16 marzo, 2013

La cultura es una flor carnívora



No por casualidad se entra y se sale del cine por puertas distintas... 
Uno llega a la sala de proyección atravesando la amplia y colorida entrada de dulces y cotufas, con las expectativas y emociones semejantes a las de un entretenido viaje, y se termina abandonando el lugar, horas después, por una estrecha y oscura puerta que nos arroja de nuevo a la insípida realidad, dejándonos en medio de la noche con las pupilas como platos soperos, cuales gatos encandilados. Los que salimos no somos los mismos que habíamos entrado. Una mágica transformación nos convirtió en otros seres que ahora sienten el mundo de manera distinta: vimos en la pantalla a un superhéroe y nos interrogamos acerca de nuestros límites; vimos una historia de amor y pensamos sobre nuestras relaciones; vimos una película de guerra y nos asalta el sinsentido de la existencia y la violencia. Ese es el efecto perturbador del arte que trueca nuestra inocente e ignorante felicidad en angustiosa conciencia. Visto así, el arte, la cultura en general, no es un placer como muchos dicen sino una necesaria tortura que nos humaniza. Por eso son puertas distintas las que nos dan acceso y salida al cine: la puerta ancha, la de entrada, nos invita y atrae con sus chucherías; la angosta, la de salida, nos expele como fetos recién paridos a lidiar en un mundo que se siente ajeno. Parábola del camino fácil y el camino difícil.
En realidad, de eso se trata todo arte: de atraernos con su inocencia de flor carnívora para que, mientras descansamos en sus pétalos, terminemos siendo presas de nuestras propias reflexiones. El arte, todo verdadero arte, nos cambia, nos convierte en incómodos seres críticos, conscientes del mundo, con sus matices y diferencias. El cine, el teatro, la literatura, la música, la cultura en general, no son simples maneras accesorias de la conducta, sino manifestaciones de lo propiamente humano.
Más que pensar, hacer o hablar (homo sapiens, homo faber u homo loquens), el ser humano se define y se distancia de otras especies por su capacidad para pensarse y crear día a día los espejos que ayudan en esa autorreflexión. Para ello, la cultura es el mejor espejo, pues en sus formas e intuiciones se plasman la historia, los sueños y angustias de las sociedades.
No por casualidad se abre y se cierra un libro con manos distintas...