sabemos de humanidades, puesto que éstas se aprenden a lo largo de la vida, pero al contrario no se cumple: los que rebuznan o ladran en ciencias siempre lo harán, puesto que éstas no se aprenden en el curso de la vida, más bien al contrario, se olvidan. Además, el aprendizaje científico conlleva un esfuerzo que está a años luz del que se requiere para las humanidades.
El conocimiento de historia, filosofía o arte no digo que sea malo, incluso es más gratificante que el científico porque es más fácil, pero ¿en qué grado redunda en la sociedad? Lo que nos facilita la vida, lo que realmente genera progreso es la ciencia, nos guste o no nos guste. Quizás estén menospreciadas porque es un saber que solamente está al alcance de una élite y los que atesoramos ese conocimiento somos envidiados. Dejemos de etiquetar de cultos exclusivamente a los humanistas y reconozcamos que hay un conocimiento superior, el científico, reservado a unos pocos.
Esta “perlita” de carta fue respondida días después por el profesor Natán Guijarro, respuesta que merece ser leída en su totalidad:
En la sección de Cartas a HOY de 24 de abril se publicó una referente al concepto de cultura y quién puede arrogarse ser definido como culto o no. El firmante, el Sr. López Santiago, apela a prejuicios recurrentes en una visión maniquea entre 'ciencias' y 'humanidades', dando a entender que las primeras son 'científicas' y las segundas no. Tal vez desconozca que, según la Teoría de la Ciencia, las ciencias se dividen en tres grandes grupos: ciencias exactas, experimentales y humanas, teniendo todas ellas el carácter de 'científico'. Tan científicas son las Matemáticas o la Física como la Historia o la Sociología, por poner algunos ejemplos.
Habla, con notable desprecio, de los que «rebuznan o ladran en ciencias», olvidándose que lo mismo hacen los que rebuznan o ladran en ciencias humanas. Dice, asimismo, que el aprendizaje 'científico' está a años luz del de las humanidades. ¿En qué datos se basa? ¿Sabe, por ejemplo, la ingente cantidad de bibliografía que debe manejar un alumno que estudia Historia? ¿O los datos 'científicos' que debe estudiar para entender un simple estudio sobre un yacimiento arqueológico?La afirmación sobre la presunta 'facilidad' para aprender conocimientos humanísticos muestra nuevamente su desconocimiento del tema: Las ciencias humanas no se limitan a 'empollar' una serie de conocimientos sin aplicación práctica; hay que relacionarlos con conocimientos anteriores, insertarlos en su contexto, estudiar diversos puntos de vista..., tal como en las ciencias experimentales.Por otro lado, sí le reconozco que tal vez pueda ser más 'útil' en un momento dado descubrir la vacuna contra el cáncer, pero no por ello se puede afirmar gratuitamente que «lo que realmente da progreso es la ciencia». Ciertamente hay muchos intereses económicos envueltos que pueden enriquecer a unos cuantos, pero de qué vale todo ello si todavía no hemos aprendido a convivir con los demás, a respetar y tolerar las diferencias, evitando la guerra como única arma frente al diálogo y el entendimiento. ¿Es eso realmente progreso? Creo que no.
Además, su afirmación de que los que «se han decantado por las ciencias también saben de humanidades» resulta petulante. Podrá tener unos conocimientos básicos, pero no los instrumentos científicos para obtener una visión global, científica de un asunto. El hecho de que personalmente conozca muchos términos médicos no me convierte en médico, aunque sí me ayude a entender aspectos básicos de medicina.
Por último, las ciencias, todas, exactas, experimentales y humanas están al alcance de todos, al menos en España y no de una élite. Sin embargo, sí que resulta llamativo que en las élites de poder suelen estar ocupadas por profesionales del Derecho, Relaciones internacionales y otras ciencias humanas, no por f'ísicos ni matemáticos. En todo caso, lejos de querer atizar aquí una polémica entre distintas ciencias, reivindico el papel de la interdisciplinariedad, que parece que el señor López Santiago desconoce, es decir, la relación entre las distintas ciencias que, como sabrá, no son compartimentos estancos. Por tanto, el conocimiento es eso, conocimiento, sin categorías por prejuicios académicos que no llevan a ninguna parte.
Vemos entonces que la idea de separar las actividades científicas y humanísticas y darle superioridad a una por sobre la otra aún sigue viva y coleando. ¿Pero fue siempre así? Si recurrimos a la historia pudiéramos recordar que todo el saber humano se concentraba en una única disciplina llamada “filosofía”. La filosofía agrupaba entonces todo el saber obtenido a través de un esfuerzo racional, siguiendo las pautas de un método filosófico. Todo lo humano y lo divino era el ámbito de la filosofía, por lo que ser filósofo significaba dominar las artes de la astronomía, física, química, biología, política, ética, estética, psicología, matemática, medicina, derecho, música, gramática, geometría... Un filósofo era un aprendiz de brujo, señor en todas las artes.
Pasaron nueve o diez siglos y aún en la Edad Media la filosofía seguía conteniendo la totalidad del saber, a excepción del estudio por lo divino, que se convirtió en ámbito reservado a la Iglesia. Ya para el siglo XVIII d.C., en la era de la Ilustración, o llamado también el siglo de las luces, en contraposición al oscurantismo del medioevo, el conocimiento humano había alcanzado tan alto grado de desarrollo que ya era dificultoso que una sola persona supiese de todo. ¿Cómo conocer de tantas cosas si cada ámbito de conocimiento había acumulado tanto saber y se hacía infinito? Fue entonces cuando cada saber fue abandonando a la filosofía e hizo tienda aparte para desarrollar su conocimiento. Así nacieron las ciencias, y la filosofía, como su madre, fue quedando poco a poco sola, sólo con algunas hijas solteronas: Ontología, Metafísica, Lógica, Teoría del conocimiento, Ética y Estética.
¿Por qué quedaron estas disciplinas en el cobijo de la filosofía? ¿Qué tienen en común para no haber hecho tienda aparte? Quizás resulte más esclarecedor preguntarnos por qué las otras se fueron de la filosofía. ¿Qué tienen en común esas hijas que lograron irse? Pues la matemática, la física, la química, la astronomía, la biología, entre otras, lograron delimitar su objeto de estudio y parcelar su saber para el desarrollo investigativo; es decir, se convirtieron en ciencia. Las disciplinas que aún se mantienen en la filosofía no se han convertido en ciencia pues su metodología les hace imposible mensurar su estudio a través de datos cuantitativos; es decir, no han delimitado su objeto de estudio porque sólo pueden existir reflexionando desde el punto de vista de la totalidad, que es una de las características definitorias de la filosofía.
Este hecho quizás sea uno de nuestros dilemas fundamentales. La visión especializada a la que nos obligó la ciencia y su afán por la profundización del saber, sin tener la visión total de la filosofía, nos sumergió en un desarrollo aberrante, desigual y deshumanizado, cuyo más claro ejemplo lo es la experimentación de la ciencia atómica. Una ciencia atómica sin filosofía no es más que Hiroshima y Nagasaki.
Insistir en separar las ciencias de las humanidades no hará más que profundizar los graves problemas de valores que están fracturando a la sociedad contemporánea. Por esa razón, la educación debe retomar su función de formación integral y olvidar las erróneas ideas de formar a un bachiller en ciencias y otro en humanidades, ahora llamados bachilleres en ciencias naturales y en ciencias sociales. La universidad, en sus planes de estudio de sus diversas carreras, debe hacer otro tanto por unir nuestras dos mitades. Hay que intentar un nuevo regreso hacia esa visión integral del mundo con los llamados paradigmas inter y transdisciplinarios, basados en una nueva, y como hemos visto a la vez ya antigua, manera de pensar.
Para terminar, nada mejor que retomar las palabras de Ángel Rosenblat, quien nos aconseja acertadamente:
El conflicto entre las Humanidades y la Ciencia es un conflicto falso, nacido de pueriles pretensiones de monopolio o de supremacía. Hoy no puede pensarse en unas Humanidades que dejen de lado la grandeza humana de la Ciencia, ni en unas Ciencias tan descarnadas y asépticas que prescindan del aporte del mundo humanístico. Humanidades y Ciencias son vertientes complementarias del espíritu humano, y es urgente abrir amplios vasos comunicantes para que cada campo se fertilice y enriquezca con los tesoros del otro.