24 diciembre, 2010

Estampitas guayanesas de diciembre


Corre Caballito

Los aguinaldos y villancicos son manifestaciones musicales originadas en la Europa medieval y fueron elaborados por las clases más pobres de la época. Era el pueblo llano, alejado de las cortes y los monasterios, quien amenizaba sus celebraciones con estas breves composiciones. Los alegres cantos llegaron a América con los españoles y esa costumbre decembrina de pasear de madrugada por las calles del pueblo, entonando aguinaldos y villancicos, arraigó hasta el punto de convertirse en tradición del último mes del año. En la Ciudad Bolívar de los siglos XIX y XX esta costumbre tenía mucha aceptación entre sus moradores. Testimonio de ello son las composiciones “Casta paloma” o “La Barca de oro”, hechas por Alejandro Vargas, el juglar de Ciudad Bolívar, o el conocidísimo “Corre caballito”, cuya letra y melodía fueron compuestas por un músico anónimo de esta ciudad a orillas del Orinoco. Recordemos esta hermosa melodía.

Corre caballito, vamos a Belén
a ver a María y al Niño también;
al Niño también dicen los pastores:
que ha nacido un niño cubierto de flores.

Imaginemos el grito de “corre caballito” en las calles de la vieja Ciudad Bolívar, llamando de madrugada a los vecinos a formar parte de la celebración. Esa es una tradición que debemos mantener.

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Diciembre en 1920

Cada uno de nosotros tiene un recuerdo maravilloso de las festividades decembrinas de su infancia. ¿Quién no evoca con alegría las hallacas, el pan de jamón, la música y el encuentro con los familiares y amigos en espera del nacimiento del Niño dios y de la llegada del año nuevo? Oigamos por ejemplo el recuerdo de las navidades de la infancia que vivió el poeta y médico Elías Inaty en la Ciudad Bolívar de 1920:

“Recuerdo que el único adorno navideño en las casas era el nacimiento y recuerdo también que el jamón venía crudo y por tanto se sancochaba durante cuatro horas, agregando papelón y hojas de laurel. Después lo planchaban para dorarlo con planchas de hierro calentadas previamente en las brasas. Finalizada la operación, le incrustaban clavos de especie.
En la noche del 31 de diciembre se reunía toda la familia para recibir juntos el año nuevo. El anuncio de las 12 de la noche lo hacía el cañón del Cerro del Zamuro, en el viejo fortín, y los pitos de los barcos en el puerto”.

No olvidemos nunca esta vieja tradición de la Navidad en Ciudad Bolívar. La unión en familia y con nuestros vecinos es algo que nunca debe pasar de moda...

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Fiesta de Locos

En Caicara del Orinoco, cada 28 de diciembre, sus habitantes salen a las calles de una manera inusual, como nunca lo habían hecho en el resto del año. Los hombres salen de sus casas vestidos de mujeres y las mujeres, olvidando sus maquillajes y faldas, pasean por las aceras del pueblo vestidas de hombres. El pueblo danza por las calles en algarabía y las bromas no se escatiman en esta festividad. Denominada la “Fiesta de Locos”, esta tradición celebrada el día de los Santos Inocentes proviene de la Europa medieval. En aquella época, el pueblo humilde alteraba el poder instituido y la libertad reinaba ese día en las calles. Algunos piensan que la locura que se asume es para burlar la masacre de Herodes, quien ordenó el 28 de diciembre la matanza de todos los niños menores de dos años nacidos en Belén con la intención de desaparecer al posible Niño Dios. Sea locura para ignorar las calamidades o simple broma para alegrar la proximidad del fin de año, lo cierto es que en Caicara del Orinoco las tradiciones aún se mantienen con vida.

15 diciembre, 2010

La extraordinaria historia de Teresa Villafañe contada por su hermana Carmen Dora (En su memoria)


En un lugar muy lejano de toda civilización llamado El Jacintero nació una niña que le pusieron por nombre Ana Teresa, hija de Rafael Olaechea y Leonarda Villafañe. Un 15 de octubre de 1930 fue el día de su nacimiento y como partera estuvo una señora llamada doña Chepa, comadre de mamá Leonarda. En ese lugar vivían sus hermanos mayores José, Carmen, Miguel y Pablo. Teresa era muy delgadita porque no se le curaba el ombligo, y mamá Leonarda utilizó las plumas de zamuro quemadas para curarla. En esa época todos se alimentaban con cacería y peces de un río que había cerca de la casa. Papá Rafael nunca se quedaba trabajando en una sola finca y se mudaba de una parte a otra con frecuencia. Después papá Rafael se mudó para Las Uvitas, eso pertenecía al general Tañán, cerca de ahí nació Máximo, hijo de papá Rafael. En esa finca duramos muchos años: mamá encargada de los obreros, de sus hijos, y papá de la finca.

De ahí nos fuimos para El Tamarindo; allá duramos largo tiempo. De ahí papá se fue para El Cucharo y a Miguel le dio una fiebre de varios días y una vez convulsionó. Papá desesperado le dio a oler creolina y al poco tiempo Miguel vomitó una enorme lombriz llena de sangre. Mi papá ofreció una promesa de volver a Libertad.

En El Picacho, ya cuando Teresa estaba más grande, se ponía un rollito de trapo en la cabeza con un haz de leña. Esto lo hacía todos los días para cargar agua en tapara y botellones. Le pesaban mucho pero nunca llegó a quebrar nada. Había un pescador llamado Olivo, él vivía en las enramadas de la orilla del río y sacaba unos enormes bagres que los vendía y botaba la manteca. Miguel y José le pedían la manteca para que mamá nos hiciera la comida. Cuando había ribazón de coporos mis hermanos dejaban la canoa en el río y por la mañana recogían los pescados, los arreglaban, les ponían sal y los ponían al sol. Cuando estaban secos mamá los preparaba. Un día en El Picacho estaba hirviendo agua para hacer café. Custudio se acercó y el agua hirviendo le cayó a Custodio en la barriga. Esta quemadura era tan grande que se asemejaba al mapa de Barinas; él lloraba mucho y mamá y papá le untaban la tripa de la tapara para aliviarlo.

Nos fuimos a El Roble. El día en que nos fuimos salimos a las 6 de de la mañana unos montados en una burra llamada “La Chepera”, otros en caballo y otros a pie. Carmen llevaba una hermanita que estaba enferma; Teresa iba a pie. Papá perdió el camino por lo oscuro que estaba y llegamos a una casa sola donde había muchos topochos maduros. Al terminar de comer los topochos retomamos el camino y llegamos a donde don Doroteo Brito a las 12 del día y nos pusieron a moler maíz para hacer cachapas. De ahí seguimos para El Roble, allí había una troja donde todos dormimos juntos.

Luego nos fuimos cerca de la finca de Eugenio Calles, hombre bondadoso pues cuando no teníamos aliños ni comida, doña Victoria, su esposa, nos regalaba para preparar guacharacas, venados y otras cacerías. Mamá ponía humo de bosta para que el ganado se acostumbrara a ir al sitio para “magiar” con su respectivo becerro. Un día Carmen invitó a obtener leche. Le echaba bosta verde al hocico del becerro y con un palo le tocaba las ubres de la vaca. Cuando veía que era mansa la ordeñaba dejando el becerro amarrado en un botalón. Un día llegó un hombre que venía del hato Villa Elba; en lo que vio al becerro le dijo que esa vaca la hacía perdida y que la podía tener hasta que Carmen quisiera y así Carmen tenía suficiente leche para el sustento de nosotros.

En esas inmensas llanuras vivíamos felices oyendo el trinar de toda clase de pájaros, esteros llenos de agua y salíamos a bañarnos corriendo por esos grandes pantanos. Al meternos al monte veíamos bejucos llenos de flores moradas y de varios colores, también había venados que nosotros comíamos, también cachicamos y guacharacas.

De ahí nos fuimos para Ciudad de Nutrias. Ahí teníamos una tía llamada Clara. Ella era maestra en Caño Seco, la escuelita era un solo cuarto con una salita y unos bancos donde se sentaban para la clase. Una noche estaba muy asustada porque se me olvido ponerle velas a las ánimas y de pronto me dijo: “hija, ay, este Simón Bolívar, los descendientes y muchos muertos más necesitan que los recuerden”. Un día tía Clara le dijo a Teresa: “Acompáñame al pueblo” y a Teresa en el trayecto se le quedó el pie enganchado en la cincha de una jamuga de la silla de la burra y quedó muy aporreada. Teresa era tan tremenda que le pidió a un guardalínea una locha y un cigarro y papá Rafael la vio y le dio un buen regaño.

Se me había olvidado contarles que un día, en El Roble, Pablo estaba cortando matas de maíz para darle al ganado; Teresa, como era muy inquieta, se acercó a él, se puso a conversar, de pronto metió la mano y Pablo sin querer le dio un machetazo en un dedo de la mano y le quedó guindando en un pellejito. Mamá Leonarda desesperada le agarró el dedo a Teresa y le echó polvo de café con hollín de cocina y le amarró el dedo con una tira de trapo.

En el año 45 estábamos en Palo Grande y llegó una gran creciente. Papá nos mandó a buscar para Ciudad de Nutrias. La casa era muy grande, con un buen corredor. Ahí nos guindaban las postreras que eran hechas con bejuco o cabuya de topocho. Como a las 10 de la mañana nos daban arepa de maíz rayado, también había una enorme troja y nos subíamos en una escalera hecha de palo. Cada uno dormía con su mosquitero.

Cuando nacieron Custodio y Ofelia lo supimos por el llanto. Mamá Leonarda hizo un hueco ovalado donde ponía un trapo y ahí descansaba Ofelia. También recuerdo que en la casa donde vivíamos, que era en la orilla de la carretera, en El Cucharo, había un árbol llamado merecure. En esa casa nació un hermanito que le pusieron por nombre Jesús María, pero a los 7 días murió y lo enterraron en la pata de un palo de limón. Un día sucedió que nos fuimos al río Malparo, Pablo, José, Miguel, Teresa y yo. En el río llenamos los taparos que los traíamos colgando de los dedos; veníamos en fila y de pronto yo, que venía de tercera, pegué un grito y todos volteamos y vimos a una enorme culebra que la llamaban mapanare. De pronto vimos que la culebra estaba enrollada para dar otra picada. Salimos corriendo y nos olvidamos de los taparos. Yo salí caminando y caí al suelo, quise caminar y no pude. De pronto venía un señor en un burro y me llevó hasta la casa, estuve muy grave y vomité dos vasos de sangre. Hasta por las encías me salía sangre. Sólo por un milagro de Dios, a las 5 de la mañana, llegó un curandero que era familia de mi papá y le pidió permiso para entrar en mi cuarto y ese señor me curó.

Para entonces Teresa conoció a un joven llamado Francisco Silva, de quien se enamoró perdidamente. Así duraron un tiempo con aquel gran amor hasta que resolvieron hacer los preparativos de la boda; pero por cosas del destino el día que Teresa se iba a casar mi hermano José se opuso, y teniendo miedo por lo que pudiera pasar se resignó a dejar todo en voluntad de Dios. Días después su hermano José la mandó acompañada de la Guardia Nacional para donde una tía que vivía en Barquisimeto. Allí nos encontrábamos Ofelia y yo, y Teresa pasó mucho trabajo hasta que un día la llevaron donde el doctor Dr. Raúl Ramos Calles. Tiempo después el doctor quería abusar de Teresa y ella dormía con pantalones y dormía con muchos para protegerse. Una noche decidió pasarse con una vecina que era esposa de un general que era muy buena. Raúl Ramos Calles le dijo al general que Teresa había quebrado un jarrón muy valioso y por eso huyó. Al enterarse José de lo sucedido la volvió a buscar con la Guardia Nacional.

Un día fue Teresa a donde doña Lázara y vio por primera vez a Julio. Julio, al ver a Teresa, quedó impactado por su belleza y juventud. Aprovechando que un muchacho llamado Infante estaba perdidamente enamorado de Carmen y la iba a visitar todas las noches, Julio se hizo amigo de Infante y lo acompañaba en esa tarea diaria del galanteo. Al llegar a la casa donde vivía Teresa, Julio dejaba a Infante en la sala y él seguía para el corredor a hablar con Teresa y siempre mamá Leonarda presente. Ahí comenzaron los amores, duraron 2 años de novios y se casaron. Ahí nacieron, de ese amor Julito, Rafael, Neccy; después se fueron para Acarigua y llegaron donde doña Gualdina de Panza porque Julio era diputado a la Asamblea por el estado Barinas y fue despedido. Ahí duraron varios meses mientras Julio conseguía trabajo y después se fueron para La Aparición, donde yo vivía. Vivieron mucho tiempo ahí y después se fueron para Ospino, donde vivía Pablo. Ahí le mortificaba mucho las tremenduras de los muchachos, pero Pablo era muy bueno y la ayudaba mucho con las enfermedades y las travesuras. Por cosas del destino surgieron dos ofertas de trabajo: una para Miguel y otra para Julio. A Julio lo mandaron para Coro y a Miguel para Tovar. En Coro nacieron los demás hijos de Teresa y ahí empezó su gran trabajo sola y lejos de su familia. Teresa pensaba mucho en mamá Leonarda porque se le hacía muy difícil verla. Mamá Leonarda y yo estábamos pendientes de Teresa y todos los diciembres le mandábamos los regalitos de navidad para todos los muchachos. Julio no se ocupaba ni en regañar a sus hijos, todo lo hacía Teresa sola. Se la pasaba todo el día haciendo comida, lavando, planchando y recibiendo a casi toda la familia de Julio. De tantos problemas que tenía Teresa tuvo que mandarme a Moraima; José Gregorio, “Chuque”, a Pablo. Afortunadamente regresaron con el mismo cariño de siempre a la casa de Teresa. Teresa se alegraba mucho al ver llegar a Pablo y a mí con sus hijos; a Ofelia llevándole mucha comida. Una vez le llevaron un pavo, cochino, plátanos y muchas cosas más.

Todos sus hijos crecieron y como Teresa creía mucho en Dios desde muy joven los guió por el buen camino. Esto le sirvió para tener unos hijos muy unidos que querían mucho a su papa y Teresa está muy orgullosa de ellos.


Barinas, 15 de octubre de 2010.

04 diciembre, 2010

Estampitas guayanesas


La antigua prisión de Ciudad Bolívar, ubicada en el paseo Orinoco, fue un edificio aterrador, sede de torturas, enfermedades y muertes. Varios dictadores que gobernaron nuestro país la utilizaron como reclusorio y campo de concentración para callar las voces disidentes. Por sus celdas pasaron cientos de venezolanos, entre los que podemos mencionar a Rufino Blanco Fombona, Alfredo Arvelo Larriva, José Agustín Catalá, Eduardo Gallegos Mancera y Simón Alberto Consalvi, entre otros. Uno de los tantos venezolanos que sufrió los horrores de la prisión y la tortura fue Guillermo Castillo Bustamante. Arrestado por el simple delito de militar en el partido Acción Democrática, este músico nacido en Caracas en 1910 fue a parar a las manos de la Seguridad Nacional, policía política de Pérez Jiménez. A pesar de las torturas, Guillermo Castillo no delató a sus compañeros de partido y los esbirros recurrieron al arresto de su esposa. Su hija Inés quedó sola, al cuidado de algunos amigos y conocidos, y era ella quien le escribía y le mantenía informado acerca del estado de su familia. Por casualidad del destino, un viejo y destartalado piano, llevado por Monseñor Bernal a la prisión, fue reparado por Guillermo Castillo y en él compuso uno de los boleros más hermosos del mundo. La letra de la canción expresa la angustia de Guillermo Castillo Bustamante por el retardo de las cartas de su hija Inés. Como en una súplica anhelante, dice la letra: “Me hacen más falta tus cartas que la misma vida mía, y aunque sean tonterías, escríbeme, escríbeme”.
Así nació, en 1953 y a orillas del Orinoco, el bolero “Escríbeme”.

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Es poco conocido que en el estado Bolívar existe una obra de Gustavo Eiffel, ingeniero francés que construyó la famosa torre parisina que lleva su mismo nombre. En la troncal 10, que conduce hacia el Parque Nacional Canaima, puede observarse sobre el río Cuyuní un viejo puente de hierro colgante, de impresionante belleza, digno de ser considerado como una joya de la ingeniería y la arquitectura.
Algunas versiones cuentan que el puente iba a ser llevado desde Francia hacia Perú, pero el capitán del barco que lo trasladaba se equivocó y lo trajo a Venezuela. Otros dicen que el barco encalló en nuestro país y el puente, que tenía otro destino, fue desembarcado y usado, a finales del siglo XIX, para el paso sobre el río El Sombrero, en el estado Guárico.
Años más tarde, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez, fue desarmado, recortado y traído hasta el río Cuyuní, donde actualmente permanece.
El puente está hoy en desuso, a un lado de la vía, lleno de malezas y con la posibilidad de caer en el río y perderse para siempre.
La posesión del puente está en disputa pues el gobierno francés exige la devolución de la obra para ser exhibida; la población de El Dorado pide sea restaurado para que sea convertido en atracción turística, y Edelca, por su parte, plantea la posibilidad de usarlo para unir el Parque La Llovizna con el Parque Loefling.
Es urgente que preservemos este puente para la memoria cultural de nuestros pueblos.

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El concurso del Miss Venezuela se ha convertido en uno de los espectáculos más vistos y comentados de nuestro país y ha calado de tal manera en la vida de los venezolanos que ha pasado a ser una práctica cultural que nos identifica ante el mundo. Sólo basta con preguntar a un extranjero lo que conoce de nuestro país y de seguro responderá, sin pensarlo mucho, que Venezuela es tierra de petróleo y de misses.
El primer concurso del Miss Venezuela se realizó en el año de 1952 y, para orgullo de los guayaneses, la ganadora de ese evento fue la señorita Sofía Silva Inserry, representante del estado Bolívar. De 23 años, con un metro sesenta y tres centímetros de altura y un peso de cincuenta y seis kilos, Sofía, nacida en 1929 en El Palmar, fue elegida como Señorita Bolívar y apenas dispuso de una semana para comprarse ella misma su traje para el concurso, maquillarse y presentarse en Caracas para el día del magno evento.
El recato y el pudor en la Venezuela de esos años motivaron a que varias de las concursantes desistieran a desfilar en traje de baño; sin embargo, Sofía Silva Inserry no tuvo reparos y mostró su exuberante belleza ante el jurado calificador. Varias comunidades religiosas protestaron con la intención de impedir el concurso y publicaron avisos por la prensa acerca del supuesto carácter pecaminoso del evento.
Ignorando las adversidades y siempre con el apoyo de su familia, Sofía partió 15 días después hacia California, Estados Unidos, a representar a Venezuela en el Miss Universo.
Sofía Silva Inserry, nuestra primera miss Venezuela, hija ilustre de Tumeremo, fue y será por siempre símbolo de la bella mujer guayanesa.