La historia siempre ha sido buena consejera. Basta con echar una mirada al pasado para, en medio de asombros, encontrarnos con situaciones similares a nuestro presente. Pareciera que la vida se divierte viéndonos tropezar una y otra vez con el mismo obstáculo. Tomemos un ejemplo. El gran imperio romano tuvo un desarrollo político y social espléndido. En 1229 años Roma pasó de monarquía a república y de ésta a imperio, evidenciando una curva de igualdad y desarrollo social que tiene su cúspide en la república y que decae en la fase imperialista, momento en el cual las eternas leyes del derecho romano creadas para el bienestar de todos habían sido relegadas por la opinión y decisión de un gobernante. Ya la discusión en asambleas no representaba el poder. Ya la discusión, la confrontación de ideas, el diálogo, que habían llevado a la cultura griega a su máximo esplendor, todo ello era un estorbo para los fines políticos. Símbolo de esa etapa de destrucción social lo es Cayo César, alias “Chancletica” o Calígula. Sus locuras y andanzas son harto conocidas, siendo una de las más mencionadas la intención de nombrar a su caballo Incitato como senador de Roma. El historiador romano Salustio previó aquella hora atroz en una frase que pone la piel de gallina: “Todo se dividió así en dos partidos; y entre ambos se vino abajo la república”.
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